Capítulo 2

2.2K 117 6
                                    

—Gracias —dijo quitándose la nieve del abrigo—, estaba ya desesperado.

—¡Nada! Prefiero subirte yo que no algún desalmado.

—No puedo entender cómo hace tanto frío. ¡No venía preparado para estas temperaturas!

—Tranquilo. Has tenido mala suerte. Yo tampoco había visto nevar así en la vida. Muchos compañeros se han quedado atrapados más atrás.

El silencio volvió a la cabina y los kilómetros se sucedieron sin que encontraran apenas tráfico. Transcurrida media hora, el joven sacó un pequeño bocadillo de su mochila y empezó a quitarle el envoltorio con discreción.

—Me ofrecerás un poco de eso, ¿no? —dijo Manolo con una sonrisa.

—¡Sí, claro!, pensaba que ya habrías cenado —comentó muerto de hambre—. En cualquier caso, lleva ya demasiado tiempo en la mochila y no sé si estará en buen estado porque...

—¡Nada! Tonterías.

El chico, resignado, partió el bocadillo en dos. Manolo, hambriento, empezó a darle enormes mordiscos.

—He hecho bien en subirte —dijo masticando. Más que nada para que no te subiera otro. Hay muy mala gente por ahí suelta, chaval, y un chico como tú tan joven… —hizo una pausa para darle una palmada en la espalda—. Tienes que hacer músculo, ja, ja. Que hay mucho pervertido suelto.

—Ya —contestó un poco incómodo.

—Por cierto, ¿a dónde vas?

—Voy a Alicante porque…

—Allí sí que no encontrarás nieve, ja, ja —le espetó sin dejarle terminar.

—Mi padre—insistió molesto por la interrupción— ha fallecido y quiero asistir al entierro. Aunque para ello tenga que cruzar el país entero.

Manolo se sintió reprendido y avergonzado por su falta de tacto. Viéndose de nuevo a él mismo sin padre ni guía en la vida. Como si aquel joven hubiera sido puesto allí por alguien para recordarle su pasado, para salvarle de sí mismo y su propia desgracia. Azuzándole como una ángel de la guarda que le demostraba que solo él era dueño de su suerte.

Amargas sorpresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora