Reconoció enseguida el cuadro en el recibidor. –Veo que lo has vuelto a colgar.
–Sí, he puesto una alarma. Con un sensor en el dorso del marco que manda un aviso a la policía si alguien lo toca. Ahora debo de tener mucho cuidado, desconectar el sensor antes de limpiarle polvo. -lo dijo sonriendo, mientras pasaba a la cocina-.
Recordó la fatídica noche que murió Antonio Villalobos Díaz, el marido de Loli Fuertes.
Cómo subió los escalones de tres en tres, con las prisas perdió una zapatilla en el camino, pero no retrocedió a recogerla. Se encontró al vecino tendido en el suelo, parecía muerto. Era más grave de lo que imaginó, su mujer gritando y pidiendo auxilio. Se arrodilló, le tocó el cuello, no notó el pulso, no respiraba, sin ser médico podía atestiguar su muerte. A lo largo de su vida tenía vistos muchos cadáveres.
Cómo entró en la casa del vecino asesinado y llamó a su comisaría. Mientras, residentes de esa planta estaban intentando calmar a la mujer e iban llegando otros convecinos del edificio alertados por los gritos y la curiosidad.
Cómo solicitó una ambulancia, un juez y una pareja de policías. La noche se complicaba intuyendo que se tendría que hacer cargo del asunto, al haber sido el primero en llegar, la proximidad de lo ocurrido, prefirió dejárselo a los compañeros que viniesen. Estuvo presente en el interrogatorio. Moralmente se sentía obligado, eran vecinos que aunque no amigos, se saludaban cuando se encontraban en el ascensor. Era de agradecer en estos tiempos que corrían.
Cómo su semblante cambió, no esperaba que avisaran a ese inspector, sabía que cabía esa posibilidad, ese fue el detonante que hizo que se decidiera a no intervenir en el asunto, no deseaba tener un acercamiento ni colaborar con esa persona. A pesar de todo, lo saludó; el inspector Juan Ramírez, de treinta y ocho años, con su metro noventa, su corpulencia no pasaba desapercibida, lo acompañaba el subinspector Emilio José Hernández, de treinta. Los puso al corriente de lo sucedido, sabía poco, apenas pudo hablar con su vecina.
Cómo se desarrollo la conversación entre Juan Ramírez y Loli Fuertes. De esa manera se enteró de la historia del cuadro. Recordó las palabras de ella: En ese testero colgaba un cuadro de Paul Gauguin: “El baile de las niñas bretonas”. Era un boceto original, con la firma del propio pintor. Gauguin vivió su infancia en Perú. Antonio y esa familia limeña con la que convivió el pintor están emparentados, y a la muerte de su padre, mi suegro, mi marido heredó ese boceto”.
Cómo se quedó con ella, mientras los compañeros rastreaban la casa en busca de huellas. El cuadro apareció detrás de la puerta de la cocina, pero el crimen aún sin resolver.
La siguió hasta la cocina.
Fragmento del libro "ENCRUCIJADAS DEL DESTINO" que en breve se editará.
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RELATOS CORTOS
Adventure"Desengaño Editorial", en la antología de relatos del Premio Internacional de Relatos Mil Palabras "El Escritor" publicado por Ediciones JavIsa en Abril de 2012.