Nadia
Estoy corriendo en un bosque. No corro de esta forma desde hace mucho tiempo, solo por diversión, sin razón alguna. Es verdaderamente placentero, el sentir la adrenalina en mi cuerpo, el respirar aire puro. No hay ruido a mi alrededor.
Repentinamente, los cantos de los pájaros se detienen, el sonido relajante de un río enmudece, el viento deja de mecer a los árboles. Sé que algo anda mal, sin embargo, no puedo detenerme...
Unos segundos después, árboles empiezan a caer, como si fueran talados por un hacha invisible. Una estructura urbana aparece frente a mí, y sigo sin poder detenerme, lo que me hace entrar en pánico. Entro en una especie de bodega con una apertura enorme en lugar de una puerta (por fin pude parar de correr), pero está extrañamente vacía...
La entrada por la que entré se cierra repentinamente, y quedo sola, bajo iluminación artificial deficiente. Los focos fluorescentes se prenden y apagan cada cierto tiempo, como si el cableado tuviese algún problema. Uno de los focos cae frente a mí, rompiéndose en pequeños pedazos que vuelan por todas partes. Tengo que agacharme y cerrar los ojos para evitar algún tipo de daño.
Al enderezarme, me encuentro en una sala completamente diferente, es ¿el salón de clases de la escuela? Un reflector ilumina a la mesa, donde puedo ver muchas pilas de papeles. Al acercarme para ver mejor, leo en todas ellas una sola cosa...
¿Qué diablos? Mis dedos inconscientemente rozan la hoja más cercana a mi cuerpo, y como si hubiese activado algún tipo de sensor extraño, todas las hojas de papel salen volando y se dispersan por el aula.
El ambiente cambia (otra vez), y me encuentro en una sala gris extraña. Estoy sentada en una silla parecida a la de un dentista. Antes de que pudiera hacer algo correas marrones se amarran a mis muñecas y pies, dejándome inmóvil. Intento soltarme, pero con cada movimiento las correas se ajustan cada vez más, hasta casi cortar mi circulación.
Unas lupas enormes se acercan a mis ojos, y con unas pinzas los abren violentamente para examinarlos. Las pinzas hacen mis párpados sangrar, y no puedo evitar gritar de dolor. A lo lejos puedo escuchar pasos acercarse y siento el ritmo de mi corazón acelerar considerablemente. Justo cuando creí quedar afónica, una explosión vuela la puerta, que no había notado hasta ahora a decir verdad.
Las pinzas sueltan mis párpados, y dos figuras masculinas aparecen de entre las sombras. La más alta de ellas susurra a la otra algo incomprensible, y la segunda figura desata mis muñecas. Un foco blanco enorme se enciende sobre mi cabeza, impidiendo que pueda ver los rostros de mis salvadores. La más baja me rodea con sus brazos y yo correspondí al abrazo inmediatamente, demasiado conmocionada como para reaccionar de otra manera.
La figura alta da un paso hacia la luz y puedo ver bajo el reflector unos rizos marrones alborotados en su cabeza. Al separarme de los brazos fornidos de la segunda figura, veo como la primera se acerca sin dejarse ver del todo, y acuna mi mejilla en su mano mientras cierro mis ojos. Siento un ligero cosquilleo en la nariz, que luego pude reconocer como un beso esquimal. Una voz grave y tranquila habla lentamente.
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Protectora de Culturas
Teen FictionNadia Brown, de Inglaterra, es una chica normal entre todos. Va a la escuela particular británica, una de las más caras de todo Ubuntu; está comprometida desde su nacimiento; su vida está completamente planeada. Las vacaciones de verano terminan, y...