Capítulo 5 - Final

1.7K 128 38
                                    

Manolo se vistió todo lo rápido que pudo y bajó al aparcamiento. Una vez allí cogió el coche y se incorporó al tráfico.

Después de una hora y media cogió el desvío a una población llamada Casinos y, a los pocos kilómetros, accedió al aparcamiento del burdel de Aurelio. Aparcó el coche de cualquier manera y dando un fuerte golpe a la puerta entró. Ágata, la vieja prostituta que atendía el teléfono lo miró sorprendida por su entrada. Manolo la ignoró y se coló corriendo escaleras arriba.

—¡Manolo! —gritó.

Manolo abrió la única portezuela que había en el piso de arriba y entró de golpe en el despacho de Aurelio. Éste, que se encontraba corriendo una de las cortinas, lo miró atónito.

—Aquí me tienes, ¿no me buscabas? —gritó Manolo.

Aurelio se mantuvo en silencio, estaba temblando. Manolo sacó una navaja de su bolsillo y la levantó apuntando con ella a Aurelio. Fue caminando hacia él, poco a poco, hasta tenerlo acorralado. Aurelio fue retrocediendo hasta encontrar la fría pared en contacto con su espalda.

—¿A qué tenías miedo?

—Lo siento...

—Te he dicho que ¿a qué tenías miedo? —insistió agarrándolo de la camiseta.

—Lo siento, no me quedaba otra salida, estoy arruinado —respondió con resignación.

—Vaya, vaya, no te gustaría volver a la cárcel a tus años, ¿no es así?, ¿qué harían con un viejo como tú? —dijo con una sonrisa.

Aurelio empezó a sudar por todas partes.

—Yo...

—¡Cállate! Te ayudé hace mucho tiempo. Pero ahora no te gusta repartir el pastel, ¿verdad?

—¡No puedo seguir pagándote! Estoy arruinado.

—Todo tiene un precio en esta vida; pero no te preocupes, que no vas tener que pagar más. Tú mismo te has buscado la ruina.

—¡Mátame, ya miserable! —pidió temblando.

Aurelio se tapó los ojos con las manos y fue deslizando la espalda por la pared hasta encontrarse sentado en el suelo. Entre gemidos rompió a llorar. Manolo, viéndolo indefenso, bajó la navaja y la guardó en su bolsillo. Segundos después, y ante la incertidumbre de que no ocurriera nada, Aurelio abrió los ojos y dejó momentáneamente de llorar. Manolo retrocedió, dio media vuelta y se dirigió hasta la puerta por la que había entrado. Antes de salir, le habló a Aurelio:

—Yo no soy como tú. No mataría a mi hermano por dinero.

Aurelio se quedó en el suelo en posición fetal, solo y tembloroso.

Amargas sorpresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora