Para empezar esta historia, debemos hablar de una persona muy importante. No Ben, no Marceline. Su nombre es Andie.
Andie es la típica chica que se encuentra detrás de toda pareja y toda situación, detrás de toda historia. Esa típica amiga que es la que siempre abre la boca para desencadenar en el más impecable y sorpresivo caos. Ese ser malignamente maravilloso que provoca que los hilos se muevan y todo tenga sentido. Además, es muy interesante conocerla también, pero todo a su tiempo.
El caso es que fue culpa de Andie que todo esto pasara. De ella y de su boca inquieta. Cuantas veces dijo que eran una pareja ideal, que tenían que dejarse llevar, que se besaran. Claro, lo decía en broma. Pero como una estúpida oración cliché dice: “Entre broma y broma, uno se enamora”. Sólo que no fue Andie quien se enamoró. Sus dos amigas de la infancia, Mars y Ben iban a caer en el precioso -y, a veces, patético- conjuro del amor.
Planteando la situación como tal. Teníamos a una Brienne confundida, solitaria -en un sentido, únicamente, romántico- y aburrida. También estaba Marceline, que definía su bisexualidad como el monstruo del lago Ness, algunos confirman que existe y otros lo niegan. Y Andie, nuestro ingrediente secreto, prendió la chispa de la duda.
Surcando en las mentes de nuestras protagonistas, la señorita An, comenzó a revolver sus pensamientos.
— Vale, entonces, yo le dije que no era el momento de hablarle de eso, porque estábamos ahí, en pleno cine. Y creo que se ha enfadado —los hombros de Andie subieron y bajaron, encogiéndose en sintonía, con gesto despreocupado.— ¿Tú qué dices? Está enfadado, ¿verdad? Ya te lo dije, pero es que ya han sido como dos semanas desde que no hablamos.
— A ver, yo no sé. Igual le molestó. Pero si se enfada por eso, es gilipollas. Vale, quiere saber, pero no puede sólo preguntarte porque él quiere y punto.
— ¿De qué estamos hablando? —se unió, Marceline, haciendo girar su silla de escritorio y dedicando su mirada a ambas.
— Bueno, Andie no sabe si Arthur está enfadada con ella —meneó su cabeza hacia la figura de la de hebras rubias tirada en una cama ajena a su propiedad. Rubia que alzó la mano al ser nombrada.
Marceline se dedicó a pensar unos largos segundos, con la vista en el aire.
— Yo te dije que no le dijeras nada, no sé por qué no me haces caso.
— Y dale. Que ya se lo había dicho antes de que me avisaras... —su voz se amortiguó ante la presión de sus puños en sus mejillas, buscando comodidad.
Durante el intercambio de palabras de Mars y An, Ben se dedicó a jugar con un tierno peluche de tortuga. Típico en la jovencita. La conversación terminó con un suspiro de parte de la rubia, así que tenía turno para hablar.
— ¿Mars, tienes galletas? —cuestionó, con una voz forzadamente dulzona, la de orbes café.
— Ya sabes donde están, si las quieres vas tú a por ellas.
— Madre mía, si están casadísimas. Ah y trae una para mí también —alzó el brazo Andie, aclamando por algo de alimento.
Una mirada con un mensaje que sólo la rubia entendería fue dedicada de parte de Ben. Así que se precipitó a corregirse.
— ¿Sabes qué...? Te acompaño a por las galletas, no te vaya a dar por comértelas todas o algo... —y corrió tras la figura de impropia, que ya había salido del cuarto.
Marceline, al encontrarse sola de nuevo en su habitación, se giró y continuó haciendo los deberes y estudiando. Esperando el regreso de sus dos amigas.
Por otro lado, dichas amigas se encontraban murmurando en las escaleras de una casa que no les pertenecía.
— An, tienes que dejar de hacer esas bromitas estúpidas. Eso no va a pasar. Al principio era gracioso...
— ... Hasta que se convirtió en una posible realidad —interrumpió, cruzándose de brazos.
Los ojos castaños de Andie distinguían perfectamente en la penumbra como su morena amiga se había puesto nerviosa.
— A ver, deja de temblar, Ben. Yo no voy a decir nada. Eso deberías decirlo tú. Pero la verdad, no creo que el hecho de que se enrollen sea malo.
— Andie, no vamos a enrollarnos. No ahora, no después. Nunca. Eso no va a pasar. Sólo son bromas, te hemos seguido el rollo. Eso es todo —plantó sus palabras con total seguridad, pero pronto se delató mirándola con ojos más bien dudosos— Eso es todo, ¿no?
La blonda se pellizcó suavemente el ceño, apretando los párpados para guardar la paciencia. Tomó aire por unos segundos. La contraria clavaba su mirada en ella con suma atención. Finalmente, le tomó de los hombros y comenzó a empujarla hacia la planta baja, completamente rendida. Esa era su respuesta: “Me desentiendo ya de este lío”, aunque no era cierto. Lo sabía ella y lo sabían sus dos amigas de pelo oscuro. Andie iba a seguir con una patita dentro de ese asunto por un largo tiempo.
Es más, se desentendía de hacer entrar en razón a Ben, que se encontraba en un vaivén entre el sí y el no. De quien se tenía que encargar era de Marceline, pero sería difícil sacar el tema de conversación de manera casual. Y más difícil sería obtener la información que quería sin levantar sospechas.
Para cuando ambas volvieron con la señorita Bouquets, ya había terminado todos los deberes y les dedicó una vista que explicaba que habían tardado un siglo en ir por unas míseras galletas.
La tarde continuó con una película -durante la cuál Mars no se mantenía en silencio, comentando todo y poniendo pausa cuando lo creía necesario-, una pequeña sesión de fotos y unas charlas triviales entre amigas. O, tal vez, “amigas”. Cuando fue muy tarde, las intrusas Kings y Ridge abandonaron el hogar de su amiga y tomaron cada una camino a su casa.
Ben dedicó una última mirada a la cabellera rubia que se alejaba en dirección contraria y alzó su vista hasta la ventana del lugar que acababa de dejar. Pensativa, dejó escapar el aire de sus pulmones en un suave resoplido y se adentró en su casa. Había sido una tarde divertida para ella, pero ahora su cabeza estaba hecha un auténtico lío.
Y, en su cama, Mars, ni siquiera sospechaba que estaba empapando los pensamientos de una de sus mejores amigas, atiborrandola con su imagen y sus recuerdos. No obstante, ella tampoco podía negar, que consideraba ideas poco típicas entre simples amigas.
Es que, como ya he dicho, Andie prendió una chispa. Dio lugar al comienzo de algo que no se suponía que pudiera pasar. Pero estaba pasando. Ambas estaban atolondradas mientras ella ni siquiera lo sabía, volviendo a casa ensimismada en la música proveniente de sus cascos, escuchando Ride de Twenty-one Pilots.
Andie Ridge.