El Creador

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Los alumnos alrededor del campus se movían rápidamente mientras cargaban sus armas a todos lados. Muchos de ellos ajetreados, cargando documentos y sus pertenencias por todo el lugar. La facultad de defensa de la universidad dimensional Altamira, lugar donde un sinfín de jóvenes se reunían para estudiar las artes de los defensores. Los grandes edificios, estadios, gimnasios, aulas, dormitorios y tiendas llenaban el espacio de una pequeña ciudad. Digna del renombre que tiene a lo largo del mundo, Altamira era la ciudad-Universidad más grande del país, aquella con la nota más alta y difícil de conseguir y la que planteaba un mejor futuro para todos aquellos que se consiguieran graduar del lugar. Leo, estudiante de primer año, estaba tranquilamente sentado en su mesa en la clase pertinente mientras revisaba su menú de estado. 

Leo era un chico más bien musculoso y algo bajito. Con un pelo castaño, rizado y corto y unos labios carnosos, no llamaba mucho la atención. Siempre había sido algo tosco y tacaño, pero con una mente brillante y mucho ingenio. Siempre se le había dado bien hacer negocios y hablar bien, lo que lo convertía en una máquina de vender. 

No era el único en su lugar, ya que su amigo y compañero de clase, Rober Miller, estaba justo delante de él mientras era ignorado. 

- Oh vamos, ¿no puedes hacerlo un poco más barato?, somos amigos, ¿verdad? - Intentó persuadir. 

- Amigos o no, los negocios son negocios. Doscientos, es mi última oferta. - Soltó, negándose a bajar de precio. 

- No seas tacaño, tengo práctica en una hora y necesito una espada. - Suplicó Rober de rodillas frente a la mesa. 

- Me conoces, no bajaría el precio por eso, así que vamos a hacer algo. Cien ahora y me la devuelves luego. o doscientos y es toda tuya, que prefieres. - Volvió a declinar Leo. 

- Siempre has sido un tacaño. - Se levantó enfadado Rober. - Doscientos, ya puede ser de buena calidad. - Soltó cuatro billetes de cincuenta sobre la mesa. 

- Conoces mis productos, no te decepcionaré amigo. Gracias por tu compra. 

Recogiendo los billetes de la mesa, los puso en su bolsillo y seguidamente extendió su mano derecha hacia al lado. La mano desapareció en un espacio ilusorio al cual solo podía acceder él mismo y sacó una espada larga de doble hoja con una empuñadura de cuero y una funda de madera muy bien decorada. Después de sacarla toda, la desenvainó para comprobarla un último momento. 

- ¿Quieres que la proteja? - Preguntó Leo, viéndola. 

- ¿Me cobrarás?

- Obviamente. - Asintió con seriedad.

- Entonces no, gracias. - Suspiró Rober al ver que su amigo era así de tacaño.

Rober agarró la espada y la blandió un par de veces comprobando su peso y longitud. Satisfecho con su firmeza, filo y peso, la guardo en la funda con sumo cuidado. 

- Como siempre es de buena calidad. - Admitió Rober. 

- Pues claro, es mi producto al fin y al cabo. - Fanfarroneó Leo. 

- Lo que digas tío. Es tan buena y aún así, cuando despierte mi elemento tendré que prescindir de ella. - Se apenó Rober. 

Todos los alumnos de la universidad Altamira eran ya descendencia de la nueva generación, así que ellos también debían despertar un elemento a sus dieciocho. Básicamente, cuando se despertaba un elemento, todo el equipo que usaba esa persona debí ser resistente al propio elemento, para que al usarlo este no se deteriorara. Rober cumpliría años en tres semanas mientras que Leo, ya los había cumplido hacía un mes. Pero él era un cosa especial. Después de llegar a los 18 años, aún no había despertado ningún elemento, cosa que causó que él fuera nombrado un anormal. Sin elemento, su fuerza era inferior a la de los demás aunque esta era superior a la de cualquier humano normal y siendo apartado de sus compañeros, solo era reconocido por sus habilidades con la herrería. Como un miembro de soporte, lo único que podía hacer era ayudar a las próximas generaciones con sus mejores armas. Des de su punto de vista, él no estaba en mala posición. Era un chico codicioso, con mucho ingenio y con el único objetivo de ganar dinero. 

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