''Yo me alejaba caminando,
pero ella es tan hermosa, que hizo que me quedase.
No sé su nombre, pero espero que ella sienta lo mismo.
Así que aquí voy otra vez, ella tiene mi corazón de nuevo.
Esta noche, bailaremos,
yo seré tuyo, y tú serás mía.
No miraremos atrás,
toma y mano y brillaremos.
Ella necesita un corazón salvaje,
yo tengo un corazón salvaje''.
Capítulo 1.
California era tan bonita que me hacía olvidar a ratos que estaba tan cansada. El viaje desde Australia hasta aquí me había agotado un montón, sobre todo porque hasta hacía una semana yo me quedaba en mi habitación quemándome las pestañas estudiando, aún cuando eran las tres de la mañana y sólo me quedaban cuatro horas para dormir.
Sin embargo, supongo que había valido la pena, después de todo. Mis padres y los de Agatha habían acordado enviarnos a ambas a la casa de mis tíos en una de las playas más hermosas de California, donde yo había pasado la mayor parte de mi vida vacacionando, gracias a que nos habíamos graduado con honores de la preparatoria hacía apenas tres días. Ellos no querían perder tiempo para que nosotras tuviésemos unas vacaciones completas.
Mientras caminábamos fuera del aeropuerto para coger un taxi (nos habíamos negado a que nuestros tíos vinieran a buscarnos aquí utilizando la rústica camioneta del tío Jason, y en parte porque éramos mujeres independientes y maduras... un poquito), Agatha se detuvo y tocó mi brazo, mirando hacia el otro lado.
-Santo cielo, espera -dijo, con su voz gruesa y ronca. -Acabo de ver algo que absolutamente tengo que tener.
-No, no puedes -repliqué, rodeando su delgada muñeca con mi mano. -No es como si yo quisiese estar parada aquí mientras tú haces las compras.
-Pero sólo será un segundo -insistió, girando la cabeza hacia lo que sea que ella haya visto y que ahora quisiera comprar. De seguro algo totalmente inútil que sólo utilizaría por un día, y que luego arrojaría a lo más hondo de su clóset, como siempre. -Es que, tengo que tenerlo.
-Creí que habías comprado lo suficiente en Australia -me crucé de brazos.
-No lo suficiente -insistió. -Son las vacaciones enteras, ¿qué tal si olvidé algo? Ésta podría ser mi última oportunidad, te lo juro. Luego podrías arrepentirte de haberme obligado a irme sin esa camiseta, y...
-Vale, vale, ya -la interrumpí. -Ve a comprar la camiseta, pero tienes que prometerme que será rápido.
-Sí, seguro, sólo tomará un momento, lo prometo -dijo, dejándome sus maletas a mis pies e ignorándome, como siempre. La mayoría de las veces, Agatha era demasiado despistada, interesada únicamente por las cosas que brillan y por las apariencias físicas, sin poder ver más allá de su nariz. Por esa razón, juro por Dios que ya estaba ideando un plan mental para escapar de alguna situación crítica que Tata pudiera desencadenar sin querer, como incendiar un carrito de pretzels o derribar a una anciana.
Suspiré, con fastidio, mientras miraba los taxis pasar frente a mí y sin poder coger ninguno ahora mismo. Tan cerca y tan lejos. Volteé hacia donde se suponía que se estaba dirigiendo Agatha, y la observé entrar a una tienda de ropa Hipster donde rara vez podría verla a ella entrar. Entonces supe que ella sólo estaba haciendo esto porque necesitaba gastar los trescientos dólares que le quedaban en su tarjeta de crédito antes de que su padre pusiera más en sus fondos, fondos que deberían ser únicamente para artículos de camping, comida, o para lo que necesitara de la preparatoria o, en este caso, la Universidad. Pero no, en vez de eso, allí iba ella, entrando a una tienda hipster para comprar lentes redondos oscuros, una corona de flores artificiales o una camisa con un gran 420 escrito en ella en colores rastafaris. Sinceramente, no podría imaginármela poniéndose una cosa como esa, pero nunca le digas a Agatha Routh algo como eso, que te estampa el tacón en la nariz.