Día 02

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La Catastrófica Aventura de Plagg

III

Día 02: En batalla.

...

Adrien se dejó caer en su cama, ahogando su rostro en la almohada.

¿Qué clase de día más loco había sido ese? ¿Qué demonios le había hecho Plagg? O, mejor dicho, ¿qué pasaba con él?

Cuando llegó al Libertad esa tarde, no notó nada raro en él con respecto a Marinette, como si la crisis de la mañana no hubiera pasado nunca. Pero, cuando la chica tropezó, y fue a parar a sus brazos, percibió claramente un detalle que no había dejado de rondar en su cabeza.

Marinette olía a Camembert.

¿Por qué la chica olía a ese apestoso queso? ¿Tendría alguna dieta nueva? ¿O sus padres estaban experimentando con ese tipo de queso?

No entendía bien porqué, pero lo incomodaba y mucho.

Tras ese incidente, y aunque sus manos se movían perfectamente en el teclado, su mirada verde no se había podido despegar de Marinette. ¿Por qué se sentía así con su amiga? ¿Por qué de pronto le inquietaba tanto?

Casi podía escuchar la risa socarrona de Plagg en su oído, riéndose de él por verlo así con Marinette. ¿Cuántas veces le había comentado algo indebido por su amistad con la chica de ojos celestes? Ya había perdido la cuenta.

Y cuando el ensayo terminó, comprendió algo de las palabras de Plagg y Kagami. Luka se acercó a Marinette, algo le dijo que la hizo sonrojar y luego, reír de una forma muy enérgica. ¿Habia algo entre ellos? ¿Estaría Luka interesado en Marinette? La sola interrogación, hizo que algo le ardiera en la boca del estómago, dándole un sabor tan amargo en la boca que solo quería salir de ahí.

Estaba a punto de salir de la embarcación, cuando el mismo se detuvo y levantó la voz sorprendiéndose a sí mismo en el proceso... y también a todos los presentes.

—¿Te llevo a casa, Marinette? —no sabía de dónde le había surgido aquella idea, pero la escena frente a él fue tan escandalosa, que cuando quiso darse cuenta, las chicas los habían empujado frente al auto donde Nathalie y su guardaespaldas los esperaban.

Salió de sus recuerdos, cuando el golpe de la puerta lo hizo sentarse en su cama. Su padre entró en su habitación, con las manos tras él y la mirada seria. ¿Y ahora que había hecho?

—¿Padre? —preguntó.

—¿Qué te sucede, Adrien? —aquella pregunta, lo tomó por sorpresa—. ¿Qué ha sido ese show en el auto? —los ojos verdes del rubio se desviaron a la secretaria de su padre que mantenía los ojos cerrados, dos pasos atrás de su jefe.

—¿Qué hice? —trató de hacerse el desentendido, pero sabía perfectamente lo que había ocurrido.

—¿De verdad tengo que decírtelo? —la ceja derecha se alzó por sobre el marco de sus lentes—. Déjame preguntártelo directamente. ¿Qué sucede con la señorita Dupain-Cheng? Nathalie me explicó que no dejabas de mirarla y era clara, la incomodidad de la chica. ¿Qué está pasando?

Adrien bajó la mirada hacia sus manos. La verdad es que no solo la había mirado fijamente, porque cuando se sentó junto a él en el auto, la misma sensación del día volvió a embargarlo; esa sensación que inquietaba su corazón, se había hecho muy fuerte, mucho más que en la mañana. Y aparte, había tratado de aspirar su aroma en cuanto le era posible. Ahí estaba, ese olor a galletas de chocolate mezclado con el apestoso olor a Camembert inundándole todos los sentidos.

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