When night falls.

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December 22, Los Angeles, California, United States.

Era Domingo, 9 A.M y él estaba ordenando todo en aquel pequeño departamento casi desalojado por completo, con apenas algunos retratos aún colgados en la pared, con fotos familiares, claro está, no es como si tuviera a alguien más a su lado.
Agunos libros de la biblioteca sin guardar, y objetos sueltos que no encontraban su lugar aun entre tantas cajas marrones y etiquetadas.

Él, por supuesto, arrodillado en el suelo, intentando jugar al tetris con todos esos malditos objetos que no entraban de la forma en que lo deseaba. Estaba harto, pero en esa ciudad no tenía algún amigo que lo ayude a empacar.

Sumado a eso, ya comenzaba a fastidiarse a causa de su cabello brillante color chocolate que caía a los costados de su cara y no lo dejaba ver lo que hacía, y claro está que ya habían empacado cualquier cosa que tuviera que ver con el baño, así que tendría que tolerarlo. ¿Cómo es que se le había ocurrido quedarse hasta el último mes del año y no irse antes, sin tanta presión en su cabeza? Todo tenía que salir bien, estaba a dos días de la navidad, y ciertamente ya extrañaba a su madre y su hermana, quienes desde la muerte de Robin habían vivido sin la presencia de un hombre en la casa, lo cual, no era importante, Harry sabía que ellas se sabían cuidar muy bien solas, que eeran fuertes e independientes, pero aun así, prefería estar en compañía de su madre y su hermana.

¿Cómo estarían ellas? ¿Lo esperarían en casa? ¿Tal vez en el aeropuerto? ¿Qué cenarían? ¿Estará ya el Scrabble preparado sobre la mesa ratona?

Todas esas preguntas rondaban en su cabeza mientras que acababa al fin con cada maldita caja. ¡Literalmente estaba listo para volar a Londres! Claro que llevar todo eso tendría un costo adicional muy grande en el vuelo, pero ya no tenía pensado volver a LA en un largo tiempo, por lo que no había problema, gastaría lo necesito por ya estar con su familia para la navidad.

Ya se encontraba en el aeropuerto, con sus miles de cajas, o bueno... tal vez eran solo cinco, pero él era un dramático.

No tenía que esperar tantas horas su vuelo, de hecho, eran solo minutos, gracias a su puntualidad. De verdad era un obsesionado por la perfección. Podía llegar a ser molesto, pero casi todo le salía bien gracias a ellos. Casi.

Los minutos pasaron con rapidez, agradeció a cada hombre o mujer que le daba alguna explicación que él cuidara necesitar, sino al hombre al que le presentó el pasaje, o luego al que le dio la bienvenida al avión. Era amable, pero no era algo sorprendente, los ingleses tenían fama de aquello, amables y de buenos modales, y sus padres, al menos, nunca le habían enseñado lo contrario, y no era creyente de que si hubiera nacido en otra nación, el asunto hubiera sido diferente, ¿O sí? Era patético siquiera pensar en ello.

Tomó asiento en donde se le fue asignado y aprovechó que aun estaban en tierra firme para mandar mensajes, avisando que estaba punto de poner el móvil en modo avión en su grupo familiar y a su mejor amigo, para que ya estuvieran listos para su llegada, aunque hubiera 10 horas y 40 minutos de vuelo.

Pronto una azafata se puso en el medio del pasillo, adelante de todos los pasajeros, y explicó todo lo que se debía hacer antes de que el avión despegase y también qué hacer en caso de una emergencia. Harry, a pesar de que ya había volado más de diez veces, prestaba completa atención, como siempre tuviera miedo a entrar en pánico si la ocasión se daba y él no sabía que hacer.

A su lado, se había sentado una muchacha alta y de cabello castaño y corto, con una particular belleza que se le notaba a kilómetros, y él, solo le dedicó una sonrisa y rezó a los cielos que fuera agradable, por si necesitaba hacer sociales a medida que el viaje se tornara aburrido.

Maybe, in winter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora