Los meses pasaron inadvertidamente mientras Sofía y Conrad manejaban Ukogner con un monótono pero enérgico entusiasmo, gradualmente la asistenta terminó por insensibilizarse a las cosas que pasaban en el bar hasta el mismo nivel que el barman, llegado un punto donde incluso alternaban sus tareas turnándose. Aún cuando Sofía estaba bastante nerviosa respecto a servir las bebidas a un cliente, según Conrad a los clientes de Ukogner les podrías servir jugo de fresa o vodka y no notarían la diferencia.
Aún con la línea entre maestro y aprendiz volviéndose borrosa, ambos eran necesitados en la barra cuando había un cliente, Sofía lo veía como una rutina del policía malo y el policía bueno, pero Conrad le explicó que en realidad la importancia de estar los dos presentes era cuán diferente podría actuar una persona hablando con alguien del mismo sexo cuando las circunstancias lo ameritaban.
-¿Recuerdas a María Mercedes? -le preguntó Conrad.
-¿Cómo olvidar a la evangélica de tus sueños?
-¿Recuerdas como a mi solo me respondía preguntas puntuales, pero solo se abrió cuando tu te sentaste con ella?
-Oh.
-Oh si. Cambiamos nuestra forma de expresarnos dependiendo de a quien nos estemos dirigiendo, estar borracho no cambia eso. Ni siquiera es voluntario, es la misma razón por la que los hombres le contarían algo de manera muy distinta a un amigo que a su novia.
-¿No te parece que eso es algo sexista?
-Podrías decir que sí, pero no creo que sea correcto demonizar todas las distinciones de género, no todos los hombres se sienten comodos hablando de sus sentimientos con otros hombres, universalmente todos estamos de acuerdo en que es menos probable que una mujer se burle de como te sientes. Algunas incluso lo encuentran atractivo.
Conrad tocaba la puerta de Sofía cada vez que tenía una idea o pensaba en algo que quería decir, ella no estaba siempre interesada en lo que decía, sobre todo por lo largos que eran sus discursos, pero le parecía interesante lo que una persona como Conrad pensaba de cosas como el socialismo, la religión, o incluso las papas fritas. Conrad seguía sin explicar mucho sobre su hogar o su familia, le
daba la impresión a Sofía de que no los tenía en muy alta estima.
En contraste, Sofía no acostumbraba a abrirse con Conrad, tenía miedo que alguien como él pudiera considerar sus preocupaciones y opiniones como algo estúpido. Las pocas veces que intentaba empezar a hablar, se ponía nerviosa por la atención e importancia que Conrad parecía darle, por lo que solo terminaba su punto tan rápido como podía para poder volver a resguardarse en el silencio.
Acababan de despedir a un señor recién divorciado que no estaba seguro de si su hija era en verdad su hija, al salir estaba decidido de ir a buscar a su vecino con quien su esposa le había sido infiel, aunque completamente seguros de que eso no iba a acabar bien, Conrad y Sofía se fueron a dormir con la satisfacción de un trabajo bien hecho.
-Conrad -llamó Sofía.
-¿Si?
-Dejé la lista de las compras en la barra, por favor levantame temprano para que vayamos al mercado.
-¿Por qué tengo que acompañarte? -protestó Conrad entre bostezos.
-Porque no fue mi idea darle al señor Mendoza muestras gratis de tu nueva receta de camarones con jamón, así que no seré yo quien pague.
-Es increíble lo rápido que pasas de dulce esposa a suegra malvada con el colesterol alto.
Sofía no pudo evitar sonrojarse, pero solo le levantó el dedo medio antes de cerrar la puerta. Se cambió su uniforme por una camisa larga que usaba para dormir, sonrió
al espejo al ver como ya no podía ver el contorno de sus costillas, no recordaba verse tan saludable desde que tenía 15 años. Fue ante esa realización que Sofía recordó que había cumplido 20 hacía tres semanas. Aunque la ansiedad de cumplir años era algo que la atormentaba desde que fue consciente de que no se estaba haciendo más joven, el espejo parecía decirle que no había nada de qué preocuparse, incluso su cabello parecía tener más color de lo normal.
Sofía no estaba acostumbrada a irse a dormir sonriendo antes de vivir en Ukogner, pero era el tipo de cambio que no sabía que necesitaba hasta que notó que había ocurrido.A la mañana siguiente, Sofía y Conrad salieron a la tienda con una lista de las cosas que faltaban, caminaron por las humeantes calles de la ciudad como si nada, refugiados en la compañía del otro sin darse cuenta.
Cruzaban la calle sin mirar a los lados, sin escuchar las bocinas protestando por ello, muy concentrados en su conversación sobre si era peor el calor húmedo o seco.
Una vez con todas las cosas en el carrito de las compras, hicieron la fila. Tenían dos hombres por delante, el que se encontraba pagando en ese momento era un señor bastante gordo, Sofía lo reconoció como el cliente que había comido el brownie de Conrad hacía unos meses, al recordar quien era, Sofía notó que estaba bastante más delgado que la última vez que lo vió, y pese a que quizás comprar 10 kilos de tomate no era precisamente lo que un nutricionista
llamaría "dieta", definitivamente era más sano engordar comiendo frutas que lo que estuviese comiendo antes.
El hombre que estaba delante de ellos era un caballero de cabellos blancos de semblante muy serio. Era un blanco distinto al de Conrad, tenía el cabello enmarañado y grasoso, estaba vestido con traje y tenía un bolso colgado al hombro. Tenía 3 cajas de analgésicos en las manos, y pese a todo el tiempo que el señor Santa se estaba tomando en pagar, nunca cambió su semblante ni una vez.
Sofía estaba detallándolo con disimulo mientras Conrad contaba los billetes que íbamos a usar en la caja, para cuando terminó, Santa estaba saliendo de la tienda con más o menos su peso en frutas y verduras.
El caballero avanzó hacia la caja, dejó un billete doblado, pasó el mismo las pastillas por el lector y salió de la tienda sin siquiera mirar a la cajera, sin tomarse la molestia de acelerar el paso siquiera, como si estuviese muy acostumbrado a hacer compras como aquella.
La cajera arqueó una ceja y llamó al siguiente, claramente irritada, pero no sorprendida, claramente no era la primera vez que pasaba.
Conrad y Sofía empujaron su carrito hasta el mostrador.
Sofía miraba al excéntrico desconocido perderse entre la multitud, cuando un escalofrío le recorrió la columna. Salió de la tienda sin decirle nada a Conrad, que llamaba su nombre detrás de ella. Sofía no lo escuchaba, se lanzó a la calle en busca de aquel individuo, aún sin tener idea del porqué.
Sofía cruzaba la calle a toda velocidad cuando avistó a su objetivo entrando por un callejón que era oscuro a pesar de ser las 11 del mediodía. En silencio y cuidando que no la
escuchara, Sofía esperó a perderlo de rango para seguir la dirección por la que había desaparecido, lo vio meterse por un agujero en una reja de metal, cuando estuvo segura de que no la iba a escuchar, ella misma entró por el agujero.
-¡Ay! -exclamó Sofía. Un pedazo de la reja le había hecho un corte bajo la rodilla, cuando terminó de atravesar el agujero, vio la sangre borboteando por la herida, su piel se tornó roja inmediatamente. Contuvo las ganas de llorar, revisó que el hombre no hubiese vuelto sobre sus pasos al escucharla, y aunque con dificultad, cojeaba hacia donde pensaba que se había dirigido.
Era un conjunto de edificios abandonado, podía escuchar los pasos del hombre subiendo por las escaleras, por lo que gateó por las mismas para no generar ruido, aún cuando hacerlo le daba un intenso dolor en la herida de la pierna.
Sofía iba por la sexta hilera de escaleras cuando su cabeza dio contra algo que obviamente no era concreto. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, sintió una mano haciendo presión en su hombro derecho, solo pudo subir la cabeza para ver al hombre misterioso mirarla fríamente mientras las luces se le iban.