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La mañana del sábado se presentó con más fuerza que desgana y Raoul y Agoney se encontraban cada uno a un lado de la pequeña mesa de la cocina del canario, con sus respectivos vasos de zumo, sus tazas de leche y sus tostadas.

Después de aquella semana, no podían evitar entristecerse al pensar que a partir del día siguiente cada uno dormiría en una casa distinta.

Que no se encontrarían al despertarse.

Que Raoul no haría soniditos al estirarse sobre la cama.

Que no remolonarían cinco minutos más aprovechando el calor del otro.

Que Raoul no volvería a beber un zumo de naranja exprimido por Agoney.

Y que Agoney no podría disfrutar de la domesticidad que provocaba el pasar tantas horas del día juntos.

- ¿En qué piensas? - Quiso saber Raoul, apoyado sobre su propia mano y mirando al moreno, que se había quedado con la atención centrada en el vaso de zumo.

En ese momento, el canario alzó la mirada hacia él y Raoul pudo ver un pequeño destello de malicia en aquellos ojos.

- En que me gustaría tener la cabeza entre tus piernas.

El catalán intentó por todos los medios no atragantarse con su propia saliva, pero es que Agoney no se lo hacía nada fácil. Se revolvió ligeramente en el asiento, sin ignorar la presión en una zona específica.

- Cállate.

- Porfa, Raoul, al menos déjame chupá-

- Agoney, no pienso hacer esperar a Alfred solo por una mamada.

Con rapidez, se puso en pie y recogió lo que había ensuciado, pero no le dio tiempo a salir de la cocina antes de que unos fuertes brazos rodearan su cuerpo y el canario se apretara bien fuerte contra él.

- Venga..., solo serán unos minutos, ya verás que contento luego.

No era nada fácil concentrarse si notaba las manos del canario en su abdomen, la barba raspar su nuca y la entrepierna dura pegarse a su retaguardia.

- Que no.

- Cinco minutos. - Imploró una vez más, ejerciendo un vaivén con la cadera que terminó con Raoul girándose y con el cuerpo del moreno contra la encimera.

- Hostia puta, Agoney.

- Me lo tomo como un sí.

Respondió, esbozando una sonrisa inocente. Nada que ver con los movimientos de sus manos, que se deshicieron rápidamente de la ropa inferior del rubio y mucho menos con lo que su boca le estaba haciendo justo en la entrepierna.

Todo Raoul temblaba, porque volver a tenerle ahí, de rodillas frente a él, succionando, y con los ojos llenos de deseo, era algo que había soñado tantas, tantas veces, que ni siquiera se parecía a la realidad.

La sensación de la barba arañando aquella zona tan sensible la había echado tanto de menos, que pensó que iba a desfallecer y tuvo que agarrarse con fuerza a la encimera, gimiendo y temblando de forma descontrolada.

Después de esa sesión de sexo oral, que terminó en poco más de cinco minutos debido al tiempo que hacia que Raoul no experimentaba aquello, los dos salieron del piso y se montaron en el coche de Alfred.

- Ya era hora, llevo casi cinco minutos esperando.

- No seas exagerado. - Rió Agoney, metiendose un chicle mentolado en la boca. - ¿Mimi?

- Dijo que aprovecharía para ir al centro comercial y mirar algunas cosas, que hoy tenemos cena.

- Con que cena romántica, ¿eh? - Le instó Raoul, golpeando después el hombro de André, que estaba de copiloto. - ¿Y tú qué harás?

¿Y si probamos nosotros? | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora