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Nadie tenía tantos huevos como tú.

Me recuerdo el día en el que mi mamá hablo con mi papá sobre enviarte a un centró para jubilados (o como tú lo llamabas: La trampa para viejos gilipollas).

Ese día por equivocación escuchaste la conversación y ese día se transformó en un pan'demonio.

Hiciste una huelga de hambre.

¡Exacto, una huelga de hambre!

Cogiste un megáfono, unos carteles y en medio de la acera, tú, junto a tus eslóganes, creasteis el mayor circo jamás conocido en el vecindario.

A los cuatro vientos te pusiste a gritar...

Estas son personas horrendas. Mis hijos después de todo el amor compartido en casa ahora me odian, mi mujer después de todo el amor compartido en la cama ahora me odia, mi nuera... bueno ella nunca me ha soportado.

¡Si odias al abuelo, eres un pendejo! ¡Si lo tiras a la calle, no harás que se calle!

¡A vivir aquí tengo derecho, porque si no te cagó en el techo!

Papa intento hablarte.
¡Fue inútil!

Mamá intentó callarte.
¡Fue inútil!

El tío intentó bañarte.
¡Fue inútil!

La abuela se cansó de tanta idiotez por parte del viejo verde (sus palabras, no las mías) y con una manguera te llevo a patadas dentro a casa.

La ironía de la situación es que nunca pensamos en llevarte a vivir para siempre en un centró de jubilados (excepto en ese momento), solo por dos semanas de prueba mientras nosotros nos íbamos a visitar al otro abuelo en Santa Cruz de Tenerife.

Tu ensañamiento en ese momento fue...

《Haces algo por algunos y nunca se dan cuenta, pero cometes un pequeñísimisisimo error y nunca te lo perdonan. Que dramáticos.》

Abuelo.

Mi única pregunta es... ¿De dónde sacaste el megáfono?


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