1.

9 1 0
                                    

Safelia es un mundo muy peculiar. Cualquier viajero experimentado puede corroborarlo si alguien se lo pregunta. Cada nación ha evolucionado de distinta manera, adaptándose a su orografía y  a sus costumbres. Nuestra atención estará fijada en el sureste, en una gigantesca isla conocida como Weatechia.

Esta nación solo piensa en una simple meta: mejorar su tecnología a cualquier precio. Sus gentes no paran de un lado para otro, trabajando a todas horas para poder vivir en un país donde la pobreza está a la orden del día. Por estas condiciones tuvo que pasar Sirela Baptiste. Dos semanas después del terrible asesinato de sus padres, vagaba por las calles sin rumbo fijo, buscando cobijo donde y como podía. Muy rara vez encontraba algo que llevarse a la boca, por lo que su estómago no paraba de rugir una y otra vez. Su pelo, antaño de un color castaño claro, ahora era de un triste color cenizo, producto de la suciedad a la que estaba sometido. Sus ropas mostraban un aspecto muy parecido, con manchas por todas partes y algún que otro descosido.

Al entrar en un pequeño callejón, su vista captó una papelera y la pequeña no tardó en subirse a ella. Al no encontrar nada que llevarse a la boca, comenzó a ahondar más y más hasta que acabó perdiendo el equilibrio, terminando dentro de ella y pataleando de una manera muy cómica. Finalmente hizo que la papelera cediera y cayera junto a ella. Tras varios empujones, logró sacarse a sí misma y a un pequeño bollo a medio terminar, en bastante mal estado por culpa del paso del tiempo. Sin embargo, a la pequeña Sirela eso le importó más bien poco, pues el hambre que sentía era más fuerte y terminó por tomar el control.

No fue hasta que se lo acabó cuando cayó en la cuenta de que no estaba sola. Un hombre alto y regordete, de cabello castaño oscuro y ropa informal que incluso con su complexión le quedaba ligeramente grande, le miraba de cabo a rabo, como preocupado. Sirela no tardó en dar unos pasos hacia atrás, con el miedo pegado en el cuerpo. El recién llegado pareció comprender la situación y se inclinó un poco.

— ¿Estás bien, pequeña?

La niña se relajó un poquito, pero no avanzó hacia el hombre ni respondió. Lo observó con curiosidad y cautela hasta que sus ojitos verdes se posaron en unas bolsas de la compra repletas de comida. La boca se le hizo agua y su estómago rugió con tanta fuerza que el hombre se rió a carcajada limpia, ya que había sido lo suficientemente alto para que este lo escuchara.

—Ya veo, debes estar pasando mucha falta —Sacó un pequeño paquete de galletas y se lo ofreció a la pequeña, alargando mucho el brazo—. Ten. Para ti. Lo necesitas más que yo.

Con la mirada gacha y mucha cautela, Sirela fue acercándose hasta llegar a un metro de distancia. Después de un ligero titubeo, agarró el paquete rápidamente y retrocedió como una bala, quitándole el envoltorio y devorando las galletas con avidez.

—Gracias... —Dijo retrocediendo otro paso antes de volver al ataque. El grandullón sonrió e inmediatamente se dio la vuelta.

—Todos pasamos por malas rachas. En fin, pequeña, yo me marcho. Que pases un buen día...

Después de esto, el hombre se dio la vuelta y comenzó a alejarse de la pequeña hasta perderla de vista tras girar una esquina. Continuó cruzando calles y observando escaparates hasta llegar a lo que parecía ser una amplia cochera. Incluso antes de llegar pudo escuchar dos voces que conocía muy bien.

— ¡Si no te dejaras la ropa por todos los lados no tendría que recogerla yo! ¡Por Ethos, no tienes ni un poco de vergüenza! —Exclamó una voz femenina.

— ¡Al menos yo no me gasto toda la paga en las maquinas tragaperras! —Dijo una voz más grave, en un tono que parecía burlesco.

— ¿Qué dijiste? Para tu información, no son maquinas tragaperras, es el Battle Stars cuatro y algún día conseguiré ganar la copa maestra.

Sirela Baptiste y el Orbe de MobrisWhere stories live. Discover now