Erase una vez...

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Era el invierno más frío que el reino había soportado jamás. La escarcha cubría las lápidas del cementerio y en el jardín del castillo los rosales crecían casi desnudos, con las hojas marchitas y de color café. El rey Magnus se encontraba en los límites del bosque junto al duque Hammond, a la espera del ejército enemigo. El rey podía ver cómo su aliento se condensaba en nubes continuas que se expedían lentamente frente a su rostro, para luego desvanecerse en el gélido aire de la mañana. Notaba las manos entumecidas, pero no sentía el peso de la armadura sobre la espalda ni la presión de la cota de malla en el cuello, aunque el frío metal le irritaba la piel. No le preocupaban los enemigos situados al otro lado del campo de batalla, y tampoco tenía miedo.

En su interior, ya estaba muerto.

Pero tras él se encontraba su ejército. Un caballo relinchó entre la niebla. Ha pasado casi un año, pensó. Ella murió hace casi un año. Aquel día el rey había sostenido entre sus manos la cabeza de la reina, mientras la vida abandonaba sus ojos. ¿Qué haría a partir de entonces?, se preguntó. ¿Cómo podría vivir sin ella? Se sentó en sus aposentos con su hija pequeña en las rodillas, pero el dolor era una carga demasiado pesada. Le resultaba imposible escuchar lo que ella decía. "Sí, Blancanieves", dijo el rey con actitud ausente, mientras la niña lo acribillaba a preguntas. "Esta bien, cariño, lo sé".

Contempló al ejército enemigo en el extremo opuesto del campo de batalla. Eran guerreros de sombras, un clan oscuro reunido por una inexplicable fuerza mágica. Surgían entre la bruma matinal como siluetas fantasmagóricas  —anónimamente y sin rostro—, atavidos con armaduras de color negro mate. En ocaciones resultaba difícil distinguir dónde terminaba el bosque y dónde empezaban ellos.

El duque Hammond se volvió hacia el rey con el ceño fruncido y gesto de preocupación.

—¿De dónde demonios salió ese ejército? —preguntó.

El rey Magnus apretó la mandíbula y sacudió la cabeza, tratando de deshacerse del leargo en que había permanecido durante meses. Tenía un reino que proteger, ahora y siempre.

—¡A un infierno al que no tardarán en regresar! —bramó, y alzó la espada para ordenar a sus tropas que atacaran.

 Se lanzaron al golpe hacia el ejército enemigo, con las espadas apuntando a las gargantas de aquellos guerreros. Estos no tardaron en estar encima de ellos. Las armaduras de ambos bandos eran similares, pero tras lo que vestían los enemigos de Magnus solo había sombras negras que se desvanecían en volutas como de humo. Un guerrero sin rostro se abalanzó sobre el rey, con la espada desenvainada. El monarca le asestó un golpe con su arma y la figura se hizo añicos, como si hubiera sido de cristal, despidiendo miles de fragmentos negros en todas direcciones. Magnus alzó la vista, sorprendido. A su alrededor, sus hombres atacaban las sombras y, uno tras uno, los guerreros se deshacían entre la bruma de la mañana. Los brillantes fragmentos caían al suelo y desaparecían sobre la tierra dura cubierta de escarcha. En unos minutos, el campo de batalla quedó vacío. Los soldados del rey mantuvieron sus posisiones, sin lograr escuchar nada más que sonido de su respiracíon. Parecía como si el ejército enemigo nunca hubiera existido.

El rey y el duque Hammond intercambiaron miradas de confusión. A través de la niebla, el rey distinguió una pequeña estructura de madera entre los árboles. Se dirigió hacia ella y, cuando se encontraba a unos solos metros de distancia, descubrió que se trataba de un carro de prisioneros. Desmontó del caballo, miró en su interior y vio a una mujer acurrucada en un rincón. Se podía distinguir que tenía el cabello rubio a pesar de que un velo ocultaba su rostro.

Había sido capturada por aquel ejército; ¿quien sabe qué le habrían hecho? Se contaba que las fuerzas oscuras habían asesinado y mutilado a cientos de prisioneros, incluidos niños. Sin vacilar, el rey descargó su espada contra el candado y lo hizo pedazos.

Blancanieves y el CazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora