Inazuma

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Capítulo II

El filo de la vaina de metal ha cortado sus manos infinidad de veces

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El filo de la vaina de metal ha cortado sus manos infinidad de veces. Es una sensación dolorosa, sabe cómo se sienten las heridas, el escozor en la piel y al mismo tiempo la calidez de la sangre. Recuerda sus primeros entrenamientos. Los golpes que recibió con la vieja espada de madera que solía usar su hermano para enseñarle a defenderse; cuando era tan lento como para esquivar algún ataque y terminaba con una buena tunda, con los músculos adoloridos a pesar de solamente ser un niño. Hasta que se convirtió en el hombre que ahora es, con la rapidez que le adjudica su apodo. Su piel se ha curtido, las heridas sanaron con el tiempo.

A eso es a lo que se ha acostumbrado, a sentir dolor. A causar dolor.

Por eso le resulta extraño, las yemas suaves en su pecho, de los dedos de una mujer extraña con un aroma que le recuerda a los árboles de cerezo en primavera. Cálida. Delicada. Como aquellas caricias de sus primeros años de vida. Como los recuerdos más lejanos de un pasado ausente, de los pedazos ocultos bajo cuerpos cubiertos de sangre.

Sus ojos nuevamente lo transportan a la expresión desesperada de la muchacha, y por un instante, como imágenes difusas sus ojos pasan de ese verde alucinante a unos oscuros, profundos. Su cabello cambia a un tinte negro, tan intenso; transfigurando por completo la imagen de la mujer frente a sus ojos.

—Por favor —suplica nuevamente la chica trayéndolo al presente.

—¡Alto ahí primor! —escucha a uno de aquellos hombres acercarse de manera acechante, llamando a la mujer que sigue agazapada a él —. Tenemos un asunto pendiente.

Ciertamente piensa que interferir en algo como tal no es lo suyo, jugar a ser el héroe no le viene para nada bien. Y una vez más recuerda que el tiempo transcurre, que sus clientes esperan por él.

«No es mi asunto»

Piensa contestar.

—Vamos niño —se dirige uno de ellos hacia él. Con sugestión eleva una ceja preguntándose si realmente aquel adefesio acaba de llamarlo niño —. Entréganos la maiko y no saldrás herido.

Ahora aquello se ha vuelto personal. Quizá su hermano lo mate por esto, pero tampoco va a dejar que un trío de hombres viejos y debiluchos lo insulten de esa manera.

La noche se ha llevado consigo todas las personas que habitan en ese lugar, recluyéndolos en sus hogares ajenos a la disputa que se desarrolla en plena calle, y eso es perfecto para él; entre menos ojos observando menor será la cantidad de testigos.

El silencio prolongado, y el viento removiendo el cabello de la joven que le produce cosquillas; con cuidado la aparta del camino, colocándola detrás de él. Acción que ha dejado contrariada a la Maiko de cabello rosa.

—¿Estás jugando? —cuestiona uno de los hombres con sorna al llegar a pocos metros de ellos —. Somos tres contra uno, es imposible que puedas ganar esta batalla.

Ghosts Of a MurdererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora