7:15 A.M.
No puede ser, pensó. Había llegado aquel odiado día. Pff, resopló al mismo tiempo que presionaba el botón del despertador, obligándole a cesar de aquel detestado pitido.
- ¡Estoy yo!
- ¡Hayes, necesito entrar!
- Que ya voy, esperate.
- ¡Qué necesito usar el baño! - en ese momento Olivia se paró a pensar y cayó en la cuenta de que en su nueva casa, había un baño en la plana de abajo. A pesar de que ya había pasado una semana desde su llegada, aún no estaba acostumbrada a todos los nuevo cambios.
7:47 A.M.
Después de poco más de treinta minutos de reloj encerrada en el baño y de incontables cambios de ropa y peinados, por fin, Olivia decidió aún con un ligero aire de duda que estaba preparada para el primer día en su nuevo instituto de Ohaio, EE.UU.
Desde hacía poco más de dos años, la joven no se sentía especialmente a gusto con su cuerpo y su cara. Durante toda su vida nadie se había parado a recordarle lo guapa que era, y eso le estaba pasando factura en su etapa de adolescente. Intentaba llevar ropa poco llamativa y tímida que la ayudara a pasar desapercibida. No se consideraba una persona antisocial, ella prefería llamarlo tranquilidad. Se sentía mejor, en su entorno, siendo solitaria, siendo invisible.
Tras dejar atrás el baño y entrar en la cocina para desayunar, Olivia saludó a su madre con un beso en la mejilla derecha y un nervioso buenos días.
- ¿Estáis nerviosos por el primer día de colegio chicos?
- Que va. - respondió Hayes metiéndose vulgarmente un donut de chocolate en la boca de una vez.
- S-si. - musitó con voz temblorosa su hija.
Esa mañana Olivia se había puesto unos vaqueros de Pepe Jeans y una camisa de Loft, aquella exclusiva tienda de Nueva York que habían visitado Linda y ella en su último viaje allí. Además se había recogido el pelo dejando un mechón de su melena morena sobre su rostro tapando ligeramente uno de sus grandes y azules ojos, claramente heredados de su madre. Era realmente preciosa, Linda lo sabía. Aunque no acostumbraba a decírselo; a ninguno de sus hijos.
Hayes era la viva imagen de su padre, y eso que aún era pequeño para saberlo. Cuando apenas rondaba los tres años, sus padres siempre bromeaban con el echo de que parecía un bebé de anuncio. Con aquellos ojos marrón miel, y un cabello rubio y despreocupado.
A su vez, Olivia nunca se vio muy reflejada en su físico y exterior. Siempre había sido la típica chica tímida con pocos amigos a la que todo el mundo ignoraba. Todo en su vida siempre había sido más interior, más personal. Le apasionaba leer, leía y leía; libros de todas las clases y autores. Supongo, que era diferente a las niñas de su edad, que básicamente, solo se interesaban por los chicos y la ropa de marca. Ella buscaba algo diferente, se preocupaba mucho por su futuro no solo a nivel académico. A veces se comparaba con el personaje de Augustus Waters en la famosa novela de John Green, Bajo la misma estrella; ella quería ser recordada, y no solo por salir en la televisión diciendo estupideces, ella quería hacer algo realmente importante, pero todavía no había encontrado el qué.
Era una chica rara, que preferiría quedarse leyendo; a salir de fiesta, que pensaba las cosas antes de decirlas, y a la que llevar unos vaqueros de 80$ no la hacían sentirse mejor. Pero la pregunta era: ¿es bueno o malo eso de ser "raro"?
Vaya,
las 8:15, al cole.
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- Eres rara. - Gracias.
Romance"- ¿Qué pasa? - Eres raro. - Gracias. - ¿Gracias? - Sí.- Olivia se extrañó al oír eso. - Ser raro me ha hecho conocerte. Y bueno, por eso doy las gracias."