Sofía salió de su departamento apurada, tenía planeado ir más temprano a comprar comida. Estaba completamente segura de que sus medias no eran iguales, y el pensamiento la atormentó desde el momento en que se le ocurrió.
El inclemente sol de la ciudad se asomó detrás de una nube al mismo tiempo que Sofía empezaba a cruzar la calle, se cubrió la cara con las manos en lo que llegaba al otro lado de la acera. Estaba aún algo cansada, había sobrestimado la cantidad de sueño que podría tener trabajando en un bar nocturno, por lo que aún durmiéndose a las 3 a.m, planeaba levantarse a las 9 a comprar provisiones.
Pasó delante de Ukogner y volteó a verlo. Se veía mucho menos vistoso en el día, Sofía se preguntaba porqué Jon no había pensado en poner algún tipo de letrero, seguramente no eran pocas las personas que no sabían que el local existía. Sofía tropezó con un hombre que estaba quieto en la acera.
-Disculpeme, iba distraída -dijo Sofía, al tiempo que miraba hacia arriba para ver a su interlocutor. Era un joven alto de cabello poco arreglado, usaba lentes de pasta negros y una chaqueta negra con una cámara de fotos entre las manos, con un anillo en el anular derecho.
-Aceptare tus disculpas por ir distraída solo si te disculpas por no tutearme, llevo tres semanas escuchando a gente mayor que yo llamándome "señor", y no estoy nada feliz al respecto -dijo sonriendo mientras le extendía la mano del anillo- mucho gusto, Víctor Herrera.
Sofía estaba asqueada por el sujeto que tenía delante.
La única razón por la que alguien le diría su nombre a un desconocido es por la confianza de que lo reconoceran. Por supuesto que Sofía sabía quien era Víctor Herrera, un fotógrafo muy famoso, se había hecho conocido hacía unos años por el apadrinamiento que le hizo Alfred Young.
Seguramente pensó que Sofía sabría eso porque tenía pinta de hipster. No que no lo fuera, pero estaba loco si pensaba que ella lo iba a admitir.
Sofía había tenido su época de "artista", era buena dibujando, y pensó que iba a encontrar su futuro en eso cuando era adolescente, pero el mundo no había tardado en demostrarle que tenía sus esperanzas puestas en el lugar equivocado, su padre nunca fue tímido en hacerle recordar que su sueño de ser una dibujante era igual de ridículo que cuando tenía 6 y quería ser cantante, eso frustraba a Sofía en varios niveles. Primero porque su voz en verdad si era linda, dicho por todas las personas que alguna vez la escucharon cantar (excepto su padre), y segundo porque si bien no era precisamente una genia dibujando, tampoco lo eran precisamente todos los artistas que se hacían famosos, y tenía delante al ejemplo perfecto de eso, Víctor Herrera no era más que un artista pretencioso, no quiso publicar su primera colección hasta que no se cambió el apellido por el de su esposa, y todas sus fotos eran iguales las unas de las otras, solo tomaba fotos oscuras de cualquier estupidez que viese en la calle y como tenía su nombre pegado a ella los ancianos babosos ya se agarraban los bigotes diciendo
"Magnífico", "Insuperable, "Irrepetible" y todas las palabras grandilocuentes que pudieron googlear antes de escribir sus artículos. Aún con el odio carnal consumiéndola por dentro, Sofía le sonrió de vuelta y le estrechó la mano con un entusiasmo sarcástico.
-Mucho gusto, señor Víctor. Que tenga un buen día - dijo, antes de soltarlo y caminar detrás de él, notando como éste se volteaba a verla confundido. Sofía sabía que había sido una perra, pero eso no la detuvo de caminar apresuradamente hacia el mercado.
Jon le había anunciado que se le iba a depositar una suma por cada noche que fuese a trabajar, era una cantidad de dinero ridícula para el trabajo que había hecho ayer (sobre todo considerando que casi lo golpeaba), pero necesitaba la plata con demasiada urgencia como para ponerse moralista al respecto, e igualmente dudaba que Jon fuese a escucharla de todas maneras. Lo único que le había advertido es que faltar un día significaba el despido inmediato a menos que hubiese una justificación, entre las que nombró: terremotos, huracanes, enfermedades que no le permitiesen caminar o la muerte.
"Qué lindo jefecito", pensó Sofía mientras llegaba a la tienda. Aún con la culpa en ella, compró todo lo que pensó que podría llegar a hacerle falta en el futuro, metía la comida en el carro más por inercia que porque la encontrara atractiva, el cajero la miró con los ojos muy abiertos cuando fue a pagar. Si los hombres supieran lo babosos que se ven al poner esa cara por ver a una chica linda entenderían porque se sienten tan solos y patéticos.
Sofía volvía sobre sus pasos con las compras en las manos, aún con todo lo asqueroso que fuese ese departamento, estaba cerca de todo lo que quería estar, y
lejos de todo de lo que quería alejarse.
Cuando subió las escaleras hasta el piso 15 (porque obviamente el ascensor no funcionaba) y llegó al departamento, guardó las compras entre bostezos y se acostó en el sofá. Dándose cuenta de lo bien que le sentaba su nuevo trabajo nocturno, Sofía nunca había sido buena levantándose temprano (o levantándose en general), pero con su nuevo horario era obvio que no tenía nada de qué preocuparse.
No podía dejar de pensar en el baboso de Herrera,
¿quizás su odio no era más que envidia?, Sofía no descartaba la posibilidad, pero el estar celosa no le quitaba el derecho de estar molesta al respecto. Sus maletas aún estaban puestas sobre la mesa, era su cuarto día allí y aún no había comido nada.
Resignada, se tiró de espaldas sobre el sofá, se acurrucó en él abrazando un cojín, intentando apartar a Víctor Herrera de su cabeza, convenciendose que tenía que hacerlo muy bien hoy en el trabajo para compensar por el desastre de la noche anterior. Sofía parpadeó con fuerza hasta que le dolieron los ojos, y entonces fue cuestión de tiempo para que se quedara dormida.