1° capítulo.

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- Coge esa caja, cariño.

- Voy mamá, un momento. - dijo con tono burlón sin apartar los ojos del libro.

- Hija, me duelen los brazos, ayudame.

- Mamá, espera un milisegundo ya acabo.

- ¡Olivia! ¡Muevete! ¡No te lo repito más veces! - gritó la señora Hastings haciendo votar del susto a su hija, que estaba sentada aún en el camión de la mudanza absorta en uno de sus libros favoritos, Pequeñas mentirosas, con el que casualmente compartía apellido con una de las protagonistas.

La segunda mudanza en menos de dos años. Maldita sea, pensó Olivia, la primogénita de los dos hijos de la familia. Y es que los Hastings estaba más que acostumbrados a los cambios de ciudad, tanto que nunca llegaban a aprenderse la dirección de su casa, y todo debido a la empresa familiar de mermelada de uva que el matrimonio había convertido en todo un éxito, por una supuesta receta única de sus antepasados. Desde el nacimiento de su hija mayor ya habían tenido ocho mudanza todas a lugares diferentes del mundo. Y esta vez el destino había sido, Ohaio, EE.UU.

- ¿Y Hayes? ¿Él no tiene que cargar cajas? - protestó Olivia señalando a su hermano tres años menor que ella, que estaba jugando con un balón de fútbol americano en su nuevo jardín.

- ¡Hayes! Ven aquí y ayuda a tu hermana.

¡Bien!, musitó con una pequeña sonrisa ella. Y es que aunque fuera su único hermano y la persona con la que más horas pasaba, Olivia odiaba que le siguieran tratando como al principito de la casa, cuando ya tenía doce años.

- Chivata. - susurró Hayes cuando pasaba delante de su hermana con una cesta de mimbre con varios botes de mermelada vacíos y una lámpara de mesilla.

- Imbécil. - le contestó ella poniéndole la zancadilla provocando la siguiente caída de su hermano y de los frascos que se rompieron en mil pedacitos.

- ¿¡Qué ha sido eso!? - se oyó en eco desde la cocina donde estaba Linda Hastings.

- Mierda, mamá. - pensó. - Nada mamá, nada.

- Ay.. que daño me has hecho, joder. - protestó el hermano pequeño aún en el suelo.

- ¡Qué no digas palabrotas enano!

- ¡Qué no me llames enano!

- Si es que es lo que eres. - realmente Olivia no pensaba eso, pero por jorobar a su hermano, era capaz de renunciar a sus principios de << la verdad por delante>>.

¡Aaaah! un grito digno de un libro de Steven King interrumpió aquella estúpida discusión de hermanos.

- ¡Mi lámpara de Roche Bobois! - era claramente notable que al mismo tiempo que el nivel económico de la familia y los beneficios de la empresa aumentaban, los caros y cada vez más comunes caprichos de Linda aumentaban con ellos. Olivia tenía muy claro que ese no era el prototipo de madre que quería, pero no podía luchar ante ella y su gran carácter propio de una jefa de empresa.

- Mamá, yo...

- ¡Cada uno a su habitación!

A veces realmente odiaba eso. ¿Cómo qué a tu habitación? Ella ya era mayor, se sentía mayor. Su madre no podía castigarla de esa manera, como si tuviera diez años. No, no podía. Pero eso no era lo más importante que tenía en la cabeza. Nueva ciudad, nueva casa, implicaba... nuevo instituto. Eso sí, eso si que lo odiaba.

Abrió la chirriante puerta de su nueva habitación. Durante un momento, la observó bien, detenidamente. Era mucho más grande que su anterior cuarto. Tenía forma de semicírculo con un ventanal cubierto con una cortina de un ligero color celeste. A la derecha había una cama con una par de cajas de cartón llenas de libros. Y a la izquierda un gran armario cubría toda la pared.

Buscó dentro de la mochila dónde había llevado sus cosas imprescindibles para el viaje desde Alemania. Sacó el libro de pequeñas mentirosas y saltó a su cama. Abrió por la página correspondiente y comenzó a leer: Esta vez -A había amenazado a las chicas con...

- Eres rara. - Gracias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora