Capítulo 3: Culpa.

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Palabras. A veces éstas son tan afiladas como un cuchillo, y otras simplemente se marchan tan rápido como fueron lanzadas. El poder de la palabra puede hacer mella hasta en el corazón más helado, siempre y cuando se digan en el momento indicado. No somos de piedra.

El verano llegó tan pronto como lo hicieron los pájaros cerca de la casa de Hellen. El calor, insoportable y abrasador, golpea sin ninguna piedad pese a que verano siempre se ha considerado como meses de diversión para los niños. Por el contrario, para Hellen era sinónimo de infierno.

Insectos molestos que se cuelan entre las rendijas de las ventanas, calor asfixiante que hace que tu piel sea similar a la de un caracol por la viscosidad que se siente, olores que no siempre son fáciles de quitar aunque uno mismo lo intente; y lo peor, una madre que amaba el verano casi tanto como la navidad. 

- Cielo, deberías ser más niña y jugar menos a ser adulta. - La madre mira de reojo a su hija, pero su atención se deposita en el exterior. Un tiempo maravilloso para posibles momentos maravillosos, o al menos así pensaba la mujer.

Hellen no decía absolutamente nada, tan solo se limitó a poner los ojos en blanco y emprender su camino hacia el salón. Pero su madre negó con la cabeza.

- No, no, no. Estos meses nada de meter la nariz en los libros. ¡Disfruta! ¡Juega! ¡Haz nuevos amigos! - El tono vigorizado de su madre detuvo a Hellen antes de adentrarse por el pasillo, y aunque la menor no se giró para verla, ella sabía a la perfección el gesto que hacía su hija.

- No. - Fueron las únicas palabras que salieron de su boca. Lentas, tajantes y sin ningún atisbo de duda pese a su corta edad. No había cosa que pudiera utilizarse en su contra, porque para ella lo más importante era evitar a su madre todo lo que pudiese.

La madre se gira hacia ella con un gesto de desaprobación, no veía bien que una niña de ya cinco años fuera tan aburrida. ¿Es qué no había sacado nada bueno de ella, su madre? Pasados los segundos avanza hacia ella, y una vez a su lado la mira con una calurosa sonrisa. 

- Eres una niña, no lo olvides. - Sus palabras, simples, sólo consiguieron que Hellen torciera la boca y mostrara un gesto completamente negativo. - Eres lista, pero todo el mundo tiene su momento, cariño, recuérdalo siempre. 

Un pesado suspiro salió de los labios de Hellen, y ésta lanzó su mirada más severa hacia su madre. Pese a ser una niña, que lo sabía, ella estaba completamente segura que "dejarse llevar" no era compatible con lo que ella misma entendía. ¿Un niña? Bien, ella era una niña pero su madre no aceptaba que ella se consideraba diferente.

Volvió a negarse, y aunque esta vez su madre cambió el gesto cálido a una expresión más triste, ella apartó la mirada y se marchó pese a que su madre volvía a hablar con ella con sus negativas. Era su vida, no hacía nada malo, y sobre todo porque era consciente de que no a todo el mundo le gustan las mismas cosas.


El sol ya estaba en una buena posición, declarando que las horas más calurosas habían pasado, dejando así paso a la tarde. La madre de Hellen estaba lanzando trajes de baño desde el armario hasta la cama mientras murmuraba palabras ininteligibles. 

Hellen, por el contrario, estaba tumbada en su cama junto a una fila de libros que la rodeaban como si emulaba que eso fuera un muro que la protegía o la volvía invisible del énfasis de su madre. Miraba al techo, pensado en cosas que para ella eran importantes pero sobre todo pensaba en aquella tarde en la que su madre no respondió a la pregunta sobre si tenía hermanos.

- ¡Helen! ¿Estás preparada para ir al lago? - La voz de su madre se escuchaba a través del pasillo, pero la menor no ofreció ningún tipo de respuesta. -¡Ah, por cierto! ¿Recuerdas al hijo de Thomas, Elvis? Pues vendrá también con nosotras.

Entre las olas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora