La diosa de la caza miraba por la ventana los jardines de su gran mansión, preguntándose si Atenea habría leído su carta.
Había intentado salir de allí, en cuanto había recuperado la consciencia pero Apolo, Hipocrates y hasta su propio padre le habían regañado al verla vestida, lista para irse, que básicamente la idea era de que no saldría de allí en un par de semanas.
Tampoco es que toda la guardia que había desplegado por sus pasillos le dejarán más opción... Maldito hermano y sus exageraciones.
Volvió a tocar la campanilla de servicios y su ninfa Némesis entró con elegancia en el cuarto, la había recogido de los bosques, en un paseo, famélica y enferma, la había criado como propia, casi era una hija.
-¿Señora? - La miró expectante - No... No ha llegado ninguna ninfa... - Sintió que su corazón se rompía al ver apagarse la pequeña luz de la esperanza en los ojos de la diosa, que regresó su mirada triste al ventanal, con la ilusión de ver a Atenea entrar en sus jardines a lomos de su corcel blanco. Ni que su vida fuera un cuento de hadas.
-Señora... A lo mejor todavía no la ha leído.
-Han pasado tres días - Respondió cortante, mirándola con odio sin tener una razón, se le fueron las fuerzas y las ganas de pelear.
-No quiere verme, me odia, no va a venir.
-Mi señora, bien sabéis que no podéis ir a verla... Hipocrates dijo... - Un jarrón voló y se hizo pedazos cerca de la ninfa, que chilló asustada.
-¡Ya se lo que ha dicho! - Le gritó - ¡No me importa nada, no me importa nadie! - Y hubiera seguido despotricando, si su hermano no hubiera aparecido en la puerta e invitando gentilmente a irse a la asustada Némesis, Artemisa sintió vergüenza por su comportamiento.
-Esos no son maneras de tratar a la gente que se preocupa por ti - Pero el joven dios decidió que no era momento para lecciones morales. Se sentó en la orilla de la cama, en el lado opuesto a su hermana, mirando por la ventana al sol ponerse.
-Si quieres podría ir a verla, explicarle lo sucedido, el malentendido - Se ofreció Apolo.
-No... ¿Es que nadie lo entiende? ¡No son simples palabras, no es que lo haya hecho mal y tenga que pedir perdón - Se giró para encararse a su hermano. - Es más que eso Apolo... Sus sueños, sus esperanzas, las he destrozado, las he pisoteado. Soy una inútil, incapaz de hilar dos frases seguidas coherentes cuando intento confesarme... Medio año Apolo, medio año y no le he dicho un mísero "te quiero", ni la he besado, ni absolutamente nada, ¿como no va a pensar ahora que la he utilizado? - Las lágrimas caían silenciosamente por sus mejillas.
Apolo recordó la época en la que eran niños, ambos dos, solos contra el mundo y su hermana se sacrifico por él, culpándose en una misión de los errores ajenos, recibiendo toda la furia de Hera, que ya los odiaba de por sí.
Al caer la noche, e ir a visitarla de incógnito a la habitación en la que la retenía por castigo, las lágrimas se deslizaba por sus mejillas, como ahora, era el mismo sentimiento:Impotencia.
Apolo intentó protegerla y resultó ser inútil y acabo encerrado incapaz de detener la ira de Hera.
-No es tu culpa - Acarició su pelo plateado con cariño.
-Ah ¿no? ¿Y de quien es? - La mirada sin sentimiento alguno y la gélida sonrisa que recibió, le helaron el alma. Quiso decirle que detuviera aquella aborigen de autodestrucción, pero solo atinó a dejarla sola. Se planteo seriamente visitar a Atenea, pero su hermana nunca se lo perdonaría y por otro lado, él no tenía que meterse donde no le llamaban.Al caer la noche Atenea fue despertada por un suave balanceo, abrió los ojos y enfocó, era Darcy.
-No quiero cenar - Dijo sin dudar, dispuesta a regresar a la paz que le brindaba el sueño.
-No señora... He encontrado esto bajo la cama - Un ramo de flores, un poco mustias, ya fue plantada frente a sus ojos, eran enorme, pomposo y colorido. Como al que ella le había gustado recibir de parte de Artemisa.
-Se le habrá caído a alguna de tus compañeras - Dijo molesta al recordarlo, dispuesta a irse a dormir a la cama antes de que de conseguir un dolor de espalda.
-Señora - insistió Darcy, viendo como su señora se dirigía hacia su alcoba ignorandola.
-Señora, no es de ninguna de nosotras - Seguía ignorandola casi entraba ya a su cuarto donde sería inalcanzable.
-¡Señora lleva su nombre! - Le grito.
Atenea se detuvo y casi se le para el corazón también por unos segundos, no pensó, ni respiro.
Aquel ramo llevaba su nombre, aquel ramo era para ella. Se giró lentamente temerosa de recibir más apuñaladas, mirando con duda a la inocente y pequeña ninfa que apenas podía sostener semejante monstruosidad de ramo entre sus bracitos.
-Señora... Es de Artemisa, estoy segura... Es su letra - Atenea casi se abalanza a sobre ella, por primera vez desde el incidente había expresión en su rostro. Incertidumbre, miedo, esperanza.
Casi arranca el sobre del ramo, sin tacto ninguno.
"Querida Atenea... Me siento un poco tonta escribiendo esto... He intentado escribir una nota tantas veces que este es el último trozo de pergamino que me queda en toda la casa. La nota definitiva, no hay vuelta atrás".
Había un tachón, seguramente un intento de broma cutre de Artemisa, una pequeña sonrisa inconsciente se escapo de los labios de Atenea "No se si te gustaran los regalos ostentosos... Dudo si darte este o no. No se cual es el estado actual de nuestra relación y tengo miedo de verdad. Pero te adoro y adoro estar contigo, tu voz, tus sonrisas.
Pero tengo pánico de lo que estarás pensando ahora mismo, pero si te das la vuelta y me abrazas, te sostendré con todo el amor de mi alma. Y cuando nos soltemos, seguiré sosteniendote en mi mente, porque solo quiero sostenerte entre mis brazos y acompañarte en esta vida, en lo bueno, en lo malo y en lo peor. Porque yo". Habían varios tachones y las mismas dos palabras, al parecer, como si hubiera dudado si escribirlo o no "Te quiero".
El ramo cayó al suelo con un sonido suave comparado con el portazo que provocó Atenea saliendo casi desnuda con una fina túnica a la carrera.
Darcy estuvo tentada de detenerla, que esas no eran maneras de pasearse por la madrugada.
Pero aquella sonrisa de felicidad, de oreja a oreja, que casi causaba dolor no podía estar mal.
Aquello era amor.
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Atenea y Artemisa
FantasiCuando dos diosas, se aman, pero no se atreven a confesarlo.