En las Vastas Extensiones del Sur

I

"Neither you nor any other human being shall ever see us again"

Frankenstein, Mary Shelley

Escribo estas, las que pueden ser mis últimas palabras, con el alivio de quien al fin puede liberarse de un secreto guardado por demasiados años.

Lo hago también, como una manera de aligerar mi culpa, aunque sea un poco, ahora que estoy a solo unos pasos de enfrentar lo que sea que nos espera a los seres humanos al morir.

Hay un tercer motivo en el acto de escribir estas páginas. Si pudiera resumirlo en pocas palabras, lo más cercano sería decir que esto es una advertencia.

No recuerdo bien si eran cinco o seis los extranjeros. Podrían haber sido siete, de hecho. Habían pagado una generosa cifra por alojarse en nuestra cabaña a orillas del canal de Moraleda. Si bien no los recuerdo individualmente, sus rasgos, de hombres curtidos por la dureza de la vida, aún están en mi memoria. Todos parecían haber sobrevivido a los horrores de la Gran Guerra que había asolado Europa algunos años atrás. Todos tenían ese vacío en la mirada que volví a ver una y otra vez en mis viajes por el mundo.

Todos ellos, excepto uno.

Casi no molestaban, lo que era la principal condición de mi abuelo para recibir huéspedes. No importaba el dinero que pudiesen ofrecer, si había problemas, los huéspedes debían dejar la cabaña enseguida. Pero estos hombres brillaban por su ausencia. Cada tanto se reunían en una habitación para planificar una expedición y salían casi en silencio, para regresar tiempo después, en el mismo silencio.

Los vi hacerlo una y otra vez, una decena de ocasiones, casi sin variaciones, excepto por el cansancio y la decepción en sus rostros.

Excepto en uno de ellos.

Fue cuando salieron en su undécima expedición la única vez en que vi a mi abuelo entrometerse en los asuntos de otros.

«Habrá tormenta», les dijo, «en una semana o antes».

Los hombres se miraron, sin responder. Excepto uno.

«Volveremos antes». Dicho esto, se internaron en el bosque.

Ninguno de ellos regresó.

Excepto uno.