Frank habla por los codos. A veces, Joseph tiene la sensación de que su amigo es un volcán. Las palabras se le van acumulando en el pecho por la noche, como si fueran lava, hasta que le queman demasiado en la garganta y no tiene más remedio que vomitarlas. A Joseph no le importa. A él le pasa justo lo contrario. Sus palabras son como una bandada de murciélagos que duermen de día y revolotean en furiosos círculos por la noche, buscando la salida de la cueva. Se compenetran bien: Frank habla, Joseph calla; Frank cuenta, Joseph escucha. Solo que hoy Joseph no escucha.
—Y, entonces, el animatrónico coge la sierra eléctrica y descuartiza a tu madre —dice Frank. —¿Qué? —pregunta Joseph, como si acabara de volver de otra dimensión.
—Tío, te acabo de chafar el final del juego y ni te inmutas —le dice Frank—. Estás en la puta parra. ¿Qué te pasa? No dice nada. No es que no quiera hablar con él. Sabe que Frank le escucharía, aunque su especialidad sea llenar el silencio con su géiser de palabras volcánicas. Simplemente, él tampoco sabe qué le pasa.
—Perdona, tío. Los días que me toca en la panadería no soy persona —contesta. Frank sabe que hay algo que Joseph no le cuenta, pero no insiste. A él no se le da bien preguntar, y a Joseph no se le da demasiado bien explicarse. No de viva voz, por lo menos. Frank lo intenta de otra manera
. —¿Has visto la última actualización de Lyzard? —le pregunta—. Anoche subió una canción nueva, y es buenísima. Joder, yo creo que es la mejor que tiene. La base es superpegadiza, y la letra te explota la cabeza. El tío es una máquina: dice verdades como puños, y le resbala completamente lo que digan de él. ¿Tú sabías que también era de la Ciudad? Debería sintetizarte una base molona para que grabes alguna de tus canciones…
—¿Lyzard era de aquí? —pregunta Joseph.
—Sí, tío —asiente su amigo—. Del Distrito 13. En las canciones antiguas hablaba mucho de la Ciudad, pero parece que tuvo alguna movida hace años que le obligó a borrar su primer canal y se perdieron. Pero ya sabes que yo soy un hacha buceando en las oscuras aguas de la red, y he conseguido localizar unos vídeos originales que… El volcán Frank vuelve a hacer erupción. Sin embargo, su voz va convirtiéndose en un zumbido que retumba en los oídos de Joseph a medida que su cerebro lo ocupa un único pensamiento. Cuando de noche, en su cuarto, las palabras revolotean como locas en su estómago y chillan para que él las deje salir al exterior, Joseph se pone los cascos, escucha las rimas de Lyzard y siente como si ese rapero al que no conoce hubiera estado buceando en su mente. Sus letras hablan de atreverse a romper la monotonía de los días idénticos, de no tenery miedo a ser distinto, de aprender a ver más allá de las paredes de cemento y ladrillo, de luchar por lo que uno quiere. De encontrar tu propia voz. Lyzard vive lo que Joseph ni siquiera se atreve a soñar por miedo a que se convierta en humo. Pero si Lyzard es de la Ciudad, si ha conseguido tener voz y hacer que esa voz inspire a otra gente, ¿por qué no va a poder conseguirlo él? Mira a su alrededor y la respuesta a su pregunta le llega como una bofetada de realidad. La Ciudad en la que vivió Lyzard no tiene nada que ver con la que Joseph conoce. Hace no tantos años, cuando la Fábrica todavía funcionaba, Joseph quedaba en la panadería con Frank antes de clase, como ahora. Solo que en aquel entonces su familia no estaba preocupada por cada céntimo que gastaba y Joseph no tenía que trabajar durante horas antes de ir al instituto. Después de atiborrarse de bollos, Frank y Joseph iban un rato al parque que había frente al colegio, y hacían tiempo hasta que las clases empezaban. Ahora, el parque es un terregal habitado por esqueletos de columpios, y Joseph y Frank ya no pasan tiempo allí. Ahora, recorren las veinte manzanas que los separan de la plaza del Distrito 24. A medida que se alejan de la plaza, la panadería y el parque, es como si la ciudad se desmoronara a su alrededor. Cuando la Fábrica cerró y los obreros empezaron a llevarse a sus familias, el ayuntamiento decidió cerrar colegios e institutos y dejar abierto uno para cada cuatro distritos. No fue lo único que desapareció con la Fábrica: también los bordes exteriores de la cuadrícula fueron desdibujándose poco a poco. Como infectados por una plaga de termitas, los edificios quedaron vacíos en cuestión de años y perdieron vida al mismo tiempo que perdían habitantes. Ahora, entre un distrito y otro lo único que hay es un cementerio de edificios en ruinas sobre los que se proyecta la sombra de la Fábrica, esa sombra que hace que las calles resulten siniestras incluso a la luz del día.
Joseph y Frank recorren las calles con paso veloz, casi sin hablar. Ninguno de los dos lo admite, pero quieren dejar atrás esa zona cuanto antes. No hace mucho que a Frank le asaltaron unos matones al doblar una esquina para robarle el móvil y la cartera, un día que Joseph salió un poco más tarde del turno de la panadería. Han pasado varias semanas, pero Frank aún tiene el susto en el cuerpo. En las afueras vive muy poca gente: los pocos que creyeron que otra industria ocuparía la Fábrica y que los edificios volverían a llenarse, los pocos que se negaron a abandonar sus hogares, los pocos que no pudieron trasladarse a un sitio más céntrico. En uno de estos edificios vivía la familia de Joseph. En uno de estos edificios vivía la familia de Frank. Y en uno de estos edificios vive la familia de Anne.
—Vaya mierda, colega, el telefonillo sigue sin funcionar. Para mí que a este edificio le han cortado la luz —se queja Frank cuando llegan al portal.
—Pues nos va a tocar subir andando —dice Joseph, empujando la puerta con el hombro para abrirla. —Espera un momento, que traigo una sorpresa —le dice Frank, rebuscándose algo en el bolsillo. A Joseph se le abre la boca sin querer al ver que Frank tiene un móvil en las manos.
—Cierra la boca, tío, que te va a entrar una mosca, o algo —le dice Frank entre risas al ver la expresión de asombro de su amigo—. Ni que fuera la primera vez que ves un teléfono en tu vida. Por supuesto que Joseph ha visto un móvil antes, pero nunca ha visto a nadie que se atreva a enseñarlo en uno de los callejones desiertos y oscuros del bosque de edificios muertos, en donde la inseguridad casi se puede cortar con un cuchillo. De hecho, no se puede creer que su amigo lo lleve encima, con el recuerdo del atraco aún fresco en la memoria. Joseph no sabe a qué viene el arranque de valor de Frank, ni tampoco sabe muy bien cómo preguntárselo.
—Venga, tío, ya sé que es un cacharro
feísimo —le dice, señalando el teléfono, que parece un aparato muy extraño, como montado con piezas de otros equipos—. He tardado un huevo, pero lo he construido yo mismo, siguiendo unos tutoriales por Internet, pero es que mis padres no pueden comprarme otro… Bueno, y qué coño, que quería fardar contigo un poco —dice con una sonrisa, tendiéndole el móvil a Joseph.
—Estás hecho un máquina, tío —le dice con una sonrisa, clavándole un codo cariñosamente en las costillas.
—Sí, sí, tú ríete, pero mi coquito de oro nos va a ahorrar subirnos quince pisos a pata —dice Frank, toqueteando la pantalla para buscar un número—, porque si el telefonillo de tu novia no funciona, me imagino que el ascensor tampoco. —Anne no es mi novia —dice Joseph, serio. Y, cuando Frank frunce el ceño al llevarse el teléfono al oído, añade—: Y lamento decirte que tu cacharro no funciona, tío.
—¡Que sí funciona, joder! —protesta—. ¡Que va de puta madre! ¡Es tu novia, colega, que no contesta al teléfono.
—Que no es mi novia —recalca Joseph—. Mira, si no quieres subir, no pasa nada, entiendo que es una paliza. Espérame aquí, si quieres. Joseph ya tiene un pie dentro del cascarón de hormigón vacío cuando nota una presencia a su espalda.
—Ni de coña me quedo aquí solo —responde Frank a toda prisa, cerrando la puerta a sus espaldas, dejando atrás la soledad, la inseguridad de las calles de la Ciudad. Mientras suben las escaleras infinitas que llevan a casa de Anne, Joseph piensa que la familia de Lyzard seguramente también vivía en uno de estos edificios. Lyzard, que se fue de la Ciudad cuando la Ciudad todavía era la Fábrica. Cuando la Ciudad era un lugar donde uno podía permitirse soñar.
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Darko- Un Cuento urbano
Short StoryDarko Cyclo Historia no completa , solamente hasta el cap 5 , solamente para los fans De CYCLOMUSIC .