Parte única.

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Estuve años encadenada.
Pensando en las palabras, en las acciones, en lo que podía hacer…
Pero estaba encadenada.

Dolió el final, dolió saber que fui dejada de lado; a sabiendas de que fue para mejor.

Nunca he sabido cómo soltar. Me lastimo la mano aferrándome a un lazo, por más que este cambie o no sea el mismo que un pasado. Pues era un lazo, aún la recuerdo con cariño y sonrío nostálgica al pensar en todo ll que compartimos. Triste fue saber que ese lazo se volvió una cadena.

No sé qué fui para ella, si habrá dolido nuestro desenlace o si aún en mí piensa.
Hay veces en las que me digo que no me interesa.
Otras me engaño a mí misma repitiendo esas palabras, a pesar de pensar cómo seríamos ahora si permaneciésemos juntas…

No fuimos una pareja, pero aun por amistad sus palabras resuenen.
No sucedió más que mensajes y promesas que no llegaron a concretarse.
Y peor fue la distancia que pusimos para curar estos desgarres.

Admito que fallé. Que pude haber hecho mejores cosas cuando estaba con ella. Admito que hice cosas que no debí, dije cosas que no fueron correctas; mas también asumo que hay más que no hice por querer complacerla.

Me había convertido en esclava del miedo. En temer molestarla, enojarla o que nuestros mensajes se desconectaran. Callaba opiniones, censuraba mis gustos, todo para encajar en una imagen que ella había construido sobre mí y que pasiva quise seguir.

Lo peor de esa cadena no fue darme cuenta que era tarde para romperla sin dolor. Fue notar que no solo mis manos había encadenado, sino también mi alma y mi voz.

No opinaba, según ella mis ideas eran malas.
No reía, según ella mis chistes no valían.
No le compartía mis gustos, según ella solo lo que fuese de su agrado era importante.

Y así por años. Donde cegada estaba, encadenada, arrodillada en el suelo con la falsa idea de que podía estar a su lado.

Pero si bien fui la víctima, otras veces fui la abusadora.
Mentira sería decir que no hubo veces en la que mi voz no explotaba. O que creaba indiferencia a causa de estar harta. Dolían mis alas heridas, pero de vez en cuando debía limpiarles el polvo.

Como dije, no soy buena en soltar a pesar de que me hace daño. Pensaba, inocente, que con esfuerzo y tiempo podría apaciguar a la fiera a como fue en un inicio.
Que podía hacerle entender cosas que no entendía.
Que había más allá de sus ideas concebidas.

Sin embargo, por el camino mis heridas sangraban. Por cada sonrisa ocultaba varias lágrimas.

Por complacerla a ella dejé de lado amistades, o las separaba para no entrar en trifulcas.

Dios, recuerdo esos días en donde el estrés se aglomeraba en mi cabeza. Estar con otros amigos mientras en secreto hablaba con ella.

Lo peor es que no fuimos pareja. Jamás quise ser más que una amiga. Incluso ante el rechazo que le hice, llegué a sentir culpabilidad de no corresponderle de esa manera.

Me sentía culpable de que mis sentimientos no fueran iguales. Y aún hoy, parte de ello persiste en mis miedos.

Cuesta mucho soltar cuando estás aferrada. Cuando vives en la idea de que puedes ayudar a alguien. Y es peor cuando la cadena te empieza a asfixiar; cuando ya no sabes qué hacer para estar bien con esa amistad.

Tuve suerte, lo admito. Hubo alguien que me vio en el suelo y me ofreció su mano, su paciencia y camino.
Y ni aun así fue sencillo.

Se dice que no hay más ciego que quien no quiere ver, y fui yo quien se arrancó los ojos para notar el daño que ella me hacía.

Quería creer que todo estaba bien. Que era un trago amargo, pero si fuerte era nuestra amistad algún día venceríamos. Que esta sería una historia que en un pasado con risas recordaríamos…

Pero ella me fue consumiendo. Acabó con mi autoestima para lo que me gustaba. Tantas ideas que tenía y no compartía por temor a su rechazo.
Un estilo narrativo que ella odiaba, y yo traté de cambiar para ser de su agrado…

Lo bueno es que tuve suerte. Quien me ayudó a volver a tener ojos supo guiarme en lo que aprendía a ver de nuevo. A soltarme con ideas, por más que aún miedo tenga.

Fue doloroso dejarla ir. Peor cuando no fui yo quien dijo 'basta', sino que ella se aburriese de mí y se marchase. No pude luchar, aún en el suelo, por levantarme e irme con dignidad.

Si veo al pasado, se deshizo de mí como quien fue un juguete no más manipulable.

Y aun digo… cómo duele. Duele ser prescindible, o que todos esos años de intentar ayudar fuesen resumidos a polvo que el viento se llevó. Si escucha mi nombre seguro sonríe con sarna, mientras yo quiero recordar los buenos días y conversaciones sanas.

Aún duele. Pero ya estoy de pie.
Espero que ella haya encontrado la felicidad, si bien construyo aún la mía.
Pues cuando asumí que ella fue mi veneno, la toxicidad de mi vida, fue más sencillo asumir que sin ella yo también valía.

Cadena venenosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora