Y se sentó, al lado de las aromáticas flores que tenía en su ventana.
Recordando los daños, las heridas y las sonrisas.
Daños que habían causado hombres a los que ella había entregado su amor, su cuerpo, su inocencia.
Lágrimas corrían por sus mejillas de porcelana.
Aquellos recuerdos de los besos que la elevaban hasta el cielo y que la regresaron sin paracaídas, esas caricias hipócritas que bajo su blanca piel quedaron marcadas, ella era una escultura, una bella escultura. Y como toda escultura siempre pasaban personas solo para mancharla, para destruirla poco a poco.
Las heridas causadas por sus amigos que decían amarla y protegerla, pero en realidad ella estaba sola a las 3 de la mañana llorando sin cesar y que su almohada absorbía cada lágrima, cada pensamiento, cada anhelo.
¡Oh pobre escultura mía! ¿Cómo puedes resistir tanto? Seguramente el arquitecto de tu vida sabía que hacer contigo, te hizo resistente, y a la vez débil.
Era la más hermosa escultura, esa escultura a pesar de las manos qué solo querían ensuciarla, ella seguía allí, firme, sin embargo, llegó alguien que se detuvo a admirarla, alguien que se lavó las manos antes de tocarla, qué reparo cada fragmento que los anteriores envidioso habían destruido.
¡Oh dulce escultura! Ahora puedes caminar, y sentirte segura que tendrás a alguien que te repará cuando te rompas, procura repararlo también, porque el amor egoísta en eso se basa, pensar solo en ti, sin imaginar cuán peor puede estar esa persona. Pero como sé que has sabido lo que es que te destruyan, qué te revuelquen en el fango, sé mi bella escultura, sé que no lo harás, sé que cuidarás agradecidamente a esta persona que hoy aquí expresa su amor.