6° capítulo.

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22:35 P.M.

La noche ya había caído sobre la ciudad.

  A Olivia todavía le dolía la cabeza y seguía teniendo los ojos rojos de haber llorado.

Se había quedado dormida sin ni siquiera darse cuenta, incluso se percató de que llevaba puesta la ropa de calle y no el pijama.

¿Qué hora sería?

  Miró el despertador que tenía sobre su mesilla de noche.

Pff, era tardísimo.

Al menos en EE.UU porque cuando vivía en Europa, solía acostarse sobre esa hora, pensó.

Europa; Alemania; su padre...

Otra vez las ganas de llorar la invadieron.

Pero no, otra vez no. Y aguantó las lágrimas.

Si se suponía que era mayor para unas cosas, también para otras. Y eso implicaba saber afrontar los cambios con madurez y no llorar a la primera de cambio.

  Se frotó los ojos y se estiró.

De repente sintió una sensación de agobio dentro de esa habitación. Aún adormilada se acercó hacia el gran ventanal, retiró las cortinas y abrió la ventana de par en par. Una fresca brisa rodeó todo su cuerpo. Una vez más volvió a frotarse los ojos y contempló el inmenso cielo azul marino lleno de estrellas que se podía ver con claridad desde su habitación. No se oía nada; ni un coche, ni una persona hablando, ni un pajarito, tan solo las hojas de los árboles que chocaban unas contra otras debido al ligero viento otoñal que había.

Era como un pequeño paraíso.

En seguida Olivia se volvió a sentir mejor, y de repente unas incontrolables

ganas de salir a la calle la invadieron.

  Estaba acostumbrada a seguir las normas siempre, a respetar los turnos, a ser educada, a nunca llevar la contraria, a "si mamá dice que no, es que no." Pero por una vez sintió que no quería eso. Que quería ser otra, otra totalmente diferente. Una nueva Olivia. Y su cambio iba a comenzar escapándose de casa un jueves por la noche a dar un paseo.

Además, lo bueno es que no tendría que cambiarse de ropa. ¡Una sudadera y listo!

Sonrió. Le gustaba esa sensación. De ser rebelde, de hacer algo que estaba mal, de cambiar un poco la rutina.

  Pero bueno, igualmente, solo iba a ser un ratito, quince minutos como máximo... ¿no?

  Ya estaba fuera. Podía sentir la noche dentro de ella. La magia de la soledad. La sensación de tener el mundo bajo sus pies.

Era maravilloso.

Comenzó a andar por la acera de la calle.

Le resultaba extraño que no hubiera nadie. Absolutamente nadie. Solo ella.

Pero, pensándolo mejor, era normal. Era tarde, entre semana y aquel se trataba de un barrio familiar.

Otra vez esa sensación de rebeldía la conquistó.

- Eres rara. - Gracias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora