Kali

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Me quedé sin aliento cuando leí esa carta una y otra vez. ¿Cómo pudo Kavi concederle la custodia de sus hijos también a Román? Ese desgraciado instaló en mi casa de inmediato, y por más que grité y amenacé para que saliera de una vez de mi vida, no me ha hecho caso. Y para mi desgracia, los integrantes de esta casa lo apoyan. Rosendo lo aceptó de inmediato, en agradecimiento por la hospitalidad que le brindó meses atrás. Bavol y los niños lo aceptaron encantados. Cappi incluso me comentó que su padre siempre les hablaba del tío Román, diciéndoles que cuando estuvieran en el momento más oscuro de sus días, él vendría por ellos.

Desde que llegó, ha estado saboteando todas mis reglas. Según este delincuente, eran demasiado estrictas y severas, por lo que cambió su horario de dormir, el menú de sus comidas y hasta los programas de entretenimiento y videojuegos. No está de más decir que mi presión ha estado por las nubes. Estaba discutiendo con Román cuando sentí un fuerte dolor que me atravesó la parte baja del vientre. He tenido algunas contracciones en las últimas semanas, en más de una ocasión tuvieron que trasladarme a emergencias por falsas alarmas. De mis labios salió un quejido, me incliné porque me dolió bastante, luego volvió otro y todo se fue al traste. Luminitsa fue la primera en darse cuenta de que podría estar en labores de parto, después de todo, es enfermera.

Lo que comenzó como un cólico se fue volviendo más doloroso, como si me apretaran la espalda y el área del abdomen, para luego extenderse hacia todos los rincones de mi cuerpo. Era bien fuerte, pero no es nada que no pudiera soportar. Por lo menos tenía todas mis cosas y las del bebé listas; Luminitsa me ayudó a ponerme el abrigo, luego le pasó el bulto del bebé a Bavol. Me hubiera gustado arreglarme el pelo y maquillarme un poco, pero cuando sentí que un dolor me abrasó, dejó de importarme mi aspecto.

Bavol, al ver mi sufrimiento, salió con la llave en la mano y los bultos para esperarme en el estacionamiento. Sabía que era eficiente, pero también sospeché que salió corriendo para no darme la mano. Rosendo se encargó de contarles a todos que las mujeres cuando están dando a luz se vuelven una mezcla de Godzilla y Regan MacNeil, la niña del exorcista. Y quien me diera la mano, moriría. Román se ofreció a acompañarnos; sin embargo, me negué. Mucho hacía yo tolerando su presencia para dejarlo acompañarme. Vinieron otras contracciones unidas a calambres, pero multiplicados por mil, casi me dejaron fuera de combate, especialmente cuando estaba a punto de decirle que lo odiaba con todo mi corazón.

El trayecto al hospital fue rápido, y pobre de la persona que estuviera en el camino de Bavol. En todo el trayecto al hospital, Román estuvo dándome órdenes sin sentido. Lo mandé a la mierda en varias ocasiones; ¿qué sabía él de dar a luz? Y más, cuando sientes como si te estuvieran abriendo las caderas con una sierra eléctrica. Una nueva contracción casi me hizo salir disparada del asiento. No sabía si quería estar parada o sentada. Solo deseaba abrir mis piernas y que mi bebé saliera de una vez por todas; no me importaba que me viera todo el mundo, solo quería que el dolor desapareciera.

Junto con el dolor, llegaron las dudas y el miedo: ¿Y si no era lo suficientemente fuerte para pujar? ¿Y si mi bebé se asfixiaba? ¿Y si nacía muerto? Todas esas preguntas provocaron que me pusiera a llorar. Román, que estaba en el asiento del pasajero, al ver mis lágrimas, se movió para colocarse junto a mí y abrazarme.

Vino otra contracción y lo único que pude hacer fue morderlo en el brazo hasta que pasara el dolor. Nuestros gritos de dolor se mezclaron. Me separé de él cuando la contracción cesó. Román me reprochó, pero repliqué que quería acompañarme; tenía que aguantar junto conmigo algo de dolor.

Llegamos al hospital entrando por emergencias. Una enfermera de ascendencia asiática nos informó, después de revisarme, que todavía no había dilatado lo suficiente. Según ella, las madres primerizas pueden tardar de ocho a dieciocho horas, pero una vez dilatada en un diámetro aceptable, me tocaría empujar para que el bebé naciera.

Soy LicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora