Capítulo 5: Después de la tormenta no siempre llega la calma.

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Me desperté en mi habitación. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí ni tampoco quería saberlo. Lo único que tenía pensado hacer ese día era vomitar todo lo que aún me quedaba en el estómago y llorar por dejarme enredar tan fácilmente.
Las ventanas de mi habitación estaban abiertas de par en par, y una luz horrorosa entro para avisarme de que ya era hora de levantarme.
Todavía llevaba puesta la ropa del día anterior que me había dejado Janelle, y tuve que poner todo mi esfuerzo en ponerme unas mallas negras y una camiseta cutre para pasar mi día de resaca lo más cómodamente posible.

Crucé el diminuto pasillo que separaba mi habitación del cuarto de baño para quitarme los restos de maquillaje que todavía me quedaban. Estaba realmente espantosa. Parecía un mapache.

Al terminar con mi rutina de acicalamiento me dispuse a ir al salón, donde estaba mi mejor amiga con un café entre las manos y una mirada asesina propia de la señorita Rottenmeier.

— ¿A que se debe esa cara de perro? — Le pregunté mientras me servía una taza de café caliente y cargado, muy necesario para mi proceso de recuperación.

— ¿Enserio Charlotte? ¡Te largaste en mitad de la fiesta! ¡Estuve una hora buscándote! Y luego llego a casa, a punto de llamar a la policía y me encuentro con Nathan Walker en la puerta. ¿Se puede saber que narices hacia él aquí?

Mi mente procesó la información muy lentamente, por lo que tardé un par de segundos en contestar.

— ¿Qué?

No recordaba haberme ido de la fiesta, ni tampoco que Nathan Walker estuviera en ella, ni tampoco que él estuviera en nuestro apartamento. No recordaba absolutamente nada, pero quería saberlo todo, y cuanto más pronto mejor.

— Estabas muy borracha, me dijiste que querías salir a tomar el aire y cuando salí a buscarte ya no estabas.

Todo empezó a cuadrarme en ese momento.

Recordé lo del tío que intento meterme mano, y como justo como si de un milagro se tratara apareció Nathan-Capullo-Walker, que dejó de ser tan capullo cuando me ayudó.
Se lo expliqué todo detalladamente a mi mejor amiga, que no había dejado de estar en shock en todo momento, interrumpiéndome todo el rato para hacerme preguntas estúpidas y sin relevancia como por ejemplo si nos habíamos besado después de que me trajera a casa.

— ¡No! Obviamente no lo besé. Ni siquiera recordaba que me hubiera traído.

— Él parecía bastante preocupado. — Añadió Jane — Aunque en realidad no sabría distinguir si lo que tenía era preocupación o cabreo. Puede que ambas. En cualquier caso, ese tío no me da buena espina y lo sabes.

— ¿Y que podía hacer? No quería quedarme allí después de que hubieran intentando violarme.

Ella pareció ofendida.

— Podrías haberme llamado, no sé, soy tu mejor amiga, creo que hubiera sido una buena opción.

Mientras lo decía el teléfono de casa se puso a sonar. Ambas nos miramos. Solo había dos posibilidades para que ese chatarra sonara. Una podía ser una llamada del banco, la cual no cogeríamos, y otra la de algún tío al que Jane había conocido de fiesta. Siempre que salía y algún chico se acercaba a ella, prefería dar el número de casa al suyo personal, así sabía quien le interesaba y quien no. De este modo también podíamos cogerlo y reírnos un rato, poniendo alguna voz rara. Era nuestra manera de divertirnos, original y muy sencilla, aunque algo cruel si nos ponemos técnicos.

— ¿Diga? — Jane contestó después de asegurarse de que no era el banco reclamándonos alguna factura.

La cara de mi mejor amiga cambió por completo cuando al otro lado de la línea una voz femenina diciendo que se llamaba Anáis hacía acto de presencia.

Janelle me tendió el teléfono, sin decir ni una palabra salvo:

— Es tu madre.

Mis ojos se abrieron como platos. Desde que Anáis se largó había dejado de ser mi madre, aunque de algunos meses hacía aquí había intentando ponerse en contacto conmigo. Al principio renegué, no quería saber nada de una persona que se había olvidado de mí cuando tenía siete años, pero cuando me contó que su enfermedad había vuelto, y que quería hacer las cosas bien esta vez, no me quedo más remedio que resignarme a hablar con ella, aunque todavía no estaba preparada para vernos cara a cara.

— ¿Qué quieres?

Necesito verte ángel. — Cerré los ojos con fuerza. Odiaba que me llamara "angel" ese apodo lo utilizaba conmigo cuando era una niña, y volver a oírlo de su boca doce años después me traía un muy mal sabor de boca. — Es urgente. No puedo esperar más. Llevo mucho tiempo pensando en esto. La enfermedad cada día va a peor y...

— No lo utilices como excusa Anáis. Tuviste doce años para venir a verme y no lo hiciste. No tienes ningún derecho a reclamar mi atención.

Oí un suspiro a la otra parte de la línea.

Lo que más rabia me daba de esta situación, era que había tenido que esperar a que la enfermedad reapareciera para darse cuenta de todo el tiempo perdido. Eso me hacía pensar que si su vida hubiera seguido como si nada ni siquiera se hubiera planteado la posibilidad de ponerse en contacto conmigo.

Me ponía enferma pensar en verla, pero sabía que si le ocurría algo y yo no la había visto al menos una vez, me arrepentiría por el resto de mi vida. Tenía la cabeza y el corazón divididos.

Se que cometí un error Charlotte. Pero eres mi única hija, y quiero recompensarte por todo el tiempo perdido.

Tengo que hablarlo con papá. Él tiene que estar al corriente de todo esto. No puedo seguir mintiéndole.

No por favor no. Se como es tu padre y se como reaccionará si se entera de que me he puesto en contacto contigo durante estos meses. Hará todo lo posible para que no te vea, me llevará a juicio ángel. Necesito que este sea nuestro pequeño secreto. Soy tu madre Charlotte, por favor.

Hace tiempo que dejé de llamarte mamá.

Colgué el teléfono y no pude evitar que unas lágrimas se escaparan de mis mejillas.
Apenas unos meses después de mi nacimiento, mi madre contrajo una enfermedad muy grave, consiguió superarla y años después volvió a recaer, fue entonces cuando se marchó sin dar ninguna explicación a nadie, sin decir absolutamente nada. Solo me dejó su pulsera de plata con mi inicial grabada y una nota que decía "siempre conmigo ángel". Una simple nota para dejarme claro que se marchaba.

— No tienes porque quedar con ella Charlotte — Janelle siempre me había apoyado en mi decisión de ver o no a mi madre. Ella sabía toda la historia, y a pesar de saberla nunca nos había juzgado, ni a mí ni a mi familia. Lo bueno de mi mejor amiga es que en estos temas sabía ser imparcial, darme su opinión sin posicionarse de un lado ni del otro y era justo lo que necesitaba en esos momentos. — Tu madre te hizo daño y no es justo que utilice lo de su enfermedad para darte lástima.

Caí en el cuenta en ese momento realmente de que mi madre estaba enferma, y ya podía estar muy enferma para llamarme desesperada diciéndome que quería verme. Me remonté entonces a cuando tenía siete años, y me di cuenta de que el cáncer de mama había pasado a ser el Cáncer de mamá.

Volví a llorar toda la mañana.

25 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora