Prólogo

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La dispersión de los pájaros en el cielo anuncia el avance de sus pasos. Sin importar que la maleza enrede sus pantorrillas y sus pies se hundan entre el fango controla sus respiraciones irregulares ya que el palpitar acelerado de su corazón es imposible de disminuir. Una vez más se ha despertado en el silencio de la madrugada con un mal presentimiento, sintiendo una opresión en el pecho; algo que no puede controlar con el simple hecho de pensarlo.

No es propio de él, reflexiona.

Ha sido tan cruel, tan frívolo que ni siquiera los lamentos de sus víctimas lo han hecho retroceder.

Tal vez sean los gritos de las almas que imploran por venganza, que desean arrastrarlo al infierno así como él les obligó a dejar este mundo. Sus rostros aparecen entre sus pesadillas, contraídos en muecas de dolor.

Su mirada parece distorsionarse al colocar las palmas de sus manos frente a él sintiendo como la tibieza de un líquido espeso recorre desde las puntas de los falanges distales hasta sus antebrazos. Una vez más su ropa se encuentra cubierta de sangre.

Su andar se vuelve caótico. Un nudo se ha formado en su garganta obstruyendo su tráquea, negándole poco a poco el oxígeno a sus pulmones.

Y es, cuando piensa que va a desfallecer en ese lugar que por fin puede ver aquel riachuelo que observaron cuando decidieron acampar a las afueras de aquel pueblo, tan tranquilo, sin nada que lo perturbara. Siente sus piernas flaquear en la orilla, obligando a sus rodillas a hundirse y su espalda encorvarse.

Debe de lavar sus manos, de quitar esas manchas de su piel.

Dejar que la corriente del río se lleve los recuerdos, lave sus pecados y desaparezca sus remordimientos. Es la vida que ha elegido; sin embargo no puede evitar sentirse vacío.

Restriega una y otra vez sus palmas, las muñecas, casi por completo la parte superior de su tronco salpicando agua cristalina y fría con una desesperación que no desaparece. No hay sangre, son solamente sus fantasmas, los fantasmas de un asesino.

—Es

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—Es... Desobediente.

El incienso casi consumido por completo.

La habitación con lámparas tenues, sin que ningún ruido sea percibido, solo el del líquido siendo vertido en aquella taza con una sutileza digna de una geisha de milenios.

El aroma a té de jazmín pasa a ser inhalado por su acompañante, aquel hombre de gestos recios que comienza a analizar las repuestas de la Oka-san; sorbe con cuidado tomando todas las texturas contenidas dentro de la bebida.

Ghosts Of a MurdererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora