Corría por las siniestras calles de Madrid. No se permitía mirar atrás, sabía lo que ocurriría si lo hacía. La sangre recorría su rostro, otrora delicado y pulcro, pero que ahora estaba surcado por los últimos acontecimientos. Una cicatriz recorría su rostro desde el mentón hasta su oreja. Las mejillas, ennegrecidas, mostraban una delgadez propia de un hambriento. Los ojos, antes vivaces y alegres, recordaban ahora a la oscura noche, mostrando un terror y pesar tan inconmensurables que habría sido imposible describirlos. Tropezó con una piedra, cayendo al suelo de golpe, provocando que sus magulladas rodillas volviesen a sangrar. La joven, pues no debía tener más de catorce años, arrugó el rostro con innegables ganas de llorar.
En ese instante, se oyó un ruido, el que hacen las cadenas al arrastrarse, provocando que la chica se encogiese en posición fetal, abrazando sus rodillas sin que una sola palabra saliese de sus labios manchados de sangre.
Las cadenas llegaron a su lado.
Las calles estaban en silencio, y una llovizna empezó a caer, como si el cielo llora se por la pérdida de esa alma. Se oyó un chasquido, un grito que contenía tantas emociones que resultaba sobrecogedor y entonces sólo silencio. Un silencio que, de haber estado ahí, a más de uno le hubiese roto el alma.
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Historias de mi mente
RandomNo tienen relación entre sí, son más bien pensamientos, cuentos que me surgieron de repente