I.1 El tren perdido, o cómo se forjó la primera vuelta: de Chico a Francesc.

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Corría con agilidad, miraba y no veía, entonces tropezó y pidió disculpas y saltó hasta el andén donde, y ya era demasiado tarde, lucían las luces del último vagón del convoy del tren de las 14.35 el que solía tomar cada día para regresar a su casa, todavía el domicilio familiar. Aquel viernes de noviembre, sin embargo, se había acercado al despacho de un profesor de la facultad para pedirle un libro que citó en clase y esa circunstancia provocó la pérdida del tren. Sus compañeros de clase se habían adelantado y él perdió el tren porque, además, ellos no lo habían esperado. Había sido una carrera que empezó al bajar del autobús lanzadera que trasladaba a los estudiantes de la universidad a la estación de tren de Cerdanyola. Había subido con agilidad y había aguantado el peso de los libros y de la carpeta, pero nada de ese esfuerzo sirvió.

Empezó a recuperar el aliento y decidió encenderse un ducados. Ahora tenía casi quince minutos hasta la llegada del siguiente tren. Miró a su alrededor y comprobó que en el andén en dirección a Terrassa y Manresa había mucha gente, también jóvenes en su mayoría que regresaban a comer a sus hogares.

Buscó asiento y sacó un cuaderno de notas donde solía anotar reflexiones, ideas, versos o dibujos. El trayecto desde su casa hasta la universidad era de casi dos horas, de manera que disponía –si encontraba un lugar en el que sentarse- de ratos sueltos para mirar el paisaje, observar a la gente y escribir, una de sus pasiones. El primer frío de noviembre no iba a interrumpir la sensación que le sugería aquella "pérdida del tren", porque, y no lo sabía en absoluto, sería una imagen paradigmática de la historia de ese joven de apenas dieciocho años.

Escribió los versos que siguen:

Tránsito de un billete equivocado

por una sonoridad peregrina

que se lleva su cuerpo con el viento

más allá de la historia que sucede.

Un mensaje perdido se ha quedado

sin la voz que le apriete las entrañas.

Sus letras añoran la precisión

mojada y blanda de sus cinturas.

Los acoge el entresijo de tejas

que grita por los hilos que se agolpan

entre un compás de risa adolescente,

la quietud de la calumnia húmeda y gris.

La prisa llega en ágil desatando

-sin tanta precisión como lo escribo-

gabardinas, oídos y silbatos,

sacudida de gestos de cansancio.

Se imaginaba el protagonista de esa historia poética. El cigarrillo estaba casi consumido y su andén había empezado a ocuparse, poco a poco. El cielo gris, denso y plomizo acogía aquel discurrir de piernas y el joven sintió la naturaleza infinita de la creación en sus dedos. También comprobó que el billete del poema era su billete y que le encantaría vestir con una gabardina.

En aquel año en que empieza esta historia no hubo forma ni manera de avisar a los amigos que viajaban en el tren, y lo que es mejor, no existía la preocupación por saber si ellos lo sabrían más pronto o más tarde. Sí sintió, en cambio, que en aquel momento es estaba a punto de tomar –en silencio, cabizbaja, en privado y sin notificación alguna- una decisión: dejar atrás su antigua identidad y proceder a una nueva, justo en ese instante, una voz interrumpió su estado de gracia.

- Hola, soy Isabel, coincidimos en Literatura del siglo XVIII.

Había imaginado, en centenares de ocasiones, que aquel pedazo de su vida se iba a convertir en una historia de ficción y él, el joven estudiante de lengua y literatura, podría atravesar las imaginaciones de sus lectores a partir de aquel momento, de aquel instante en el que él renunciaba a su condición y pasaba a otra. Y ahora, con la irrupción de Isabel, la historia se abría paso en otra dirección, quizás porque la memoria también le hacía trampas y se había olvidado de ella, de sus ojos color mostaza, de las cartas de amor no correspondido jamás que se escribieron, de sus regalos, de aquella visita relámpago a la casa de Isabel, ya casada y con su hija Ana, y de todo lo que él rechazó por miedo y porque la costumbre lo había sujetado a otra condición. Y entonces le respondió:

- Sí, hace días que nos miramos. Me llamo Francesc Reina.

- Hola. ¿Estabas escribiendo?

- Bueno... Eso intentaba.

- ¿Vas a Barcelona?

- Sí, vivo con mi hermana que estudia medicina.

- Muy bien. Yo vivo en Esplugues de Llobregat con mis padres. ¿Pero no eres de Barcelona, verdad?

- No. Tanto se me nota.

- No hace falta ser un gran lingüista para reconocerlo.

- ¿Y tus amigos?

- Han cogido el tren de antes. He ido a ver al profesor González para pedirle este libro.

El tren apareció al poco de que la conversación siguiera su curso. Eran muchas informaciones que querían intercambiar y el orden de los hechos, las elecciones que hacían y cómo se lo contaban forma parte de un secreto histórico para ambos. La juventud de Francesc e Isabel les llevó a exagerar, a medio-explicar, a sugerir, a amplificar una parte de lo que todavía no eran pero ya imaginaban que sí. Eran alardes inofensivos y cercanos a la ternura de lo que, en realidad, deseaban.

Fueron sucediéndose las estaciones hasta la llegada al destino de Isabel: Plaza Cataluña. Francesc alteró sus planes y se bajó con ella. No en vano, estaba dejándose llevar por una de sus vueltas. Ella iba a coger otro tren en dirección a Sarrià, donde tenía el piso de alquiler las dos hermanas Suárez. Él cogería el metro en otro punto y perdería más tiempo del debido pero no le importaba porque era la primera vez, desde que inició sus cambios de la adolescencia, que sentía una fuerza renovada en su nueva identidad: Francesc. Su nombre de pila era Francisco y su nombre en su DNI. Entre los amigos que lo había dejado en el andén de Cerdanyola era Chico, así que ahora nadie podía arrebatarle la decisión de presentarse con otro nuevo como si esa denominación pudiese permitir que él fuese otro. Se despidieron demasiado pronto. Fueron dos besos en la mejilla y el aroma del perfume, suave y embriagador de Isabel, se quedó en su memoria mientras se dirigía a comer a casa de sus padres.

Se comió las lentejas solo porque su hermano ya se había ido a trabajar. Tenía turno de tarde en la fábrica y su padre construía un edifico en Abrera y no venía a comer. Esa tarde tenía dos clases particulares y quería ordenar los apuntes de clase. Pasaban las cuatro y media cuando acabó y a las cinco empezaba en casa de su alumna de latín. Se fue a su dormitorio y se encendió un cigarrillo. No dejaba de pensar en 

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⏰ Last updated: Nov 19, 2018 ⏰

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Las vueltas de Chico EstradaWhere stories live. Discover now