XXI

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El tiempo pasó y fue el encargado de ocultar mis tristezas con ocupaciones cotidianas del día a día. Sé que fue egoísta seguir después de todo, pero quería vivir. Quería hacerlo bien, para recordar a los muertos con alegría. Dejé atrás las duras palabras de Diana, sus mentiras y engaños. Seguía amándola en un recuerdo lejano. Pero en mi presente y futuro ella ya no estaba, tampoco Burgos ni Clara. No me buscaron en ningún momento. No preguntaron por mí, sentí que fui yo quien había muerto para esa familia.

El día de graduarme estaba próximo. Me mantuve ocupado con tareas, proyectos finales e ir al teatro de la ciudad para practicar con la orquesta. También tuve salidas con Antoni, pero no tan frecuentes, debido a la escuela, eran reuniones de estudios, películas y paseos breves. En algunas ocasiones él se quedaba en el departamento donde vivía y dormía en el cuarto de visitas. Para ese tiempo no volvió a buscarme de manera romántica. Hizo distancia en ese sentido. No obstante, esa vez era diferente, seguíamos siendo buenos amigos y nos llevábamos muy bien. Supuse que seguía dándome tiempo, ya que no dejó de quererme, sino que demostraba el cariño en sus acciones. Antoni gustaba de cocinar para mí, era bueno preparando alimentos como su madre. Antoni y su madre pasaron a ser parte de mi núcleo social.

En un día que parecía ser común, después de clases, el salón se vació rápido, la mayoría de alumnos se fueron a sus casas. Totalmente normal aquello, era viernes.

Antoni se encontraba con una cara larga y triste. Supuse que era porque nuestros caminos pronto se dividirían: él iba a la facultad de ciencias astronómicas y geofísicas, y yo al conservatorio de música de la ciudad.

—No puedo creerlo, el año pasó en un suspiro. Pronto llegarán las vacaciones de invierno y de ahí... ya no iremos al árbol de flores moradas —dijo Antoni con la voz lejana. Estaba con la cabeza echada en su pupitre.

—Sí, el tiempo pasó rápido —mencioné con cierta melancolía—. Siento que me consumí en hacer tareas e ir a la orquesta a practicar —comenté mientras estiraba los brazos—. Los últimos meses son los más pesados. —Recordé los días tormentosos que me desvelé haciendo tareas.

—En vacaciones de invierno la orquesta hace varios eventos y sale de la ciudad. Menos te veré. ¡No! —Antoni levantó la cabeza de golpe y clavó su triste mirada en mí.

—No iré, aún soy practicante y estoy como miembro sustituto. Tranquilo. —Al momento que le comenté aquello, Antoni sonrió feliz y sus ojos se iluminaron.

—¿Y si me convierto en pianista? Así no nos separaremos —sugirió decaído.

—Sería buena idea, si tú no estuvieras tan asqueado del piano. Tenemos este fin de semana para hacer algo juntos. —Cambié el tema y pregunté con alegría—: ¿Qué te gustaría hacer?

Dejé mi lugar y me acerqué hasta el desanimado de Antoni. Hubo un largo silencio. Él me clavó la mirada y sus mejillas se sonrojaron.

—¿En qué momento creciste tanto? —preguntó muy serio.

—Despistado —dije riéndome—. ¿Tan rápido se te pasaron los años? ¿No te has mirado en el espejo? Pareces todo un rey salido de un cuento. —Tomé uno de sus mechones del cabello. Su rubia y ondulada melena estaba larga, le llegaba casi hasta los hombros.

Solía peinarse con una media coleta que lo hacía lucir muy apuesto. Que lo llevara así hacía dudar de su género a cualquier persona que lo viera. Si él no se vestía con el traje del uniforme, más fácil se podía hacer pasar por una chica. Los profesores lo retaron por estar desalineado, pero con el tiempo le perdieron interés. Lo consideraban un caso perdido. Por supuesto, no faltaban los alumnos que se burlaban y le ponían apodos ridículos. No obstante, Antoni los ignoraba y no sufría por el desprecio que recibía. Muchas veces me llegó a decir que no valía la pena entristecerse por comentarios hirientes, hechos por personas que no lo comprendían.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora