Atardecer

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Al cumplir la mayoría de edad uno espera obtener una cierta sensación de libertad, de independencia; se gana la oportunidad de arriesgarse por los sueños y las metas que anhelas perseguir y eventualmente alcanzar. Moon Taeil, por ejemplo, había deseado siempre con formar una familia y vivir una vida tranquila. Para ese entonces Taeil no se había dado cuenta de que era una de las grandes excepciones a la regla.

Difícilmente había pasado una semana desde su graduación de universidad cuando su padre le comendó trabajar en su empresa, y a sus veinticuatro años la vida que había previsto para sí mismo seguía viéndose como una fantasía muy lejana. El hecho de que el tema de su sexualidad nunca se le había cruzado por la mente durante una de sus conversaciones con su padre no hizo más que echarle leña al fuego.

Taeil era homosexual, lo sabía, y de no ser porque su familia era dueña de una de las corporaciones más conocidas de Seúl cualquiera hubiera podido darse cuenta. Él mismo le había puesto un candado al closet cuando le aseguró a sus progenitores que encontraría una mujer apropiada y dejaría raíces todo a su debido tiempo, y eso haría. Sabía que esconderse bajo las faldas de una mujer nunca le brindaría felicidad alguna, pero ¿qué más se podía hacer? Había tenido expectativas que cumplir y responsabilidades que sobrellevar desde el momento en que nació, y sabía muy bien que su felicidad no era la única que importaba.

"¿Qué derecho tengo yo a no satisfacer a mis padres, si ellos me lo han dado todo?" Se preguntaba sin cesar. Cada día otra raya en la pared, cada día otro clavo en su ataúd. No podía evitar sentirse culpable de lo que era, de quién era, de haberse dado a conocer en un mundo y en un lugar donde su identidad era un crimen.

Y a pesar de todo, muy dentro de él había una pizca de egoísmo; quería mandar al diablo a su familia y vivir por sus propios mandamientos, vivir la juventud que le había sido negada.

Jung Yoonoh era su asistente personal, además de su mejor amigo, y por consecuente la única persona viva conocedora de su orientación. Había sido él quien le incitó a poner pie en Secret Tape, sin saber realmente en lo que se estaba metiendo.

- Te gustan los hombres, ¿no es verdad? -Había dicho él-. Pues ahí adentro está lleno de hombres.

Se había supuesto como una escapada de una noche, una oportunidad única para librarse de las cadenas de su nombre y apellido, ser un joven cualquiera de su edad. Aquél había sido su plan, pero una cosa llevó a la otra, un veneno misterioso y sofocante lo volvió adicto y se vio sentado en la famosa sala cinco una vez a la semana.

En un abrir y cerrar de ojos estaba completamente hechizado, y tener que pagar cada vez para poder vivir esa anhelada mentira no era ningún problema para él.

La alta y elegante figura de aquel pelinegro estaba tatuada permanente en su memoria, invadiendo sus pensamientos inclusive durante su vida diaria. Esa pálida piel de porcelana tan suave de ver, esos ojos afilados y hostiles pero tan hermosos, esos labios delgados y redondos pero tan atrayentes. Se sentía nuevamente como un mocoso de secundaria pensando en su crush entre clase y clase, esperando a que el profesor no se diera cuenta y le llamara la atención.

El mismo Taeil se preguntaba como había terminado flechado de aquel joven bailarín tan rápidamente. Uno suele descartar el amor a primera vista como un cuento para niños hasta que te termina pasando a ti mismo. Su mente se movía a kilómetros por todo el lugar, intentando desesperadamente encontrar lógica en su conducta.

Intentó relajarse y pasear su vista por el lugar, no queriendo agobiar al hombre frente a él. Doyoung, el enigmático joven que conoció en un bar nocturno y el objeto de sus deseos, se encontraba sentado frente a él. La presencia que tenía el pelinegro al bailar le parecía sobrenatural, pero viéndolo a plena luz del día en ropas modestas y tomando su café silenciosamente parecía mucho más humano. Se le veía callado y un poco dudoso al hablar, dando una impresión suave y más acercable. Ninguno de los dos tenía el don de la oratoria, pero terminaron hablando por horas sin más compañía que sus cafés.

Taeil descubrió que Doyoung era meramente un apodo, pero se rehusó a decir su nombre real. También que estudiaba para ser ingeniero en biomedicina en la universidad y era un gran estudiante. Él le dio su número, y Doyoung lo aceptó de mala gana.

Continuaron viéndose después de aquella ocasión, muchas veces simplemente iban de paseo y solo algunas se consideraban "citas oficiales". El mayor estaba más que encantado, solo respirar el mismo aire que tal fascinante criatura llenaba de dicha su organismo.

Empezó durante uno de sus paseos.

Caminaban por un centro comercial, Taeil comentaba una de sus anécdotas del trabajo cuando vio a Doyoung detenerse frente al escaparate de una tienda de ropa. La mirada del pelinegro se fijó en una bufanda color azul rey, muy hermosa. El mayor le miró con curiosidad.

- ¿La quieres? -Preguntó.

- No, ya vámonos -Dijo antes de resumir su paso sin mirar atrás.

La próxima vez que se vieron Taeil lo sorprendió rodeándolo con dicha bufanda por la espalda, y para el castaño se volvió una simple costumbre. No era que Doyoung le pidiera nada directamente, pero él disfrutaba mimándolo, el dinero le sobraba y un par de detalles para su amado no le resultaban ningún problema.

No fue sino hasta su quinta cita oficial que Taeil lo invitó por primera vez a su departamento. Era una noche de viernes y Doyoung había pedido el día libre en su trabajo para ir a cenar con él.

Las cosas cambiaron.

EXCITE || Doil NCTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora