Capítulo II

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Veinte minutos después, luego de un viaje lleno de tensión sexual en el interior de un Camaro negro, donde las miradas, los toques y los besos en los semáforos fueron poco, llegaron a un edificio en el distrito Gangnam.

El tramo por el elevador hasta la puerta de un elegante pent-house fue ansioso, hambriento, con manos tocando y labios en zonas prohibidas. Mientras ChangBin abría la puerta, Felix lo rodeó y llevó una de sus manos a la evidente erección del otro, haciéndolo gruñir con desesperación, desconcertado sus movimientos para abrir la entrada del departamento.

Pero al final lo logró. Entrelazó sus dedos con los de Felix y lo jaló dentro de la casa, comenzando con los besos urgidos y duros en su cuello a penas se escuchó el clic de la puerta al cerrarse.

―Joder ¿por qué sabes tan bien? ―reclamó el mayor mientras Felix le ayudaba a deshacerse de su saco y de su camisa, ambos lanzando sus zapatos sin cuidado.

El castaño rio profundo, causando que la erección de ChangBin se acentuara y la presión del pantalón empezara a dolerle; era un sonido putamente bueno y delicioso al que podía acostumbrarse sin resistencia.

―Dime qué quieres ―soltó un dulce jadeo Felix―, soy versátil ¿arriba o abajo?

―Mierda, ambas imágenes parecen tan tentadoras ―murmuró el otro, excitado, acariciando el bulto en los pantalones de Felix―, pero al menos hoy, quiero enterrarme dentro de ti con tantas ganas que no tiene nombre.

La mirada en ese par de ojos negros, las palabras de un hombre del que ni siquiera sabía su nombre y, principalmente, la expectativa de que esa no sería la única vez, lograron que el joven se estremeciera y postulara aquella noche como la mejor de su vida.

La ansiedad de tenerse, las ganas de llevarse al cielo, los besos desesperados y las caricias hambrientas llegaron a la habitación, donde los pantalones de ChangBin comenzaron a estorbar y los de Felix no se hicieron esperar.

―No te quites la camisa ―gruñó ChangBin al ver que Felix, sentado a horcajadas sobre él, la desabrochaba y hacía amago de quitársela―, sólo... déjala así.

Felix la acomodó de nuevo sobre sus hombros y chasqueó la lengua, dándole al hombre debajo de él una hermosa sonrisa ladina que le pareció a ChangBin la más hermosa de las sonrisas con las que se había topado.

―¿Fetiches?

―Maldita sea, no sé, pero te ves jodidamente sexy ―rio ChangBin en un murmuro, dando lugar a una sonrisa traviesa en su rostro.

Llevó una mano entre ellos y envolvió sus miembros, acariciándolos con un suave y erótico vaivén que consiguió que el más joven soltara un gemido grave y su piel se erizara por décima vez en la noche.

ChangBin clavó su mirada en la de Felix y, joder, se mentiría si digiera que no veía algo de YongBok en el chico frente a él, pero no tuvo más tiempo de pensar en ello -y se obligó a no hacerlo- cuando el chico sobre él se bajó de sus piernas, se inclinó sobre su entrepierna y tomó su pene con su boca, cálida y estrecha, sin detenerse a preguntar.

El mayor gimió, gruñó, enterró sus dedos en el cabello del chico, disfrutando de aquella lengua que lo hacía centrar todos sus sentidos en el par de ojos castaños que lo miraban sin vergüenza, excitándolo y llevándolo a un límite que no conocía dos horas atrás. El ritmo fue sereno y, conforme el calor crecía entre ambos, Felix fue incrementando su atención en ChangBin, rodeando con sus manos aquellos lugares que su boca no podía alcanzar.

Hubo desesperación, ganas de cortar los movimientos de Felix, tumbarlo en la cama y terminar con aquel ritual que lo estaba matando lentamente. Levantó el mentón del más joven, guiándolo hasta su boca y continuando con esos besos impacientes que le arrebataban de una manera tan grata el aire en sus pulmones. Felix se acomodó de nuevo a horcajadas sobre él, siendo algo torpe. Rozó su dulce centro contra su compañero causando un estremecimiento en ambos y un gruñido casi animal en el más joven.

Las manos de ChangBin exploraron a ciegas la cómoda al lado de su cama, tirando a su paso un par de gafas y un portarretratos. Sus labios se separaros un segundo, sólo para reír ante la torpeza de ChangBin, y en lugar de que aquello rompiera el momento, sólo lo volvió más íntimo y perfecto para el par de almas que esa noche se unía.

―¿Necesitas ayuda, campeón? ―preguntó Felix con una sonrisa que hizo su camino en el pecho de ChangBin.

Él resopló, divertido y tan envuelto en la excitación.

―En mi cómoda están los condones, en el cajón está el lubricante ―informó al más joven, acariciando sus caderas y la tersa piel de su culo.

Felix mordió su labio, se estiró sobre el sexy hombre debajo de él, siguiendo sus instrucciones. Tomó un condón y sujetó el envoltorio entre sus dientes, mandando a la entrepierna de su compañero una dulce sensación al verlo. Luego abrió el cajón de la cómoda y rebuscó hasta encontrar el lubricante.

―Lijhto ―dijo aún con la envoltura del condón en su boca, logrando sacar de ChangBin una risa profunda.

A partir de ahí, Felix se dedicó a poner las cosas en su lugar. Desgarró la envoltura del condón y lo puso con una tortuosa lentitud en el pene de ChangBin, sin perder tiempo en acariciarlo de nuevo, mientras éste apretaba y acariciaba sus nalgas sin vergüenza. La piel de Felix ardía en espera de lo que seguía, en espera de aquel hombre dentro de él, moviéndose con intensidad.

Con los ojos llenos de lujuria, ambos se miraron mientras el castaño mojaba sus dedos con lubricante y se preparaba a sí mismo para recibir a ChangBin, soltando ligeros gemidos excitados que poco a poco llenaban la habitación y viciaban el aire de calor, ansiedad y sexualidad.

Con una increíble soltura y elegancia, Felix bajó por la longitud de ChangBin, haciendo que echara la cabeza hacía atrás y gimiera con un ronco sonido que a ambos los llevó justo a dónde querían ir.

Entre las ansias de tenerse -ansias que no sabían de dónde venían- sus cuerpos se guiaron el uno al otro, en un dulce crescendo, sin ganas de detenerse. Una danza de la que no querían separarse, en la que los gemidos y jadeos marcaban el paso de las subidas y bajadas de Felix y de las caricias cuidadosas y al mismo tiempo ansiosas de ChangBin.

Ambos olvidaron lo que los había llevado hasta ahí, porque en ese instante sólo eran dos, su piel chocando, sudando ante el mecer de ese par de cuerpos que parecía haberse estado buscando desde hace tiempo atrás. Felix olvidó su dolor, su pasado e incluso a ese deforme personaje que había diseñado para interpretar cada fin de semana. ChangBin se olvidó de su soledad y la indiferencia que sus días tenían, se olvidó de la jodida culpa que lo había hecho detenerse tantas veces a causa de YongBok.

«A la mierda», pensaron los dos dejando ir a sus demonios, porque tenían todo lo que deseaban en ese momento y no era necesario interpretar o necesitar a alguien más. Por primera vez en muchos años fueron justo lo que debían de ser, se volvieron la parte real y tangible de una historia con hadas madrinas y calabazas mágicas.

Se dedicaron a moverse con un adictivo bamboleo y, cuando eso no fue suficiente, sus labios se buscaron en la oscuridad de la habitación. Besos en donde, a ratos, la lengua de uno jugaba con la del otro; en otros momentos eran los labios de ChangBin los que atrapaban la piel del cuello de Felix y dejaban pequeñas marcas de beso. El más joven dejó besos regados por el rostro del hombre y ChangBin se volvió adicto a la bella intimidad que compartían.

La delicia de aquel instante llegó a una cúspide alta y abrumadora, donde la caída fue el mejor orgasmo que ambos habían tenido en su vida, iba más allá del sexo, no amor, pero sí algo que ninguno de los dos pudo describir. Se estremecieron, jadearon y se abrazaron con un ferviente deseo de no perderse de vista nunca más.

Pero la verdad era otra y el tiempo insistía en derrumbar el majestuoso castillo que habían creado.

―¿Qué hiciste conmigo? ―murmuró ChangBin apoyando sus frentes juntas, riendo suavemente sin creer el revuelo en su pecho.

Felix soltó esa risa que para entonces ya tenía bien fascinado a ChangBin en más de una forma.

―Lo mismo que hiciste conmigo ―le dio un pico, haciendo crecer la sonrisa del mayor.

―Quiero volver a verte.

―Yo también.

Lee Felix aceptó aquella oferta sin miedo, sin las habituales ganas de huir que tenía luego de un simple encuentro por sexo donde la otra persona tenía ganas de más. Porque, claramente, aquello no había sido sólo sexo para ninguno de los dos y el castaño estaba más que feliz por saber que era correspondido.

CINDERELLIX × ChangLixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora