Ella era especial, tenía algo que la volvía valiosa.
Y no se referían a su figura, porque ¡Demonios! ¡Qué figura la que ella poseía!
Tampoco tenía que ver su corazón, de todas maneras era un corazón lleno de bondad y servicio al prójimo.
¿Entonces q...
Aklla caminó con tranquilidad por las calles de su ciudad.
Una ciudad en los Andes, llena de relatos de fantasía, una ciudad que parecía sacada de un cuento infantil.
Se sujeto más del abrigo que llevaba, hacía un frío del demonio y aún le faltaba una hora de caminata para llegar a su destino.
Observó a los niños jugar en las calles sin temor alguno, a sus madres cuidandolos desde la puerta de sus casas mientras hablaban de su día.
Realmente le encantaba vivir ahí.
El sonido de su celular interrumpió sus pensamientos, mientras contestaba la llamada.
—¿Aló, madre?—
—Hija, no te olvides de pasar por la tienda antes de llegar al campo.—
—Está bien, hasta más tarde.—
Colgó la llamada y siguió concentrada en el paisaje, tenía que llegar hasta el terreno que su familia poseía para vigilar como iba todo con los agricultores.
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Ya faltaban menos de veinte minutos para llegar.
De un momento a otro comenzó a escuchar una molesta interferencia, seguido de un pitido irritante que le impedía pensar con claridad.
Se detuvo para agarrarse con fuerza la cabeza, como si eso fuera a ayudar a su dolor.
Al abrir los ojos se vio rodeada de tres personas, más altos que ella y con ropa completamente extraña.
Porque, vamos, uno poseía un bozal de perro, otro una máscara de teatro y el último un pasamontañas que cubría su cara por completo.
Pero no era momento de criticar su terrible estilo de moda, lo que debía hacer era correr lo más lejos de ellos.
Retrocedió levemente sin hacer ningún movimiento brusco.
Cuando pudo notar una abertura no lo dudó y se lanzó entre los árboles que habían a los extremos del camino.
Con algo de suerte esos delincuentes no conocerían la zona tanto como ella.
Lo único que necesitaba era llegar a la hacienda, una vez allí estaría más segura con los agricultores.
Tristemente no pudo llegar.
Lo último que vio fue una criatura sin rostro, extremadamente alta y con unos tentáculos saliendo de su espalda.
Los pitidos que había tratado de ignorar se hicieron más fuertes.
Terminando por desmayarse.
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—Operador, ¿Está seguro de que es ella?—
—¿Acaso dudas de mí, Masky?—
—Claro que no, pero...—
—Yo aún no entiendo porque estamos aquí.— Comentó antes de estornudar.— Creo que me voy a resfriar con este frío.—
—Tú nunca sabes donde estás, Toby.—
—Cállate, Masky.—
—Calmense los dos.—
—No te metas, Hoodie.— Hablaron ambos al mismo tiempo.
—Basta.— Los tres proxys se callaron ante el llamado de su jefe.— Masky, cargala, tenemos un largo camino por recorrer.—
—Sí, operador.—
Con ayuda de los otros dos, lograron subirla a la espalda del de máscara.
—¿Y qué tiene de especial esta niña como para haber cruzado todo el continente?— Preguntó al aire el más pequeño.
—Esa niña se llama Aklla, y muy pronto sabrás que la hace tan especial.—