Unica parte

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Soy un hombre severo. Sin embargo, cuando conocí a Sungmin, creí haber cambiado. Y sin duda fue así, sé que algo sucedió en mi interior, pero soy de la opinión de que las personas en realidad no cambiamos. Solo fingimos hacerlo cuando nos promete algún beneficio. Con los años, simplemente nos volvemos más como somos.

Antes de comenzar mi historia, quiero dejar en claro que el propósito de este relato, no es, de ninguna manera, ser una catarsis. La catarsis ya está hecha y no siento ninguna culpa. Como verán más adelante, no actúe de forma correcta. Este relato no es más que una advertencia. Ténganlo presente.

Conocí a Sungmin la tarde de un lunes. Hacía tres años que yo vivía en Busán, Corea del Sur. Mis padres estaban al otro lado del país, en Gunsan. Lejos, muy lejos: como siempre los había deseado. Se hacían presentes cada sábado, cuando el teléfono de mi piso sonaba a las siete de las mañana y yo me apartaba de mis libros y les daba las respuestas de siempre. Que teníalas mejores calificaciones de mi curso. Que seguía soltero. Que estaba bien de dinero. Todo era cierto, jamás les mentí. Nunca tuve la necesidad de hacerlo o quizás jamás tuve ganas. Las mentiras agotan. Las mentiras tienen patas largas. ¿Qué habría sido del mundo si no fuese así? Por eso no soporto la mentira. No soporto la mentira, la hipocresía, la vulgaridad, la inmadurez ni la estupidez.

A veces no soporto a las personas. Y cuando mis padres me pidieron que le diera clases a Sungmin, hijo de uno de sus socios, al principio me negué. No quería relacionarme con un niño mimado, uno de esos niños que tanto había detestado durante mi adolescencia y que sigo detestando. No estudiaba para ser profesor. La enseñanza nunca me atrajo. Lo mío era la investigación en soledad y en la universidad tenía fama de antisocial. Muy cierto. Y no hice nada para cambiarlo.

¿Qué si no me sentía solo? Claro que sí. Todos los seres humanos necesitamos compañía. Pero yo no encontraba a la persona adecuada, alguien que se amoldara perfectamente a mí, a mis necesidades. Las mujeres iban al baño en grupo, los hombres jugaban al basketball los sábados. Más de una vez me invitaron, pero rechace sus invitaciones con educación. No les dije que sus deportes me parecían una pérdida de tiempo. Tenía una bolsa de boxeo y una cinta de correr en casa. Jugaba al ajedrez en las salas de juegos online, a armar el cubo de Rubik las tardes lluviosas. 

Yo necesitaba alguien que amara las ciencias, que compartiera mis inquietudes, mis horarios y mi manía por la limpieza y el orden. Alguien con quien pudiera intercambiar conocimientos, alguien con quien investigar el enfrentamiento de los átomos, que me venciera en el ajedrez y que no tuviera vicios. Alguien como yo. Un clon de mí mismo. No me importaba que fuera hombre o mujer porque desde siempre me he sentido atraído por ambos sexos. De las mujeres me fascina el cabello largo y cuando me acostaba con prostitutas les pagaba para que me dejaran fotografiarlas con la cabellera desparramada en mi almohada. Con respecto a los hombres, los prefiero delgados. Siempre he sido más precavido con mis amantes varones, me inspiraban desconfianza.

Mi padre me pidió por favor que aceptara. Los padres del chico eran unos inversores alemanes muy adinerados. Le dije que lo pensaría y así lo hice. Lo que pensé fue lo siguiente: Puedo hacer que el chico me odie. Puedo hacer que él mismo no quiera que le dé clases. Y con esa idea fui aquella tarde al bar donde lo cite. 

Le dije que lo esperaría en la mesa que estaba junto a la ventana y que luego podríamos irnos al primer piso o, si lo deseaba, a la terraza. Llegue quince minutos antes, subí al primer piso y me senté en la mesa más cercana a las escalera. Desde allí lo vería aparecer.

Llego cinco minutos antes, cosa que me sorprendió. Esperaba que llegara tarde.

Era normal para su edad, ni muy alto ni muy bajo. Vestía un uniforme escolar verde. Se sentó junto a la ventana, dejo su mochila en la mesa y se quitó la gorra gris del uniforme. Tenía el cabello muy rubio, casi blanco. Cuando se le acerco el camarero, supongo que le dijo que estaba esperando a alguien. Pasados un par de minutos, saco de la mochila un cuaderno de dibujo y un lápiz, fijo la mirada en algún lugar fuera de la ventana y empezó a garabatear, desentendiéndose del resto del mundo. Eso me intrigo y deje de mirarlo a hurtadillas.

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