Veintidós años antes, 1997.
Los rumores corrieron como la pólvora. Siempre lo hacían. Cada uno de los residentes de palacio se había enterado de una manera u otra. La reina había roto aguas después de la comida de ese mismo día y lo había hecho antes de tiempo.
El rey, convencido de que su hijo debía nacer en el mismo palacio en el que él había nacido, había trasladado su residencia durante las últimas semanas, llevándose a todo el personal y negándose a que su heredero naciera en un hospital.
Y ahora, sin llegar a salir de cuentas, la reina iba a dar a luz a quien sería el siguiente monarca de su gran nación. La emoción y los nervios se respiraban en cada lugar del palacio.
Las apuestas, prohibidas por el rey, habían surgido inevitablemente, y si prestabas atención distinguirías varias posibilidades, ni siquiera conocían el sexo, la reina se había negado a pasar exámenes para saberlo, desobedeciendo los deseos del rey, y esa era la apuesta del día. También había otra, una que Desmond prefería no escuchar y que también circulaba por el reino, que incluían un final menos feliz. Había quien rezaba y había quien bebía, a la espera de celebrarlo, era un gran acontecimiento
Y era en un bar, que tenía la puerta abierta de par en par, hasta arriba de gente, donde estaban esperando tres de los guardaespaldas más conocidos de su majestad, cenando, bebiendo y esperando para celebrar el feliz acontecimiento. Todavía llevaban las gabardinas oscuras del uniforme, pero no estaban de servicio. Tenían los platos vacíos, al igual que los vasos de chupitos vacíos por encima de la mesa, pero esos segundos los volvían a rellenar cada vez que se quedaban sin nada.
Dos de ellos, de edad similar, reían mientras brindaban cada pocos minutos, deseosos de que su país al fin tuviera un infante que terminara con la disputa por corona. El tercero era el más joven de ellos, con el pelo negro como una noche sin luna y la corbata aflojada los miraba en silencio, con una mueca divertida en el rostro, Desmond tenía varias botellas de diferentes bebidas alcohólicas vacías a su lado y otra que se vaciaba con facilidad en su mano, se había cansado de la nimia cantidad de los pequeños vasos que sus amigos bebían.
Sentía el calor subir por todo su cuerpo, su mente se distraída, pero no lo suficiente. Su celebración le iba a dar un profundo dolor de cabeza al día siguiente.
—¡La reina ha entrado en labor de parto! —chilló alguien que estaba lo suficientemente cerca de la televisión como para escucharla. Los gritos y aplausos se comieron su voz y una ola de viento otoñal entró en el local.
Ayers y Powell levantaron sus vasos de chupito y volvieron a chocar los cristales. La tradición no había cambiado, la celebración había mejorado mucho, pero no había habido un nacimiento real desde hacía años. En su país, donde la monarquía mantenía su importancia y poder, suponía un acontecimiento muy importante. Después de beber, el Powell frunció el ceño, percatándose de algo.
—¿Dónde está Akins?
—De guardia —respondió con voz ronca Desmond dando otro trago y terminándose la botella—, estará muy ocupado en palacio, y más en un día como hoy —miró el cristal vacío y levantando la cabeza hacia el camarero gritó—. ¡Otra de estas!
—¿Estás bien Desmond? —le preguntó Ayers que se había fijado en él y en la cantidad de bebida que llevaba encima.
—Claro que sí, estoy deseoso de saber a quién deberemos proteger hasta que nos jubilemos —respondió a quien era como un padre y un hermano desde su llegada a la capital y sonrió al recibir otra botella ya descorchada.
—Nunca has sido un buen mentiroso amigo mío. Ya sé lo que te ocurre —Desmond perdió el color de la cara—. Te encantaría estar siguiendo cada paso del capitán en palacio.
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Los secretos de una vida©
Teen FictionDesmond ha servido al rey desde que nació, con devoción, lealtad y honor ha arriesgado su vida por él. Le ha visto crecer y convertirse en un hombre que hace lo que desea por encima de todo, incluso de la ley. El país está al borde de la revolución...