Capítulo III

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Le costaba creer que tuviera que irse, imaginaba que era algo entre las 11:00 o 11:30, habían dejado el NeonParty temprano; si se daba prisa, llegaría a tiempo para no causar ningún tipo de problemas. Pero odiaba tener que hacerlo con esas ansias en su interior que le rogaban que se quedara.

―Sé cuán mal suena esto... ―dudó―, tengo que irme; prometí llegar antes de las 12:00, pero en verdad quiero volver a verte.

La decepción fue clara en los ojos de ChangBin, quien se limitó a darle una pequeña sonrisa como respuesta, tomándolo del mentón con dulzura y dándole un casto beso en los labios.

―Al menos dime tu nombre ―murmuró.

Felix se levantó de la cama con pesadez, sin querer hacerlo en realidad y comenzó a buscar el resto de su ropa en la habitación mientras abotonaba su camisa.

―Me llamo Felix ―le regaló una sonrisa. Encontró su bóxer y se lo puso, para después tomar su pantalón a un lado de la cama― ¿y tú?

―¿Eres extranjero? ―preguntó con un mejor ánimo su interlocutor.

Contestó con un movimiento de cabeza afirmativo. A un lado de su pantalón yacía el portarretratos que el otro había tirado por accidente, volteado boca abajo. Felix lo tomó y lo giró por mera curiosidad, a punto de soltar algún comentario perspicaz. Pero no le dio tiempo, porque reconoció a los dos niños en la foto, uno mayor que el otro, abrazados por los hombros, con uniformes de una vieja casa hogar llenos de lodo, luego de un partido de fútbol que recordaba a la perfección.

―ChangBin hyung ―murmuró Felix en reconocimiento con algo revolviéndose en su estómago.

―Yo soy Seo ChangBin ―dijo el mayor al mismo tiempo, mientras se levantaba de la cama.

Pero al escuchar a Felix decir su nombre segundos antes de que él lo dijera lo hizo parar en seco, su mirada viajando a las manos del chico al otro lado de la cama, aferrándose al portarretratos que cada noche le recordaba su culpa. Tardó dos segundos más de lo necesario en darse cuenta de lo que pasaba, fue hasta que le dio una segunda mirada a Felix que todo en su cabeza se acomodó.

―¿Yong... YongBok? ―tartamudeó incrédulo, temblando y en una extraña parálisis que no lo dejó correr a encender la luz y comprobar que lo que estaba pasando era cierto.

YongBok, su YongBok, su Felix estaba ahí, justo delante de él luego de casi diez años de no saber nada de él.

Felix levantó la mirada y sus ojos se veían acuosos, el chico sentía que, a pesar de que ChangBin estuviera al otro lado de la cama, podría escuchar el fuerte sonido de su corazón golpear contra su pecho, con un sentimiento agridulce creciendo en su interior.

Abrió la boca para decir algo, lo necesitaba con tanta urgencia. Cada día, a cada jodido momento, su mente le hacía recordar a ese hyung que tanto lo ayudó al llegar a la casa hogar con el que había tenido un dulce e infantil enamoramiento.

Y entonces, el reloj de muñeca de ChangBin lo regresó a la realidad. Escuchó los doce pitidos que indicaban el inicio del día siguiente, el fin de ese sábado que recordaría por siempre.

―Yo... Chang... Bin, prometo explicarlo, pero tengo que irme ―se apresuró a decir, dirigiéndose ya hacía la puerta con un molesto temblor invadiéndolo.

― ¡No, YongBok! ¡Felix! ―ChangBin deseó que sus piernas se movieran más rápido para detener al muchacho que se iba de su casa, con miedo de que se fuera para siempre de su vida una vez más.

Pero, al salir, Felix cerró la puerta detrás de sí, sabiendo que si ChangBin lo alcanzaba todo el encantamiento se rompería y volvería a ser ese chico de diecisiete años que lo había perdido todo diez años atrás. Corrió a la sala, sin importarle el leve dolor que cruzaba entre sus nalgas, y maldijo el momento en el que lanzó sus zapatos sin saber dónde habían caído al llegar al pent-house.

Escuchó la puerta de la habitación abrirse en el pasillo; fue entonces que divisó una de sus deportivas y la tomó, sin importarle lo suficiente la otra como para quedarse. Salió de la casa y corrió lo más rápido que pudo hacia el elevador, sintiendo la costosa alfombra bajo sus pies. Se dijo que no quería meter en problemas a JeongIn, pero la verdad era que la vergüenza era demasiada como para enfrentarla.

Por supuesto que hubo una parte de él que se odió, con todas sus fuerzas, por dejar al niño que le hizo tanta falta cuando una pareja ambiciosa pidió su custodia; por dejar al hombre que le había devuelto eso que tanto tiempo atrás había olvidado. Lloró todo el camino a casa de JeongIn, por la invasora frustración que lo llenaba, gritándole que el mundo no era un cuento de hadas donde el amor triunfaba a pesar de todo. Ese maldito dolor que le gritaba que el mundo era siempre injusto.

CINDERELLIX × ChangLixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora