Capítulo 2: Hielo.

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- ¡Klaus, dame mi libro, por favor! - La voz tras la puerta de madera se notaba nerviosa, seguida tras golpes que se repetían cada pocos segundos. - ¡Es muy importante para mí! - Otro par de golpes contra la puerta, y ninguna respuesta.

El niño de cabello ceniza sentía como su garganta se creaba un nudo de impotencia, los ojos se empañaban como los vidrios en un día de invierno y las manos ya se podía apreciar un leve color rojizo.

- ¡Nunca! - Respondió la voz de Klaus levemente, como si estuviera alejado de la puerta pero, a su vez, era lo suficientemente clara para que el menor lo escuchara sin a duras penas problema.

- ¡Por favor! - Insistió, nuevamente, pero en esta ocasión no hubo ningún golpe contra la puerta, sino que el muchacho de no más de cuatro años decidió quedarse de pie frente a ésta fijando la mirada. Él quería creer que, si lo intentaba con cierta insistencia, el niño tras la puerta se lo devolvería.

- ¡Pero si no entiendes ni la mitad de estas palabras! - Klaus comenzó a reírse, como si fuera la cosa más divertida del mundo. ¿Un niño de cuatro años leyendo un libro sobre la guerra? ¡Hilarante e imposible! Sonaba ridículo que él pudiera entender aquello.


- Klaus, dale el libro a tu hermano ahora mismo. - Una voz serena pero firme se escuchaba en ese mismo momento, y éste enmudeció. - Debéis de aceptar vuestras diferencias. - Continuó, y en ese mismo instante se escuchaban pasos dentro de la caseta de madera. La puerta se abrió y Klaus sonrió con cierto nerviosismo.

- ¡Está bien, está bien! - Con un gesto de desdén devolvió el libro al menor, acto seguido observó al hombre de cabello caoba que lo observaba con un temple indulgente.

- Estos son mis muchachos. - Dijo el padre mientras cogía a los dos niños con ambos brazos, un abrazo grupal que destilaba calidez en ese mismo instante. Ambos niños sonrieron al mismo tiempo y se pegaron más al adulto.


Ahora mismo, pese a que el sol golpeaba débilmente, el suave viento fresco hacía la estancia en el paraje mucho más llevadera. El padre y sus hijos seguían abrazados un rato más, como si el mayor de los tres no quisiera que ese instante se desvaneciera tan rápido como él mismo lo había creado.


- Kyle, ¿qué tiene ese libro de especial para ti? - Preguntó el pelirrojo después de soltar a sus hijos. Su rostro era amable y muy similar a la del menor, la diferencia era que Kyle tenía un par de pecas difuminadas sobre la nariz respingona.

El rubio agachó la cabeza y dio un paso atrás. Se mostraba tímido, como si se avergonzara de darle a su padre una respuesta ridícula. Mientras tragaba saliva, cubrió con los brazos el libro y de pronto una leve media sonrisa se asomaba por sus labios.

- Los dibujos. - Fueron las palabras que salieron de su boca, pero lo dijo con tanta suavidad que tanto el padre como el hermano no alcanzaron a escuchar, lo cual provocó un ligero nerviosismo al menor.

Tanto padre como hijo se le quedaron mirando durante unos rápidos segundos, lo suficiente para que, al unísono, dijeran la palabra 'Dibujos'. Se miraron, impresionados por decirlo a la vez, y seguidamente ambos se echaron a reír ruidosamente.

- Volvamos a casa, no es seguro estar aquí de noche, muchachos. - Ahora su padre cortó de golpe todo el buen humor del momento para dejar paso a un tono más serio. Ambos menores lo miraron, pero no dijeron absolutamente nada. Los dos sabían que, durante las noche, el lugar no era seguro por la escasa iluminación así que sólo se limitaron a asentir y, al momento, salieron escopeteados en dirección a la casa.


La tarde pasó con rapidez, y pese a que los menores se dedicaban a perseguirse de habitación en habitación, el padre tenía la sensación de que aquella noche iba a ser diferente a las demás. No sabría explicarlo, era algo así como cuando tienes un pálpito que no se te pasa hasta que no ha pasado ese momento impensable.


Una vez caída la noche los tres estaban sentados en la mesa, cenando como cualquier otra noche. El padre, intranquilo, miró a sus hijos y por un instante su mente le dejó un segundo de tranquilidad para que disfrutara de la escena. Los menores lo miraron, primero el menor y luego el mayor.

- Padre, ¿pasa algo? - El menos lo miraba con los ojos abiertos como platos, casi como si pudiera atravesar su cráneo y meterse en su cerebro. Una mirada que no mostraba preocupación pero sí cierta curiosidad.

El mayor de los hermanos se mantuvo en silencio, observando la escena. El padre lo miró y a los pocos segundos alzó las cejas, un gesto automático. Casi parecía que ambos hablaban telepáticamente, pero no hacía falta. - Está cansado - Murmuró el mayor.

Kyle no estaba del todo seguro de  lo que pasaba en ese momento, pero las palabras de su hermano mayor no parecían contundentes, lo cual aumentaron más su curiosidad.

- ¿Te gustaría ver algún día a los lobos, Kyle? - Las palabras de su padre borraron todo rastro de curiosidad del menor, pero sintió como un cosquilleo entre los dedos. Era una cosa que Kyle quería ver algún día, pero él era demasiado curioso para olvidar con facilidad.

Asintió, efusivo, pero no sin antes preguntar algo que lo inquietaba. - Padre, ¿recuerdas cosas?

El padre no entendió la pregunta, así que el menor volvió a repetirla de la misma forma, a lo que al final cayó en la cuenta. Le estaba preguntando si recordaba sus sueños, así que asintió y acto seguido siguió comiendo de su plato.


La cena fue silenciosa después de que Kyle preguntara a su padre sobre los sueños, y una vez terminado y recogido todo el menor se acercó a su padre.

- A veces sueño que una niña estira su brazo hacia mí. - Usó un tono alegre, como quien le cuenta algo súper interesante a alguien. - ¿Sabes? Daba miedo. - Su tono no varió, pero sus ojos parecieron un poco apagados tras decir esas últimas palabras.

El padre, con una enorme y remarcada sonrisa levantó al menor del suelo y lo sentó sobre sus piernas. Ahora estaba interesado en lo que decía su hijo, quería escuchar aquello que quería decir pero que, a su vez, se resistía a decirlo.

- ¿En serio? - Un falso gesto de sorpresa se observaba entre la cara del pelirrojo. - ¿Y por qué te daba miedo? ¿Era una pesadilla? - El padre, ahora curioso de la posible respuesta del menor, entrecerró los ojos y los enfrentó contra los del rubio.

- No estoy seguro. - Kyle esbozó una sonrisa bobalicona y se hizo el loco, como si se hiciera de rogar. - Sus ojos eran fríos como el hielo, padre. - Pese a la sonrisa, poco a poco la iba quitando de su rostro para dejar paso a un bostezo.

- Klaus, lleva a tu hermano a la cama, ¿quieres? - Un gesto con los dedos y el mayor de los hermanos dejó lo que estaba haciendo para ir hacia ellos. - Mañana hablamos, ¿vale? - Miró al menor casi dormido y éste asintió lentamente.


Cuando sonó el reloj marcando la medianoche el padre miró hacia el techo, balanceando levemente la silla de madera. Ahora mismo su mente estaba perdida en algún lugar de su memoria, tan lejos que hasta él mismo casi creía que lo había olvidado.

Ya llegando la una de la madrugada el pelirrojo se levantó y se acercó a la enorme chimenea. Palpó un par de ladrillos al azar y, tras hallar el escondite, sacó una caja de madera. Dentro habían cigarros ya hechos y un mechero; acto seguido se llevó uno a los labios y se dirigió hacia la ventana.

Se dispuso a repasar todo lo que había ocurrido a lo largo del día con una expresión amarga mientras miraba a la oscuridad, se encendió el cigarro con calma y después de la primera calada frunció los labios.

Era interesante lo que Kyle le había contado, porque sólo él entendía a la perfección el valor y el significado de esas palabras. Otra calada y esta vez da la espalda a la ventana. Quizá su hijo menor fuera más inteligente de lo que creía, o puede que eso sólo fuera mera coincidencia.

- Hielo... - Tiró el humo y la mitad del cigarro lo escondió entre el hollín de la chimenea. - Quizá... - Murmuró para sí mismo y seguidamente negó con la cabeza. Coincidencia, sí, eso debían de ser ya que el menor desconocía todo lo que rodeaba a su pasado. Y así debía de ser.

Entre las olas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora