Christopher se ponía en puntillas para no perder de vista a Nate. Lo siguió, esquivando gente, hasta que vio que Nathan abría una puerta. Christopher empujaba a las personas que le bloqueaban el paso. Cuando llegó a la puerta, sin dudarlo, la abrió de golpe.
Nathan está sentado en la banca que está enfrente de la puerta. Los codos los recarga en las piernas y la cabeza la apoya en las manos. Se frota las sienes. Christopher cree escuchar sollozos, pero no está seguro, pues todavía se escucha la música del salón.
Se sienta al lado de él. Recarga la espalda en la pared y mira al techo. Nathan lo mira por primera vez. Lo primero que Christopher nota, es que sus ojos están rojos. Nate suelta un sollozo.
—Nate… —le susurra Chris, volviendo a mirar el techo—. ¿Te encuentras… bien?
Él no responde.
—Bien —suspira Christopher—. ¿Sabes? —Despega la espalda de la pared y mira la ventanilla de la puerta—. Creo que ni siquiera sabes mi nombre.
Sigue sin responder.
—Me llamo Christopher, pero prefiero que me digan Christopher.
Los dos ríen. Christopher se anima y mira a Nate. Ha dejado de frotarse las sienes. Chris se anima y le pone una mano en la espalda. Le da varios golpecitos. Qué mierda, piensa. Él nunca había hecho nada como ello. La última vez que había posado la mano en la espalda de alguien, con tanta ternura, había sido cuando se despedía de su madre.
—Y tengo 16 años, pero estoy por cumplir 17.
Nate sigue sin responder. Christopher suspira.
—Eh… Creo que no quieres que esté aquí, ¿verdad? Bueno…
Christopher va a ponerse de pie, pero una mano lo interrumpe. Nathan. Chris se queda unos segundos mirando la mano en su pierna. Hasta que Nate susurra:
—Quédate.
Chris pone una sonrisa de idiota.
—Este negro no se va a ir a ningún lado, Nate —lo tranquiliza. Suelta un suspiro, seguido de una sonrisa de oreja a oreja—. Dime, ¿qué problema tienes con el nombre de Nathan?
Éste se ríe. Pero le contesta otra cosa.
—Tengo casi 16
Christopher se sorprende. Después ríe.
—Te llamé infantil cuando te estrellaba en el baño. —Suelta más carcajadas—. Lo lamento.
Nathan le responde riendo.
—El año fue una mierda —continúa Chris—. Sinceramente no me divertí. Cuando iba a entrar, pensé “oh, sí, un internado, genial, sin padres.” Pero en los primeros dos meses no había nada, ¿sabes? ¡No había acción! Esto no fue como esperaba.
Los dos comienzan a reírse. Nathan sigue sin decir nada ni levantar la cabeza. Y Christopher aún deja su mano en la espalda.
—Lo único que me ha gustado es el taller de carpintería, te lo recomiendo. Más si no tienes nada que hacer en los fines de semana, como yo.
Nathan ríe.
—En realidad yo… —comienza a hablar. Christopher abre los ojos como platos cuando escucha su voz. Nathan se detiene y levanta la cabeza. Pero no mira a Chris, mira hacia en frente. Una chica con ojos inquietos se asoma por la ventana. Cuando ve la máscara de Calavera, la expresión de los ojos cambia. Luego mira hacia abajo, enseguida la puerta se abre. Se acerca a Nate.
—Nathan, ¿en dónde estabas? Te estuve esperando en donde quedamos —le dice, molesta—. Escuché rumores de que estabas en el escenario. Te he estado buscando, idiota. Espera, ¿qué? ¿Por qué tienes los ojos rojos? ¿Estuviste llorando? Chillón, no puedo creer que lo hayas hecho. Te dije que quería que bailáramos juntos, no voy a ser una vergüenza estando sola en la pista… Dios mío, ¿y quién es este tipo?
La chica mira a Christopher. Él se le queda mirando.
—Soy su pareja —le bromea.
La chica chilla. Toma el brazo de Nathan y lo jala. Abre la puerta, jala a Nate y luego la cierra de golpe.
—Pero que tía más loca —dice Christopher, intentando hacer acento de español.
Se pone de pie, mira por última vez por la ventanilla de la puerta: ve a Calavera y a la chica bailando. Christopher ríe y agita la cabeza. Luego se va caminando por el pasillo.
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Nathan & Christopher
FanfictionHistoria de amor entre dos adolescentes homosexuales. Nathan y Christopher son de países diferentes, culturas diferentes, acentos diferentes, jergas diferentes... pero son idénticos en un aspecto muy grande. Eso es lo que los une. Esta historia dem...