Capítulo III: Buscándose la vida

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Llevaban ya más de 6 horas caminando sin descanso. Ambos estaban hambrientos, pero tan sólo encontraron campos de hierba para el ganado por todo su recorrido hacia ninguna parte.

No sabían con verdadera exactitud a dónde ni cómo acudirían exactamente, ni tan siquiera tenían la más remota idea de cómo sobrevivirían en aquel mundo, de cómo lograrían llevar una auténtica vida, sin pasar penurias.

Pero ambos sabían que esto no era posible, el destino les miraba con mala cara, y Lancel, su dios, no estaba dispuesto a darles ninguna clase de ayuda a aquellos dos muchachos. Parecía que el mundo se les iba a caer encima, y que sus cuerpos yacerían al día siguiente inertes en el suelo. Pero tal vez, alguien no lo quería así.

Al cruzar un horizonte más, pudieron vislumbrar un buen campo de mazorcas de maíz, todas ellas en época de recogida, justo lo que sus paladares necesitaban para continuar su camino, un depósito de energías que estaba totalmente lleno.

Ambos se miraron rápidamente y continuaron su paso, esta vez más ligero que los anteriores, saltaron una pequeña valla de madera (Ninque con bastante dificultad, no como Saagi, que apoyó una mano y saltó con ambas piernas al mismo tiempo) y se adentraron en el campo de mazorcas, sonrieron y agarraron a la primera estirada planta y rebuscaron en ella los alimentos.

Infiltraron sus manos y arrancaron de golpe aquella buena cosecha, retirando con sus propias manos las hojas y las suciedades que habían en aquellos maíces. Abrieron sus hambrientas bocas y devoraron todo a su paso, tirando el resto al suelo a medida que finalizaban con su exterminación de las semillitas.

Una de las sobras de Saagi la tiró sin querer al pie de Ninque, y este, levantó la pierna rápidamente y el resto de la mazorca fue a parar a su cara, entonces, ambos empezaron a tirar mazorcas al aire, contentos, felices. Por una vez en su vida, podían disfrutar de un momento como si nada les estuviera pasando, como si todo fuera bien a su alrededor, como si su única vida fuera robar esos palos llenos de maíz a algún granjero que los cultivaba.

Eran felices, disfrutaban de aquel momento contentos, riendo, jugando y saltando.

Y cuando se dieron cuenta de que estaban armando demasiado jaleo, ya era tarde, demasiado tarde. El granjero les había escuchado.

-¿¡Quién anda ahí!? ¡Malditos criajos!- Dijo mientras por encima de las plantas asomaba una guadaña, que probablemente tan sólo era para asustarles, pero ellos no pensaron lo mismo.

Ninque se paralizó, no sabía qué hacer, en cambio Saagi agarró en apenas unos segundos todas las mazorcas que pudo y las guardó en su camisa a forma de bolsa, entonces tiró del brazo de Ninque rápidamente, dándole un fuerte tirón para que reaccionara y le hizo gestos muy grandes y fuertes para que le siguiera, pero sin hacer ruido para que no les pudiera oír.

Pasaron entre pequeños caminos de aquel cultivo rápidamente, siempre en la misma dirección, siempre huyendo hacia el mismo lugar, de manera que así tendrían que salir de ese campo en alguna ocasión.

En un minuto los gritos del granjero furioso se hicieron casi sordos, ya no se le escuchaba, y su arma no amenazaba por los cielos a los dos chicos.

Encontraron, para variar, otra valla de madera más. Esta vez eran unos campos de cultivo de algún tipo de hortaliza, pero ellos desconocían su nombre, y tampoco tenían ningún interés en averiguarlo.

Ya habían huido suficiente tiempo de aquel hombre del campo, así que se sentaron en el suelo, muy cansados.

Su cerebro había evadido por completo de que no tenían futuro, no tenían planes, no tenían un lugar a dónde ir, no tenían nada en aquel lugar, absolutamente nada.

Pero ellos eran felices comiéndose a toda prisa sus mazorcas de maíz recién robadas, devorando cada semilla a una velocidad implacable y mascándolas con fuerza para tragarlas.

Entonces, se tumbaron a la vez en el suelo, mirando al cielo, estaba atardeciendo, pronto caería la noche, su descanso no debería ser muy largo para poder encontrar algún sitio medianamente adaptable a pasar una noche en él.

Aquel instante era mágico, eran auras de nuevas esperanzas, de buenas esperanzas, de maravillosas oportunidades de comenzar una nueva vida.

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Ninque miró al cielo, y las palabras venían a su mente cual imán atrae los metales... Y poco a poco, las rimas venían como por arte de magia a su cabeza...

"Hoy me duele el pecho

Hoy me siento maltrecho

Tal vez esta niebla

Disipe el paraje estrecho

Hoy estoy solo

Hoy nadie me sujeta

soy un pipiolo

en una jaula que aprieta

Mis manos en el bolsillo

La fuerte lluvia rebota

Hoy no llevo anillo

Fue viento que azota

Hoy no miro al cielo

hoy sólo hay niebla

hoy descuidé el pelo

hoy la nada puebla

Hoy pasos de plomo

Hoy saltos de gigante

Tal vez sólo de gnomo

A fin de cuentas, andante

Un tiempo asfixiante

recita a mi pesar;

hay una plaza bacante

en mi vergel colmenar

Hoy la angustia me reclama

Hoy el odio me llama

¿Tendré alguna vez tiempo,

para irme a la cama?

Hoy... ¿qué queda hoy?

Hoy no queda esperanza

Mas no desesperaré, caballero

MAÑANA

Será el día de la buenandanza"

Las Crónicas de NinqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora