El trayecto al instituto desde casa de Anne es siempre igual. Los tres caminan a buen ritmo, dejando atrás la zona de edificios semiabandonados que separa el Distrito 21 del Distrito 24 mientras Frank cuenta chistes y hace bromas sin parar, y Joseph y Anne ríen. Intentan parecer despreocupados pero, en realidad, se sienten tensos. Aunque ya es completamente de día, la sombra de la Fábrica lo tiñe todo de gris. Es como si la ciudad estuviera cubierta por una cúpula de ceniza y los rayos del sol nunca pudieran traspasarla del todo. Anne, Joseph y Frank caminan deprisa, alerta, miran de reojo en cada esquina y vuelven de vez en cuando la vista atrás para comprobar si ese crujido que escuchan a sus espaldas es una bolsa que se arrastra por el suelo o alguien que les sigue. En un cruce encuentran un coche abandonado, en otro encuentran un mendigo, de la alcantarilla del tercero salen gatos gordos o tuertos, reyes y señores de las calles desiertas. Y, a lo lejos, emergiendo de las zonas más oscuras, se escuchan las risas de los miembros de las bandas. Ese es el sonido que de verdad les pone los pelos de punta. Ninguno de los tres quiere admitirlo, pero sus pulsaciones se relajan un poco a medida que se acercan al centro del distrito y las calles empiezan a llenarse de gente. Un grupo de estudiantes que van a su mismo instituto, gente en coche que seguramente va a trabajar fuera de la Ciudad, padres que acompañan a sus hijos al colegio con actitud vigilante, mirando atentos a todos lados… Respiran un poco más tranquilos. Pero la paz solo les dura hasta que frente a ellos se dibujan los contornos afilados del instituto. Una réplica en miniatura de la Fábrica. Una cría viva y furiosa del dragón.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
