— ¿Qué haces con esas maletas?
— ¿Qué crees?—dijo David entrando a la casa
Gustavo sonrió, no impidió su entrada. Era de noche y los demás estaban dormidos en la casa, o al menos, aparentaban estarlo. Su amigo mostraba languidez en su rostro, pero su contextura alta y robusta lo hacía parecer seriedad.
—Voy a quedarme a vivir en tu casa, creo que por ahora compartiremos dormitorio—llevó las maletas a la habitación.
Ya intuía lo que pasaba, lo veía venir desde hace algunos meses cuando David empezó a trabajar en una empresa y manejaba su dinero.
—Si te quedas aquí pagarás el alquiler, eres un adulto y no un adolescente que se escapa de la casa de su mamá.
David lo miró con las manos en los bolsillos traseros de su pantalón, suspiró lentamente.
—No la soporto más, estaré aquí hasta que me adelanten mi gratificación —se sentó en el sofá de la sala y encendió la televisión con el control remoto.
Gustavo se fue hacia el televisor y lo apagó, se sentó frente al otro muchacho.
—¿Y Elena? —tomó el vaso con jugo de naranja en la mesa.
—Ya debe estar en su casa, avergonzada supongo, pero no me importa. Aproveché que mi mamá y mi Julio se iban a quedar a dormir en la casa de mi abuela, la llamé para que esté conmigo y veamos una película.
—¿Película? Todos sabemos a lo que lleva eso, te hubieras inventado otra cosa. Pareces nuevo —reprochó Gustavo lanzando un cojín con fuerza a su amigo—. Por eso te botaron de tu casa, por gil.
—Idiota —sonrió y le devolvió el cojín impulsándolo con fuerza—. La hubieras visto, estaba hermosa. Apenas la vi y supe que estaba preparada para ser mía y dejar de ser...
—¿Virgen? Ya era hora, la estabas pulseando desde hace tiempo y no cedía —interrumpió
—Pero lo hizo, pensé que se iba a arrepentir, se veía muy insegura y preocupada. Fue a mi casa en la tarde con el vestido verde que sabía que me gustaba porque ceñía su cintura, sus piernas... deliciosas. Tuve que contenerme hasta que se animó a decirme que no quería dejar pasar más tiempo y se me lanzó. Luego de tanta espera, lo hicimos en la sala, con el ruido del televisor no se escuchaba sus gemidos, lo malo es que gritaba como gata en celo; se apresuraba en todo, sabía lo que tenía que hacer, hasta dudé que era su primera vez.
—No creo que se te hayan adelantado. Bien hecho, campeón, una virgen más a tu colección. ¿Qué pasó después?
Elena supo en ese momento por primera vez lo que era un orgasmo, apretaba fuertemente los dientes y su respiración sonaba exageradamente fuerte, eso animaba a continuar a David con su ritual de iniciación al mundo erótico, el ambiente a su alrededor estaba cada vez más pesado por el cansancio. La mujer estaba completamente desnuda pero él apenas se había bajado el pantalón y su sudor estaba impreso en el polo que hace dos días acababa de comprar.
Le sorprendió de manera desagradable que ella abriera la boca cuando David estaba a punto de eyacular.
Apenas se fue al baño para lavarse la cara, y las manos con hilos de sangre, escuchó de lejos el sonido de la llave girando en el seguro de la puerta principal. Corrió a la sala, como si eso le salvase de lo que vaya a pasar, su mamá y su hermano fueron parte de uno de los hechos más vergonzosos de su vida, miró a Elena, ella tenía los ojos muy abiertos por el pánico que tenía.
La señora García botó a la señorita asqueada de lo ocurrido, gritaba y maldecía. David, enojado y pasmado, fue a su habitación, sin importarle lo que pasaba con la joven. Ya no había interés de por medio que llamase su atención, todo estaba consumado y terminado para él. Sin embargo, sabía que estaría en problemas si no hacía algo al respecto.
—Mamá, yo...
Ella solo calló y le dio una cachetada, una humillación que él no podía soportar. Alistó sus maletas las cuales ya estaban preparadas ante un caso similar y se fue, según él para no volver jamás.
—Tía Inés habrá estado enojada por haberle manchado sus tapetitos con semen—dijo Gustavo cuando David terminó de contar su historia
Los dos hombres se rieron.
Camila, quien había escuchado todo, aprovechó su distracción para subir a su habitación. Lágrimas caían sobre sus manos que apretaban su boca para no hacer ruido.
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Dos hombres y un perro
Roman pour AdolescentsAlina era una idiota ante los ojos de David. Él observaba cada repugnante detalle sobre su redondeta cara; sus ojos inflados, que se achinaban cuando reía y sus mejillas engordaban y anchaban su rostro aún más; sus dientes amarillos, los incisivos l...