Prólogo

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Hace ya mucho tiempo, grietas empezaron a aparecer por toda la tierra, en medio del aire. Después de muchas pruebas, se concluyó que aquello al otro lado de las gritas era una nueva dimensión. La nueva dimensión fue apodada Olvya y gran cantidad de exploradores empezaron a abordarla buscando nuevos recursos. Estallaron guerras por la necesidad de monopolizar las grietas ya que estás eran escasas y estaba asegurado que aquel país que tuviera una grieta, florecería económicamente. Lo que causó una gran revolución fue el hallazgo de nuevos materiales mucho mejores al acero, petroleo, plutonio, etc. En un corto periodo de tiempo se empezaron a extraer en grandes cantidades los materiales y se empezó la experimentación con ellos. Poco a poco surgieron nuevos inventos y fuentes de alimentación y al final, se empezó lo que se conocería como la segunda gran revolución industrial. La principal razón de esta gran revolución fue el hallazgo del mineral Rideria, un mineral que desprendía grandes cantidades de energía al tirarle agua por encima. Un pequeño pedazo de este mineral producía suficiente energía para alimentar a una ciudad pequeña. Con este material en pleno funcionamiento, la energía nuclear empezó a quedarse obsoleta, así como el petroleo y la gasolina.  Así, durante diez años, la economía a lo largo de la tierra empezó a brotar intensamente, el calentamiento global dejó de ser un problema también y el paro en los grandes países fue casi erradicado. Ahora con más trabajo que nunca y un mundo por explorar, la humanidad se unió en busca de aventuras a la otra dimensión.

 Aun así, no todo fue bonito y alegre. El hecho de que la tierra se había conectado con Olvya demostraba que otros mundos podían conectarse a este también. Y así, después de diez años sin que nada malo sucediera, las peores ideas se hicieron realidad. Una tercera dimensión se conectó a Olvya. Siendo esta vez, una donde solo había monstruos, criaturas extravagantes poco inteligentes de grandes dimensiones y con muy mal genio. Al principio, hubo miles y miles de bajas entre la población, ya que se ignoraba la existencia de estos monstruos. Finalmente, cuando se empezó a plantear la idea de que estos eran enemigos acérrimos de la humanidad, los monstruos empezaron a cruzar la segunda frontera. Aquella que conectaba Olvya con la tierra. La humanidad, ahora con poca esperanza ante la invasión de estos monstruos, empezó la crianza de la nueva generación. Aquella que había sido golpeada por la llegada de la nueva dimensión y habían obtenido lo que se apodó "El registro". Básicamente, y por la descripción de los infantes, se trataba de un menú muy parecido al de un juego RPG. Con estos menús, la nueva generación podía observar su propio ser en una pantalla con los diferentes parámetros de sus cuerpos y modificarlos dependiendo de sus capacidades. Cosas como títulos, habilidades o el inventario aparecieron también, aparte del elemento, el cual se obtenía cuando se llegaba a los dieciocho años. Esta nueva generación, con solo entrenar una cuarta parte de lo que entrenaría un atleta olímpico, podían volverse más fuertes y más rápidos que cualquier ser humano en la historia. 

Con el paso de los años, gracias a esta nueva generación, los monstruos volvieron hasta Olvya y no regresaron a la tierra. Aún así, la codicia de la tierra seguía en auge, y es que no podían desperdiciar la gran cantidad de materiales allí presentes, que ahora pertenecían a los monstruos. Así que, negándose a sellar las grietas, los humanos crearon dos cuerpos de esta nueva generación. Los "Exploradores" y los "Defensores". Exploradores eran aquellos requeridos en el frente para atacar a los monstruos en Olvya y así permitir a los especialistas trabajar tranquilamente. Los Defensores eran aquellos que se quedaban en la tierra y evitaban que los monstruos cruzaran las grietas. Con estos dos grupos, la humanidad fue avanzando poco a poco mientras la nueva generación se extendía para que finalmente, después de un siglo, toda la población joven del planeta perteneciera a la nueva generación. 

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