El poder de las palabras

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"La conocí cuando eramos a penas unos niños. En verano, nuestras madres nos llevaban al mismo parque para poder jugar con el resto de niños. No recuerdo ya ni porqué decidí acercarme a ella pero lo hice. Para los niños es fácil simplemente decir hola y trabar una amistad de una tarde. Al final de aquel verano ya éramos inseparables.

Fuimos a la misma escuela y conseguimos un grupo de amigos con los que salir juntos hacia casa cuando las clases acababan. Recuerdo las carreras jugando al pilla-pilla o al escondite. Recuerdo cuando se puso de moda jugar con chapas o coleccionar pegatinas. Y sin lugar a dudas recuerdo su hermosa sonrisa y su pelo corto bailar mientras nos movíamos por todo el patio.

Hacíamos todo juntos. Sí, nos peleamos unas cuantas veces por tonterías pero al día siguiente uno de los dos pedía disculpas y era como si no hubiera pasado nada. Eramos los mejores amigos para siempre.

Yo fui quien le dijo qué llevar en su primera cita y cómo debía comportarse. Ella fue quien me dijo que debía ser yo mismo y que tenía que conquistar con mi encanto a mi primera novia. Y después de quedar con nuestras parejas, siempre nos sentábamos en el parque donde nos conocimos a hablar sobre todo lo que habíamos hecho.

Luego, ella me tuvo que consolar cuando mi novia me dejó aunque nunca fui capaz de decirle que fue porque se sentía celosa de ella... Más tarde, ocurrió a la inversa pero algo peor porque me gané un puñetazo de su ex...

Pero lo bueno es que a las pocas semanas ya lo mirábamos todo como una tontería de críos de instituto. Eso siempre me gustó de ella. Era la persona más madura, decidida y valiente que conocía. Y quizás por eso no tardé en darme cuenta de que quizás lo que sentí por ella sí era amor.

Cuando llegó su cumpleaños número 15, me armé con todo el valor que podía tener y le di nuestro primer beso. Al principio fue algo realmente hermoso que había estado deseando por mucho tiempo. Ella me estaba correspondiendo incluso y yo solo era el hombre más feliz del mundo. Pero no duró mucho tiempo. Se apartó con lágrimas en los ojos y salió corriendo sin decir absolutamente nada. Muchos pensarían que me había rechazado o algo, por mi cabeza también pasó esa idea, lo admito. Aún así yo no soy de quedarme quieto y menos cuando la vi llorar de aquella manera. Fui detrás de ella a toda velocidad.

La encontré en nuestro parque, bajo una de las farolas mientras intentaba limpiarse las lágrimas que caían con fuerza de sus ojos. Yo simplemente me acerqué y le abracé apoyándola en mi pecho. Ella me abrazó y siguió llorando durante minutos hasta que consiguió calmarse. Esa noche, los dos revelamos nuestros secretos. Yo la quería y ella... Mi mejor amiga de toda la vida en realidad... En realidad era mi mejor amigo...

No voy a mentir, me costó bastante entenderlo. Él siempre había vestido como una chica normal, había tenido novios, había cuidado su figura... ¡No había visto ninguna señal! Esa noche le pedí tiempo y nos fuimos a casa con un nudo en la garganta y con un "¿y ahora qué?" en la cabeza.

Pensando en la cama me di cuenta de que no era que no las hubiera visto, más bien no las había querido ver... Simples detalles como no llevar nunca falda o vestido... Llevar el pelo corto... Alguna que otra vez que se refirió a sí mismo como un chico... Incluso su nerviosismo ante la idea de salir con alguien y que le tocaran... Nunca enseñaba sus pechos con camisetas ceñidas... Casi nunca se maquillaba ni se ponía sus pendientes o collares... ¿Cómo había sido tan ciego? ¡Mi mejor amigo era un chico y no me había dado cuenta!

Lo hablamos todo con más tranquilidad a la semana cuando los dos ordenamos nuestros pensamientos. Él me confesó que tenía mucho miedo. Que no quería romper el ambiente familiar con sus problemas. Que no quería ser "la rara" o "la mari-macho". Yo me levanté y le grité que le defendería hasta la muerte y que, aunque el mundo entero fuera contra él, yo estaría a su lado para siempre, que pensaba aprender a amarle sin importar nada más. Creo que con eso lo conquisté para siempre porque se lanzó a mis brazos llorando haciendo así nuestro segundo beso.

El resto de la historia... Bueno, nos fue más sencillo de lo que pensábamos. Él tenía de vez en cuando problemas con baños públicos, con gente estúpida o con sus miedos pero yo le iba apoyando en lo que podía. Mientras tanto, yo aprendí a dejar de verla para poder verlo a él. Porque me daba igual su género, su sexo, su cuerpo o sus defectos. Yo le quería y así lo haré siempre. Pero ahora como su mejor amigo.

Nuestra relación duró hasta el primer año de universidad. Yo me quedé en la ciudad más cercana a estudiar mientras él viajó al otro lado del mundo, donde pudiera conseguir un trabajo sin importar que fuera un chico trans y gay. Y lo consiguió con tiempo y esfuerzo mientras yo lo observaba crecer desde la distancia.

Al final, decidimos cortar para poder avanzar cada uno en su carrera, en su trabajo y en su vida. Juntos por siempre pero como amigos, casi hermanos. Él fue el primero en conseguir un novio que le hacía sonreír como cuando éramos niños y yo no tardé en encontrar una chica tan pesada y enérgica como lo fue él.

Yo fui quien le entregó los anillos de boda en su ceremonia, él fue quien cogió a mi hijo después de hacerlo yo. Yo luché porque ellos pudieran adoptar, él siempre me apoyó cuando teníamos algún problema con cuidar a nuestro hijo.

Ahora que me pongo a recordar todo desde el principio, creo que lo mejor que nos pudo pasar el uno al otro fue enamorarnos. Porque aprendimos tanto el uno del otro... Sin duda le voy a echar muchísimo de menos... Yo..."

El chico ya no pudo continuar con su discurso por las lágrimas y el dolor que se adueñó de su garganta haciendo un fuerte nudo. Hubiese sido tan bonito vivir todo lo que había contado... Pero no, no había ocurrido. Él reaccionó mal. No le pidió un tiempo para entenderlo, se cerró en banda al instante. Lo insultó diciéndole que era muy rastrero romper sus sentimientos de aquella manera. En su mente adolescente, aquello solo había sido una forma absurda de rechazarle. Pero no fue así. Y se dio cuenta de las peores de las maneras: encontrándole vestido como un hombre y con las venas cortadas.

El chico quería borrar de todas las formas posibles el daño que había hecho pero ya no podía. De solo saber que sus palabras habían ocasionado eso, se sentía peor que un asesino. E intentó ir con él un par de veces, pero lo detuvieron a tiempo. Y ahora solo estaba él y su cuaderno escribiendo un futuro que nunca llegaría para ninguno de los dos. Ahora solo le quedaba intentar levantarse y andar hacia un lado. Quizás incluso podría intentar ser feliz. Pero sabía a ciencia cierta que la herida nunca cerraría. Porque ahora más que nunca comprendía el poder de las palabras.

El poder de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora