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Gritos, golpes, sufrimiento, sangre y aquellos ojos que a la vez se mostraban fríos pero que ardían como el fuego, una y otra vez. Sirela despertó sobresaltada, jadeando hasta comprender que había tenido una pesadilla. Todavía somnolienta, bostezó e intentó volverse a dormir. Sin embargo, el simple recuerdo de aquellos siniestros ojos le impedía conciliar el sueño. Asustada y preocupada, se bajó de la cama y decidió curiosear un rato para ahuyentar los malos pensamientos.

Lo primero que escuchó fueron unos fuertes ronquidos que al principio la aterraron. Pero al pasar por una de las habitaciones, comprendió que quien los provocaba no era otro que Borteo, durmiendo a pierna suelta. La pequeña se relajó un poco y continuó andando por el pasillo y mirando las distintas estancias: Liberia y Libarus dormían en literas y, mientras la primera dormía plácidamente con un peluche en la parte de arriba, el segundo parecía hablar en sueños mientras movía las piernas, como en un intento de patear algo. Al llegar a la de Girai, observó que este también roncaba, pero con una intensidad mucho menor que la de Borteo. Finalmente, llegó a la que parecía ser la habitación de Araik, pero la encontró vacía. Extrañada, continuó vagando por el pasillo hasta llegar a un pequeño cuarto, donde no tardó en hallar al hombre, de espaldas a ella y sentado muy cerca de la única ventana de la estancia.

Con mucho cuidado, Sirela se acercó muy despacio y observó las estrellas que se dejaban ver entre los edificios y la luminosidad de la calle. Reconocía algunas de ellas, dado que su madre se las había explicado muchas veces y eso provocó que comenzara a gimotear al recordarla.

—Los echas de menos, ¿verdad? —Aquello fue tan repentino que la pequeña acabó dando un brinco. Araik la miraba fijamente con su ojo bueno y con una expresión de amabilidad en su rostro—. Se te nota a la legua. Todos echamos en falta lo que acabamos perdiendo. Es algo muy humano.

Sirela desvió la mirada y avanzó un poco más, con el interés puesto en las estrellas del cielo.

—Mi mama me explicó que las estrellas no se ven bien aquí por toda la luz.

—Pues tiene mucha razón. Donde nací se podían ver muchísimas más. Cientos, miles o incluso millones.

— ¿De verdad? ¿Tantas? —Los ojos de Sirela brillaban de la emoción.

—Sí. Era lo único bueno que había a kilómetros a la redonda.

Los ojos de la pequeña se posaron entonces en el hombre.

— ¿Tus papis también se fueron? —Preguntó.

El silencio se instaló en la pequeña habitación y Sirela temió haber preguntado algo irrespetuoso. Pero después de un buen rato, Araik le respondió:

—La vida es un viaje en el que solo dispones de un saco roto lleno de pertenencias. Con el tiempo adquirirás nuevas cosas, pero iras perdiendo otras. Es algo inevitable.

—No si encuentras otro saco que este nuevo —Dijo Sirela.

La mano de Araik se posó en Sirela, quien no tardó en revolverle el pelo muy despacio.

—Ve a dormir. Es mejor que descanses.

—Es que...

Al ver como la niña temblaba, supuso que no podía dormir por algún motivo. Sin saber exactamente la razón, Araik suspiró.

—Está bien. Quédate un rato si te apetece, ¿vale?

—Gracias —Agradeció, y se sentó a su lado.

Y así estuvieron largo rato, viendo las estrellas en silencio. Al cabo de un tiempo, sintió el cuerpecito de la pequeña sobre él y al oírla respirar comprendió que por fin había sido vencida por el sueño. Con mucho cuidado, la levantó y la llevó a su cuarto, donde la dejó y la tapó con las mantas.

Sirela Baptiste y el Orbe de MobrisWhere stories live. Discover now