Parecía que el cielo estuviese llorando sangre. Todo lo que alcanzaba su vista se había vuelto de un intenso color rojizo, los tejados del castillo, las verdes praderas y bosques, las nubes. Todo se había vuelto rojo como si hubiese sido víctima de un maleficio. Puede que ya no quedara ningún ser vivo, ni siquiera estaba segura de que ella misma siguiese viviendo, porque ¿era eso posible en aquellas circunstancias?
Lo miraba todo desde la torre más alta, desde aquella en la que había sido encerrada mucho tiempo atrás, tanto que no recordaba nada anterior a ella. Tenía una familia, eso lo sabía, y habían sido ellos los culpables de que estuviera allí. Tenía un padre y hermanos, muchos hermanos, pero no madre, ya que, por lo que había intuido murió y posiblemente ella había sido la culpable de ello. Nunca había recibido ninguna muestra de afecto y lo único que conocía era el odio de las miradas que todo el mundo le daba. A veces se sentía afortunada de encontrarse en ese lugar, de poder esconderse de todo el mundo sin que nadie le fuese recriminando todo. Ella se escondía en su cama y se quedaba mirando al vacío de su techo preguntándose porqué, porqué tenía que seguir viviendo sin ninguna esperanza, sin que nada tuviese sentido para ella, sin que nadie tuviese un pensamiento positivo sobre ella. Era solo una niña, pero algunos de los pensamientos más oscuros que una persona podría llegar a albergar en toda su vida ya habían cruzado por su mente.
Tiempo atrás, cuando aún se podía escuchar a los pájaros cantar desde la ventana, una de sus hermanas fue traída a la torre. Se le preparó una buena cama, cuidados y atención a todas horas, algo de lo que ella nunca se había beneficiado. La niña estaba enferma y por eso se encontraba allí, pese a eso era arrogante y déspota con ella. Poco a poco vio como su hermana iba siendo consumida por la locura, los criados dejaron de venir a servirla y solo procuraron que no les faltase la comida para que se mantuvieran con vida el máximo tiempo posible. Su hermana, de grandes ojos color avellana, anteriormente lucía una piel tersa como la nieve pero esta empezó a oscurecerse, a secarse y finalmente caerse. Su pelo, que siempre llevaba trenzado con suma delicadeza, ahora estaba sucio y seco como la paja. En algún momento había dejado de ser una princesa para volverse en algo peor que una mendiga. Todo acabó cuando, con la poca consciencia que le quedaba, decidió acabar con su propia vida saltando de la torre. Ella no intentó hacer nada para evitar la muerte de aquella que era su hermana, no sentía que se mereciera su ayuda, es más, se alegró de su, por fin, plácida paz y tranquilidad.
Pero fue a partir de aquel momento que fuera de esa torre se desató el caos. Durante los consecutivos días solo se escuchaban gritos y el ajetreo de la gente. Había mucho movimiento de carros arriba y abajo, pero no todo era malo, por momentos se escuchaba música y risas inocentes, como si unos pocos privilegiados no sufrieran por nada y pudiesen seguir disfrutando de sus lujos como siempre.
Y de repente, un día salió el sol como cada mañana, pero a diferencia de otros no hubo ni un solo sonido, como si el mundo hubiese enmudecido, no se pudo escuchar el piar de los pájaro, el susurro del viento al pasar o las voces de la gente que había habitado ese lugar. Fue el día en el que el mundo se había vuelto rojo. Ella se quedó hasta al anochecer mirando aquel sombrío paisaje, nadie le había traído nada para comer y tenía el presentimiento de que nadie vendría nunca más. Cansada de esperar a nada decidió marcharse de allí, pero no sin antes coger dos muñecas de porcelana, una suya y otra que pertenecía a su fallecida hermana.
La puerta hacia su libertad estaba abierta, nadie hubiera pensado que ella iba a atreverse a salir por su cuenta, no siendo aquello lo único que realmente conocía, incluso a ella misma no se le había cruzado el pensamiento hasta ese momento. Al llegar al jardín lo primero que notó fue el denso olor agrio que había por todo el lugar y pronto descubrió que pertenecía al centenar de cadáveres que había por todas partes. Se encontraban en un estado parecido al de su hermana, había niños y mujeres apilados en una esquina y luego muchos hombres desperdigados por el suelo como si acabaran de vivir una gran batalla. Andando por el extraño y desconocido castillo que era su hogar llegó hasta una zona que no había padecido tantos desperfectos, las paredes se mantenían perfectamente intactas con sus cuadros y el suelo estaba limpio de sangre. Al final de un largo pasillo había una puerta que permanecía cerrada.
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Ojos sangrientos y alas plateadas
FantasyElla siempre se había encontrado sola en ese cruel mundo, todos la odiaban. Y cuando por fin encontraba a alguien que la quisiese, este siempre acababa dejandola. Pero ahora ella seguia viva los otros no.