II. Consejo.

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El ministerio de magia inglés se encontraba prácticamente vacío a esa hora y los pocos magos y brujas que aún deambulaban por allí no tardarían en marcharse.

Harry era uno de ellos.

Sentado sobre su incómoda silla en su cubículo en el departamento de aurores y con un montón de papeles que pronto terminaría de revisar, el joven héroe del mundo mágico se estiraba, cansado del trabajo de oficina. Llevaba, de manera literal, horas en la misma posición y sólo había podido tomarse un descanso de treinta minutos a la hora del almuerzo antes de tener que volver a sentarse por muchas horas más y en ese momento, lo único que deseaba era volver a casa.

Harry miró las fotografías esparcidas por sobre la madera del escritorio, los sonrientes rostros de las víctimas de los asesinatos más brutales de los últimos años, desde que Voldemort había caído por sus propias manos. Personas que habían dejado de serlo para transformarse en masas irreconocibles de pestilente sangre coagulada y mechones de cabello. Harry se preguntó qué es lo que habría pasado por la mente de todas las víctimas cuando tuvieron que enfrentarse a... bueno, eso. Seguramente había sido desagradable.

Alguien tocó la puerta.

—¿Harry? Creí que ya te habías ido a casa. —El rostro de Hermione apareció por el marco de la puerta, su cabello castaño demasiado alborotado y despeinado aún sujetado sobre su cabeza.

—Estoy terminando con estos papeles.

—¿No ha habido ningún avance con el caso?

Harry negó mientras terminaba de apilar los papeles dentro de los folders y los cerraba. Eran tantos que se desbordaban pero con un simple conjuro el joven auror logró mantenerlos en su lugar y apilar archivo sobre archivo. Montones de pergamino amarillento y sucio por las veces que había sido manipulado.

—Sea quién sea que está haciendo esto, no ha dejado evidencia.

—Me parece sorprendente que exista alguien capaz de pasar por sobre tus habilidades de rastreo —, dijo ella con clara preocupación. Harry no se sentía especialmente hábil cómo auror, pero algunas cosas aprendió en la academia y la gente solía decir que era muy bueno en su trabajo.

—De todas formas, no ha habido otro ataque en las últimas semanas, no desde que me asignaron el caso.

—Probablemente está asustado de que lo atrapes.

—O no ha encontrado otra víctima potencial.

—Escuché que las víctimas no tenían nada en común.

—No sabía que a los inefables les habían pasado el archivo.

—Kingsley está desesperado. Por supuesto, yo me encuentro demasiado ocupada con mi postulación como ministro y no puedo participar en el caso. Pero si necesitas algo, cualquier información que necesites que analice, puedes contar conmigo, como siempre, lo sabes.

Harry miró a su mejor amiga quién estaba de pie frente a su escritorio, vistiendo un traje muggle que se ajustaba perfectamente a su figura curvilínea. En ella no había rastro del rostro infantil con que Harry la conoció, algunos años atrás, pero él sabía, que sin importar el tiempo, ella siempre estaría allí para él.

Así que le supo un poco amargo no poder decirle. No poder confiar en ella.

—Por supuesto. Gracias.

Ella sonrió.

—¿Qué te parece si vienes a casa a cenar? Ron ya debe haber vuelto de la tienda.

—Oh, bueno, me encantaría pero...

—No me digas —, Hermione sonrió de manera cómplice. —Otra cita con Malfoy.

Harry asintió, sus mejillas morenas tiñéndose de rojo por la vergüenza.

—Es... me gusta estar con él. Lo siento.

—Por supuesto que sí. Lo entiendo, no tienes nada de que disculparte. Cuando Ron y yo comenzamos a salir prácticamente no te veíamos. El amor es maravilloso, ¿no lo crees?

El rubor de Harry se hizo aún más profundo. Le parecía maravillosa la manera en que Hermione casi siempre lograba ver a través de él. No le había dicho a nadie que amaba a Draco, ni si quiera al rubio, pero suponía que sus acciones decían más que las palabras. Llevaban juntos dos años, dos años en los que Harry se había encargado de darle todo lo que estaba dentro de sus posibilidades, entre afecto emocional y objetos materiales y él sabía que Draco era feliz. Él era feliz. Draco significaba para él una nueva etapa en su vida, una donde podía ser quién quisiera, libre de las imposiciones de cualquiera. No había más profecías que lo involucraran, ni un señor oscuro por destruir, así que se había dedicado a ser él mismo y a cuidar de Draco como su persona más valiosa. Literalmente, Harry sabía que haría cualquier cosa por él, que no podría vivir sin el rubio y aunque él sabía que probablemente se debía a esa parte de Draco que nadie, además de él y su familia, conocía, más bien le importaba poco.

Sin embargo, había un límite para todo y Harry lo sabía mejor que nadie. Había incluso un límite para el amor que se podía sentir por una persona, porque si no era así, existía el riesgo de quedar ciego y no ver más allá de ese amor.

Y Harry no podía correr ese riesgo ¿verdad?

—Mione... ¿puedo hacerte una pregunta? —la repentina seriedad de Harry hizo que la sonrisa maternal de Hermione se desvaneciera. Ella asintió. —¿Qué harías si llegaras a saber que alguien a quien quieres está haciendo cosas que no debería? Quiero decir, cosas que normalmente alguien consideraría malas.

Hermione entrecerró los ojos, como meditando.

—¿Ron está metido en algo extraño?

Preguntó y Harry soltó una carcajada.

—No que yo sepa.

—¿De qué clase de cosas malas estamos hablando, Harry?

—Bueno... De nada en específico. Ya sabes, los chicos en el cuartel hablan demasiado y uno escucha historias por aquí y por allá. Alguien hizo esa pregunta y yo me di cuenta de que no tenía una respuesta.

—Mm... Creo que si sabemos que una persona que queremos está haciendo cosas que sabemos que no le convienen, es nuestro deber intentar corregir el camino que ha tomado. Por difícil que sea. En realidad, creo que si fueras tú, sabrías como ponerle fin, así que no te preocupes demasiado, tu sentido de la justicia siempre ha sido inquebrantable.

Harry asintió en silencio, mirando las carpetas apiladas sobre su escritorio. Quiso preguntarle a Hermione que es lo que ella hubiera hecho en caso de descubrir que esa persona que tanto quiere se ha convertido en un asesino. Sabe que ella podría darle una buena respuesta, pero en realidad, está aterrado de escucharla así que no preguntó.

—Deberíamos irnos —, dijo Harry poniéndose de pie y para su alivio, Hermione no se opuso a terminar con esa extraña conversación. Ella realmente parecía confiar en que él podría lidiar con una situación similar y no parece sospechar ni un poco. —Es bastante tarde.

—Para la próxima, asegúrate de llevar a Draco a casa. Cenaremos los cuatro.

Harry suspiró.

—Lo haría si Ron pudiera aceptar de una vez por todas que estoy saliendo con él.

—Sabes que él y Draco jamás se han llevado muy bien, deja que se conozcan un poco más.

La charla continuó durante todo el camino hacia el elevador y luego hacia las chimeneas del atrio, hasta que finalmente, Harry y Hermione se separaron para ir a sus respectivas casas y se despidieron con un beso en la mejilla.

Había un límite incluso para el amor que se podía sentir hacia una persona.

Harry comenzaba a pensar que no era así para él. 

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