APARECIÓ UNA PUERTA

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Apareció allí, de repente, sin previo aviso, abrí la puerta y lo único que había, era un hombre sentado en una silla.

No hubiese sido tan extraño de no ser por el aspecto tan elegante que tenía: chaleco azul verdoso de seda, con una camisa blanca que asomaba por la pechera del chaleco, y que podía verse desabrochada; además de un pelo negro y oscuro como el carbón, que le llegaba por encima de los hombros. Lo que mas me llamó la atención, fueron sus ojos, ya que no tenía, pues podían distinguirse perfectamente dos grandes agujeros negros de los que manaba sangre lentamente, y cuya profundidad parecía no tener fin, su boca era también peculiar, pues sus labios se mantenían unidos mediante un hilo que los cosía. Tenían aspecto de estar infectados, pues estaban de un rojo muy oscuro y que inspiraba putrefacción. La piel de su cara, mantenía un tono putrefacto, por el cual se deducía que estaba muerto.

Entré a la habitación, me acerqué, y ese fue mi fin: separó los labios y rompió el hilo que los unía con facilidad. Después, sonrió y desplegué un grito de miedo agonizante, que se ahogó en la habitación, pues la puerta se cerró, y el hombre mostró su dentadura de metal: cuchillas ensangrentadas y sucias que exponía de forma tan simpática como aterradora. Se levantó de la silla con dificultad, y la luz que lo iluminaba, avanzaba hacia a mí a la vez que él lo hacía. Asustada, sin saber qué hacer, cerré los ojos con fuerza y comencé a llorar aterrada, caí al suelo y los abrí. Su cara estaba justo en frente de la mía, las cuencas de sus ojos eran aterradoramente oscuras, desprendía un olor a hojarasca en descomposición que le añadía a la situación un toque aún más tétrico.

Ladeó la cabeza con lentitud con un gesto serio, y acto seguido, sonrió e introdujo sus putrefactos dedos por el interior de mi pantalón. No podía reaccionar, el miedo me paralizaba. Introdujo esos dedos fríos y putrefactos en el último sitio que yo hubiese esperado que lo hiciera, y empezó a moverlos. En ese momento reaccioné, empecé a gritar y a resistirme como nunca lo había hecho, estaba masturbándome una especie de muerto viviente, cosa que además de extraña, me parecía jodidamente terrorífica, para empezar, él mantenía su gesto serio intacto, como si esperase algo, y después, sus dedos, fríos pero asquerosamente placenteros, se movían dentro de mí, de dentro a afuera, una y otra vez, golpeando ese punto que tanto placer produce, agitándose, produciéndome tal excitación y sufrimiento, que no sabría decir si gritaba de asco, miedo, placer o dolor. Aumentó la velocidad, una vez, dos veces, tres veces, y cuando llegó a la quinta, no pude evitarlo, y dí un alarido de placer que seguramente, de haber estado vivo, le habría dejado sordo. Sacó las húmedas falanges que acababan de hacer que me odiase a mi misma por el resto de los siglos por haberme corrido en dichas circunstancias. Volvió a sonreir y a la vez, introdujo en mí otra parte de su cuerpo, que me producía aún más asco, a lo que si unimos que acababa de correrme y estaba hecha polvo física y psicologicamente, obtenemos otro grito entre sufrido, asustado, de placer y doloroso. La sacó lentamente, y la metió de golpe, la sacó más rápido, y la volvió a meter aún más rápido. No cambiaba su gesto, se mantenía serio y sereno, frío, sin mostrar sentimento ni sensación alguna. Mientras el sujeto producía en mi una sensación de odio tanto hacia su persona (si se le podía considerar así) como hacia la mía, mis lágrimas brotaban solas una tras otra, y yo gemía y gritaba con gran frustración. Aceleró muchísimo el ritmo, cosa que me asustó, porque eso quería decir que quería terminar ya, me resistí con más fuerza, pero no sirvió de nada, y a los 5 minutos aproximadamente, desplegó en mi interior una cosa tan asquerosa y desagradable que rompí a llorar con más fuerza aún. La sacó, me miró, sonrió de nuevo, y mientras yo lloraba y me mantenía ajena a sus actos, comenzó a lamer aquella parte d e mi cuerpo a la que tanto asco le había cogido. Acto seguido, con las cuchillas de sus afilados dientes, comenzó a dar mordiscos y a arrancarme la piel que mordía, a lo que yo, no podía hacer más que gritar de dolor y miedo, pues no tenía fuerzas para nada más. Perdí la conciencia, y no volví a ver nada nunca más…

Ahora soy tan solo un trofeo en forma de cabeza sin ojos expuesto en una vitrina…

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