•Encuentro•

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// Antes de comenzar, solo vengo a decir que por fin he revivido nenes :^ //

Era de noche pero no una cualquiera, estaba oscuro, más de lo usual, las estrellas no resplandecían, ni siquiera se podía ver un vago rastro de la luz de la luna, las únicas sombras que se podían observar eran producto de los postes que habían alrededor, también se debía a las luces que desprendían las tiendas que, aunque eran pocas, estaban abiertas a altas horas de la noche.

Un pequeño niño se encontraba corriendo, falto de aire y jadeante, pero no paraba de correr, se le podía notar angustiado, perdido y abandonado. Tenía el cabello despeinado, de un color azulado, índigo para ser exactos; sus ojos eran del mismo color que su cabello, rasgados, que le daban una apariencia retraída; sus orejas eran puntiagudas, apuntando hacia atrás, cómo si señalasen algo o alguien; traía puesta una camisa blanca con las mangas largas y de color negro, y un pantalón de color azul marino, sus zapatos por otro lado eran blancos. 

Asustado, el niño no quería detenerse sin importar qué tan cansado estuviera, no conocía a nadie, no sabía donde estaba y mucho menos, conocía el lugar donde estaba. Estaba perdido, recién acababa de mudarse, estaba lloviendo y se había perdido, en una nueva ciudad, totalmente desconocida. Intentando escapar de la realidad, el niño mantuvo todo el tiempo sus ojos cerrados, no quería saber dónde estaba, quería creer que cuando los abriera se conseguiría a su padre o a su madre, que lo abrazaría y lo llevaría a su nuevo hogar, a bañarse, cambiarse y cenar junto a su familia. Pero no era así, el frío cada vez aumentaba más, estaba cada vez más mojado que antes, y ya comenzaba a resfriarse. 

En un momento, por descuido del infante, tropezó con su propio pie y cayó al piso, esto provocó que cayese de boca, al caer abrió sus ojos por el impacto, mismo impacto provocó que surgieran raspones en sus manos y rodilla derecha, pero no todo fue tan malo, la caída le permitió darse cuenta que había un árbol, tan frondoso que las gotas de agua no alcanzaban a llegar al suelo, permitiendo crear un refugio oportuno para el tan aterrado niño. No tardó en levantarse, e ir  corriendo para llegar al resguardo del árbol. Al llegar no se detuvo tan siquiera como para acomodarse, solo se volteó y se recostó del árbol para dejarse caer y usar el tronco como si fuera una cama, que aunque no lo pareciera, era acogedor, o al menos así lo veía aquél infante de ojos rasgados. 

No había nadie, ni una sola persona pasaba por donde el niño se encontraba, ni siquiera un carro o una moto. Mucho menos alguna familia que estuviera yendo a su casa a refugiarse de la lluvia, nadie, tan solo habían tres cosas además de él: El árbol que le proporcionaba resguardo, un poste que le brindaba una tenue luz que con suerte y alcanzaba a permitirle ver, y la lluvia, que solo le brindaba frío, ruido y soledad.

Pero no era algo nuevo para él, ya estaba acostumbrado a ser rechazado y a estar solo, a pesar de su corta edad, nadie se acercaba a hablar con él, a menos que el maestro lo obligase a trabajar junto a él, y aún así, trabajaban o jugaban junto a él de mala gana. Observaba el paisaje tan desolado y triste,  tan solo deseaba que no hubiera frío, o por lo menos no tener su ropa mojada hasta los calzones, un estornudo fue suficiente para que él entendiera que proseguiría luego, estar en su casa acostado mientras se recuperaba, pero eso solo, si conseguía llegar. 

Colocó sus piernas flexionadas frente a su pecho, y sus brazos sobre ellas, para luego ocultar su cara ahí, en un intento de calentarse así mismo, si tan solo alguien pasara  y lo viera, alguien que pudiera llevarlo a algún lugar cálido, o darle algo con qué abrigarse, tan solo una persona que pudiera ser un sol de verano que cualquier persona y animal ansia cuando el invierno está en su mayor punto de enfriamiento. 

Solo podía pensar en lo mucho en que se arrepentía de haber venido a esta nueva ciudad, de no haberse resistido a irse de su hogar, de no haber prestado atención cuándo sus padres estaban caminando junto a él en la calle, de no haberse quedado donde había perdido a sus padres, quizás ahí sus padres ya lo hubieran encontrado. O quizás no, quizás no les interesaba buscarlo, quizás para ellos ni siquiera se habían percatado de que se había perdido, o se habían olvidado de él. Estaba enfrascado en sus pensamientos, al borde del llanto, esos pensamientos lo aturdían,  tanto que no escuchó a quién se había acercado a él, preguntando cómo se llamaba y qué hacía ahí. No lo escuchó, ni se percató que estaba en frente a él, hasta que el contrario tocó su hombro empapado de agua, provocando que el azulado levantase su cabeza de golpe. Y golpeara al otro niño en el mentón, cosa que hizo que cayera sentado frente a él.

-¡Ouch! ¡Deberías tener más cuidado!- Exclamó el niño que ahora se encontraba en el suelo, sobando su mentón.

-¿Quién...quién eres?- Preguntó asustado el ojos rasgados- ¿Qué haces aquí?...¿No deberías estar en tu casa?...¿Cómo te llamas?-Cada pregunta que hacía, era más insegura que la anterior, necesitaba saber que hacía alguien más aparte de él en ese lugar y a esas horas, pero no se dio cuenta que cada una de esas preguntas ya habían sido formuladas por el otro niño.

-Oye oye...yo te había hecho esas preguntas antes, merezco ser yo a quién le respondan primero -dijo reclamando luego de que el dolor en su mentón desapareciera, tomó el paraguas que había traído consigo y se sentó más cerca al niño tímido, más que todo para evitar mojarse ya que donde se encontraba había comenzado a sentir las gotas salpicando sus manos- Espero no te moleste que esté cerca-. 

¿De verdad? ¿En qué momento él llegó? ¿Desde cuándo estaba acompañado?, esas preguntas eran las únicas que rondaban por su cabeza, hasta que él niño se sentó en un punto donde la luz le permitía observar cómo era: Tenía un cabello rubio, que apuntaba hacia arriba arriba; sus ojos azules; traía puesta una camisa de color blanca con rayas rojas, y un pantalón azul, sus zapatos eran de color negro. No parecía interesante en lo absoluto, el azulado no parecía interesarse en aquél rubio, hasta que vio algo que hizo que eso cambiara en su totalidad. Su sonrisa, no era una sonrisa falsa a la que estaba acostumbrado, ni una sonrisa maliciosa, era una sonrisa honesta, que solamente reflejaba felicidad y le daba un toque característico a esa cara.

-Um...-dudó un poco sobre si responder, ya que sus padres le habían enseñado a no hablar con extraños- Me llamo Amajiki...Tamaki Amajiki -rectificó nervioso- Estoy perdido...mi familia y yo nos acabamos de mudar, pero me perdí -continuaba respondiendo con un tono quebrado, se sentía abrumado por reconocer abiertamente que estaba perdido.

-Oh, vaya...-respondió el niño de nombre desconocido- Yo vivo aquí desde que tenía 3 años, si quieres cuando pare de llover puedo ayudarte a buscar a tus padres -dice completamente animado, le encantaba hacer nuevos amigos, y qué mejor manera que ayudando a alguien que lo necesita- Y... ¡Mi nombre es Mirio! Me llamo Mirio Togata, es un gusto conocerte, Tamaki - al pronunciar el nombre del contrario, Mirio reveló que su sonrisa había pasado a demostrar emoción y alegría. Algo que era nuevo para Tamaki, nunca alguien aparte de su madre había sonreído de tal manera por y para él.

Esa sonrisa fue especial para el joven Tamaki, al verla olvidó que sentía frío, que estaba perdido, y que apenas conocía a Mirio, era como si lo conociera desde toda la vida, como si fuera alguien que siempre estuvo a su lado, su primer y único amigo hasta ese entonces, poseía una sonrisa que resplandecía calidez, el niño sol, fue como Amajiki comenzó a llamar al rubio desde ese día, no supo cuánto cambiaría su vida, y sólo por haberse perdido.

-Eres... Un sol... - fueron la única respuesta que le dio, esto acompañado de una cara de inocencia pura, combinada con asombro y felicidad, felicidad de haber conseguido a ese alguien que lo ayudara, a la primera persona que le extendiera su mano sin ser obligado, y que desprendía seguridad y confianza en tan sólo un gesto que era usual en las demás personas, pero que para él, era único.

Mi SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora