Génesis 3

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Roateus revisa por cuarta vez su bolsa, no quiere olvidarse nada. En unas horas Dante y él irán con un grupo de exploradores a la Niebla. Una vez allí el grupo se dividirá en dos: unos buscarán recursos y otros seguirán el mapa de Dante. Está terriblemente emocionado. No todos los días puedes encontrar un Arcón de Dios. Roateus asemeja los arcones con pequeños almacenes, donde los dioses guardan lo que ya no les es útil o ya han olvidado. Porque si lo que allí guardan fuera realmente importante para ellos, no permitirían que los humanos lo tomasen bajo ningún concepto, ¿verdad?
Una vez termina de revisar la bolsa, Roateus la deja en la cama y se gira. Observa su casa. Durante unos cortos y felices años, vivió allí con sus padres. Le parece muy lejano.
Recuerda a su padre, un hombre grande, fuerte. Barba espesa, cuidada, sonrisa bonachona. Pelo color carbón, como el suyo. El flequillo recogido en un moño, a veces en una pequeña coleta o incluso una trenza, cuando su madre le convencía. Mirada seria, pero amable. Ojos claros, cree que verdes, no lo recuerda bien. Era explorador. Recuerda su propio nerviosismo cuando su padre se marchaba de expedición, el abrazo de oso que les daba a los dos antes de partir.
- Volverá -. Le decía su madre, sonriendo segura, mientras lo sujetaba en sus brazos y le besaba la mejilla. Siempre que lo decía, él volvía. Sólo hubo una vez en la que no lo dijo. Aquel día no sonrió, no le dio un beso en la mejilla, solo lo abrazó muy fuerte, mientras veían alejarse la espalda de su padre.
Recuerda a su madre, una mujer delgada, sencilla. Pelo largo, siempre trenzado, del color de las castañas, a veces decorado con flores que él y su padre le llevaban. Boca fina, sonrisa tranquila. Ojos marrones, profundos, comprensivos, del color de la tierra mojada. A pesar de ser el mismo tono que los suyos, a Roateus siempre le han gustado más los de su madre. Ella era tejedora, sus tapices eran los más codiciados de la aldea, aún lo son. La recuerda frente a su telar, en el jardín trasero de la casa, sus manos veloces, imposibles de seguir. Su padre en la puerta trasera, apoyado en el quicio, brazos cruzados, observándola con devoción.
- Es magia- le dijo un día -, lo que hace tu madre solo puede ser magia -. Roateus no se lo negó.
También la recuerda frente a la pira de su padre, rostro serio, lágrimas silenciosas, el rojo de las llamas contrastando con sus ropas negras. Tenía seis años. Recuerda acercarse a ella, tomarle la mano. No le mira, le aprieta, fuerte. Le susurra, decidida. Cinco palabras.
- Nunca confíes en los dioses.
Cuatro años más tarde cayó enferma. Él le trenzaba el pelo y le contaba palabra por palabra los cuentos que Dante le leía. Ella le acariciaba la mano, sonreía. Tenía ojeras profundas y tosía continuamente. Siempre sonreía para él. Luchó más que nadie. Dos años después, Roateus tuvo que realizar el ritual funerario. Tras la muerte de su madre, se fue a vivir con Dante, con el que pasó cinco años. Al volver a su casa, tres años atrás, se sintió un extraño. Aún se siente así.
Suspira. Se escuchan unos golpes en la puerta, suaves, como si no quisieran molestar. Roateus abre la puerta.

Orsinium ChroniclesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora